El actual presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma declaró sobre la muerte Rolihlahla -o Nelson, como lo bautizó su primer profesor cristiano- Mandela: “Se apagó apaciblemente… Nuestro pueblo pierde a un padre», dijo. Mandiba, como lo llamaban de cariño, contaba con 95 años hasta el día de ayer, cuando murió en un hospital de Johanesburgo a causa de una recurrente neumonía. Ausente de la escena pública desde 2010, Mandela se convirtió en un héroe mítico, intocable, respetado tanto por el poder como por la oposición. Sus compatriotas tardarán en olvidar su cálida sonrisa.
«Un ideal por el que estoy dispuesto a morir»
Estuvo 27 años en la cárcel, la mayoría de ellos confinado en la prisión de Robben Island. Tras su liberación el 11 de febrero de 1990, Mandela lideró a su partido en las negociaciones para conseguir una democracia multirracial en Sudáfrica, cosa que se consiguió en 1994 con las primeras elecciones democráticas por sufragio universal. Mandela ganó las elecciones y fue presidente desde 1994 hasta 1999, dando frecuentemente prioridad a su reconciliación.
El Congreso Nacional Africano (CNA) se formó en 1912 para defender los derechos de los africanos que se vieron gravemente limitados por la Ley de Sudáfrica, y que luego se vieron amenazados por la Ley de tierras nativas por 37 años -es decir, hasta 1949- año en el que el Congreso se adhirió estrictamente a la lucha constitucional.
Presentó demandas y resoluciones, y envió al Gobierno a las delegaciones con la creencia de que las reclamaciones de África podrían ser resueltas por medios pacíficos y que los africanos podrían avanzar gradualmente al pleno uso de sus derechos políticos. Pero los gobiernos de blancos permanecieron indiferentes, y los derechos de los africanos fueron disminuyendo en lugar de ampliarse.
Por encima de todo, nosotros deseamos derechos políticos igualitarios, porque sin ellos, nuestras deficiencias serán permanentes. Sé que esto suena revolucionario para los blancos de este país, porque la mayoría de los votantes serán africanos. Esta es la razón por la que el hombre blanco teme a la democracia.
Con información de La Jornada