Expuestos y en el olvido en pobre control ambiental

A pesar de albergar el mayor corredor petroquímico del país, Lupo afirma que en Houston no hay suficientes estudios que exploren los posibles vínculos entre la contaminación de origen petroquímico y el cáncer, ni dinero suficiente para llevarlos a cabo.

En un caluroso y húmedo día de octubre en el pequeño suburbio de Cloverleaf, Cristina Lazo acomoda a su hija en el asiento de su bicicleta y le susurra en español: “Primero Dios que no te pase nada”.

Alina no parece entender la preocupación de su mamá y sonríe. Pone frente a ella la tableta donde escucha Baby Shark y muerde una manzana. La hija menor de Lazo tiene 7 años y es un remolino que camina con decisión. Antes de salir de casa, en menos de 20 minutos jugó con unas cucharas, arrancó una hoja de un cuaderno, dibujó garabatos acostada panza al piso, montó en una silla y se sentó en posición de loto; se bajó, tomó una guitarrita rosa y la hizo chillar desafinada mientras cantaba en inglés.

“¡Vámonos!”, grita ahora Lazo alargando la última o, y pedalea con ánimo por las calles de Cloverleaf, un barrio a unas 15 millas al este del centro de Houston. Detrás de ella va Zoey, la hija adolescente. Las dos bicicletas avanzan por las calles sin banquetas, al costado de las casas de un piso, de los jardines pequeños pero florecidos, de las rejas metálicas en los porches. Las vecinas saludan en español cuando las ven. Cloverleaf tiene 24 mil 100 habitantes; ocho de cada 10 son de origen hispano.

Alina empieza a toser. Una, dos, tres veces. Su madre identifica la señal. Sabe que esta noche tendrá que frotar Vicks VapoRub en el pecho de su hija y que, por la mañana despertará con “telitas de araña” en los ojos. Para mitigar el ardor, le pondrá las gotas que compra en una farmacia salvadoreña.

“Siempre que sale, pasa eso”, dice Lazo con resignación. Mocos, irritación, tos. El remedio preventivo para Alina, una niña con síndrome de Down, es mantenerla la mayor parte del tiempo dentro de casa, aun con toda su energía y con lo gratificante que es para ella salir al parque y estar en una alberca en el verano.

Los médicos no han podido determinar cuál es la causa que desencadena los síntomas, pero Lazo lo atribuye al aire exterior y agrega que el olor a químicos es frecuente. “Te sientes como que no puedes resistir ese olor, un olor como veneno, no sé, algo raro”, describe la madre de Alina.

Cloverleaf forma parte de un conjunto de vecindarios a la sombra del Canal de Navegación de Houston, donde operan más de 200 fábricas a lo largo de 52 millas. Es uno de los complejos petroquímicos más grandes del mundo en el procesamiento de combustibles fósiles para la producción de plásticos, fertilizantes y pesticidas.

Si bien Lazo no puede ver las chimeneas de las refinerías desde su casa, las nubes oscuras de químicos a menudo llevan consigo esas sustancias peligrosas sobre Cloverleaf y comunidades cercanas como Channelview, Galena Park y Pasadena.

Las emisiones tóxicas incluyen material particulado (PM), considerado por algunos científicos como la forma más mortífera de contaminación atmosférica. Se trata de partículas microscópicas que pueden penetrar en los pulmones y causar arritmia, agravar el asma y otras afecciones respiratorias. Un recienteanálisis de la organización Air Alliance Houston mostró una mayor concentración del material particulado en las áreas más cercanas al canal de navegación.

Las fábricas también producen sustancias cancerígenas como el benceno, que puede irritar la garganta y los ojos cuando se inhala en grandes cantidades, además de los olores, que Lazo y otros vecinos describen como a huevo podrido, esmalte de uñas o llantas quemadas.

Decenas de personas entrevistadas en Cloverleaf y la comunidad vecina de Channelview dicen que sufren problemas respiratorios, asma y afecciones cutáneas. Apuntan a que el aire que respiran podría ser el culpable, pero cómo saberlo. La información de las sustancias que llegan a sus pulmones todos los días es difícil de entender. Aunque existan 23 sitios de monitoreo en la zona del Canal de Navegación de Houston, regulados por la Comisión de Calidad Ambiental de Texas (TCEQ).

A pesar de la alta concentración industrial, Texas no evalúa en todos los sitios de monitoreo los seis “contaminantes criterio”: monóxido de carbono, plomo, dióxido de nitrógeno, ozono, material particulado y dióxido de azufre. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) los regula porque representan un riesgo potencial a corto y largo plazo para la salud humana y el medio ambiente. Sin embargo, el único monitor de calidad del aire cercano a Cloverleaf no mide ni material particulado ni dióxido de azufre.

Jeff Robinson, un funcionario de la EPA que dirige la división de monitoreo del aire, dice que las leyes federales no obligan a medir los seis contaminantes criterio en cada sitio. Como cada contaminante tiene sus propias regulaciones, los estados deciden cuántos equipos son necesarios para evaluarlos, basándose en el número de habitantes y las fuentes de emisión.

Según Robinson, la TCEQ cumple con estas regulaciones, pero “no hay nada que impida a un estado tener un mayor control”.

La información que recoge la TCEQ de los monitores de calidad del aire en realidad es difícil de entender para cualquier ciudadano promedio. Y casi toda está en inglés, lo cual puede ser una desventaja para Cloverleaf, donde más del 71% de los habitantes habla español en casa. La composición demográfica ha cambiado en las últimas décadas, el barrio pasó de ser un lugar con mayoría de blancos anglosajones a una comunidad de inmigrantes mexicanos, hondureños, guatemaltecos, cubanos, salvadoreños, nicaragüenses y de otros países latinoamericanos, sobre todo porque los alquileres son más baratos. 

No hay una normativa que estipule cómo deben presentarse los datos de monitoreo ambiental al público ni en qué formato hacerlo, dice Robinson.

Docenas de personas entrevistadas dijeron a The Texas Tribune/Environmental Health News/Altavoz Lab que no sabían de la existencia de una red de monitoreo del aire.

A Deysy Canales, de 34 años, madre de tres hijos, le gusta pasar tiempo al aire libre relajándose en su hamaca o cuidando sus plantas de sábila. Pero cada vez está más limitada a hacerlo. Ha luchado contra el asma crónica desde que se mudó a Cloverleaf. Cuando supo que había equipos de monitoreo del aire estatales se sorprendió. “Sería importante que informaran a la población de la calidad del aire y la contaminación para así poder cuidarse uno más, las personas que son asmáticas como yo”, pide Canales.

Patricia Prado, de 43 años, otra vecina de Cloverleaf, también tiene asma y sufre con regularidad de congestión y alergias. Su hija, Jocelyn Prado, de 21 años, padece migrañas severas e incontrolables, alergias y psoriasis, una afección cutánea persistente que produce picor, enrojecimiento o escamas en la piel. Ellas tampoco sabían de los monitores de calidad del aire en su zona. “Fue impactante para mí y para mi madre (conocer esto). Es algo que no sabíamos. El gobierno no nos lo dice”, lamenta Jocelyn.

El año pasado, Patricia y Jocelyn vieron desde su casa cómo las torres de una petroquímica ardían como velas enormes, pero las autoridades nunca les comunicaron lo que estaba ocurriendo. Los datos hubieran servido para medir los riesgos. “Con esa información creo que podríamos ponernos una mascarilla, limitar el tiempo de permanencia en el exterior. O simplemente ser conscientes”, dice Jocelyn.

La TCEQ asegura que ha trabajado para que los datos de calidad del aire en su sitio web sean fáciles de entender. Sin embargo, en su portal de internet no ofrecen una explicación sencilla de los niveles numéricos de los químicos que analizan para cada monitor, ni brindan contexto para ayudar a los usuarios a descifrar lo que están viendo.

“Se necesitan ampliar las formas de comunicar lo que esto significa para la salud. ¿Qué significa este nivel?”, señala Natalie Johnson, toxicóloga medioambiental de la Facultad de Salud Pública de la Universidad A&M de Texas. “Actualmente es difícil de interpretar”.

Erandi Treviño, que vive 11 millas al sur de Cloverleaf y es organizadora de la Coalición de Comunidades Portuarias Saludables, dice que la red de monitoreo del aire en esencia es inútil para la gente de su comunidad.

“Un gran problema aún con (la) TCEQ es que la información que comparten es demasiado densa y difícil de entender”, sostiene Treviño. “Necesitan comunicarse de una manera clara y con un lenguaje sencillo que pueda ser entendido por una persona promedio en la comunidad”.

Victoria Cann, portavoz de la TCEQ, dijo en un correo electrónico que la intención principal de su red de monitoreo es utilizar los datos recogidos para determinar el cumplimiento de las regulaciones federales, pronosticar las condiciones de calidad del aire, evaluar las tendencias de la contaminación y estudiar su impacto en la salud humana para informar las decisiones regulatorias.

En respuesta a las críticas de los activistas medioambientales y de los investigadores, Cann dice que el público puede utilizar la información que registran los monitores “para ayudarles a tomar decisiones sobre su exposición personal”, de acuerdo con las condiciones de la calidad del aire en su área. Asegura que la agencia ambiental ha mejorado la accesibilidad y que, el año pasado, publicaron un tablero con los niveles de contaminación del aire en forma de velocímetro, una herramienta que planean seguir mejorando.

En 2021, los puntos ciegos de la red de Texas quedaron al descubierto en un estudio financiado por la EPA. Durante un año, el Departamento de Salud de Houston investigó la calidad del aire en Cloverleaf, Channelview y Galena Park, y descubrió altas concentraciones de formaldehído, un gas incoloro e inflamable generado, entre otras cosas, por la fabricación de plásticos. Puedeirritar la piel, la garganta, los pulmones y los ojos; las exposiciones altas o repetidas pueden provocar cáncer.

El departamento de salud reveló que, desde el 27 de septiembre de 2019 hasta el 26 de septiembre de 2020, las concentraciones anuales de formaldehído en Cloverleaf eran 13 veces superiores al nivel máximo permitido por la EPA para la salud de las personas. En Galena Park, al lado de Cloverleaf, el nivel era siete veces más alto, mientras que en Channelview, también cerca de Cloverleaf, era cinco veces mayor.

Los investigadores pidieron a las autoridades de Texas endurecer las normas para reducir las emisiones de compuestos orgánicos volátiles y vigilar los niveles de formaldehído. En aquel momento, solo dos monitores en Galena Park y Deer Park medían formaldehído. Tres años después, el monitor más cercano a Cloverleaf sigue sin medirlo.

La agencia ambiental de Texas no tomó ninguna acción después del estudio. Cann, la portavoz de la agencia estatal, dijo que los niveles de formaldehído encontrados estaban por debajo del límite a partir del cual ellos toman acciones para una mayor investigación y, en esos niveles, “no se consideran causantes de efectos adversos para la salud en la población”. Añadió que sus niveles “se basan en una revisión de la ciencia más reciente” que los que establece la EPA.

El monitor de calidad del aire más cercano a Cloverleaf está a una milla de distancia y no es del estado. Pertenece a una red que montaron más de 30 empresas petroquímicas y comparte los datos con la TCEQ. Steve Smith, el presidente de la Houston Regional Monitoring (HRM), dice: “Sin duda hay un margen de mejora a la hora de divulgar, transmitir a la gente, a las comunidades, qué recursos existen, qué datos están disponibles. Eso siempre ha sido una lucha, en términos de intentar traducirlo en algo que todos podamos entender”.

Héctor Rivero, presidente y director ejecutivo del Consejo de Química de Texas, que representa a más de 200 instalaciones de fabricación de productos químicos, asegura que la industria “sigue firme en su apoyo a las iniciativas de control del aire en todo el estado”.

Organizaciones ecologistas, como Air Alliance Houston y Fenceline Watch, temen que la falta de información sobre la calidad del aire en otros idiomas impida a los habitantes saber cuándo es seguro salir a la calle. Y, si estos datos fueran accesibles y multilingües, dicen, les ayudaría a presionar a las autoridades para respirar un aire más limpio. Air Alliance ha instalado equipos de monitoreo del aire en algunos barrios del canal de navegación.

Volviendo a Cloverleaf, Lazo afirma que la información sobre la calidad del aire no ha llegado a su comunidad y que la gente está sufriendo las consecuencias. “No se presta atención a Cloverleaf”, dice. “No con la profundidad que (el estado) debería”.

Aire sucio, costos silenciosos en la “zona de sacrificio”

A pocas manzanas de la casa de la familia Lazo, está la de Canales, una mujer menuda con el pelo castaño rizado y la piel bronceada por el sol. Observa a sus hijos jugando con una pelota fuera de su casa móvil, rodeada por alambre de gallinero. “Aquí hay muchos olores”, dice Canales. “Los olores que se respiran son como de algo quemándose, como si estuvieran quemando plástico”.

Su pareja y sus tres hijos están sanos, dice, pero ella no. Agrega que desde que se mudó a Cloverleaf desde Honduras, ha desarrollado alergias, asma y un persistente dolor de garganta: “En mi país nunca tuve nada. Pero ahora que he venido a vivir aquí, a Cloverleaf, me pongo enferma más a menudo y voy al médico por ataques de asma”. Los ataques son como “un puñetazo en el estómago” que le roba el aire, describe. Combate los síntomas con té de manzanilla y un montón de medicamentos; en su pequeño bolso cuadrado lleva siempre un inhalador para el asma.

Sus dos hijas la cuidan durante los cuadros severos. “Mi madre tiene el asma tan fuerte que no puede ni respirar, y eso me hace sentir muy mal y triste porque es mi madre”, dice Ashley, de 10 años.

El asma es frecuente en Cloverleaf: 10,5% de los adultos la padecen, frente a la tasa media nacional del 9,7%. Los niños que viven en el Condado de Harris tienen una tasa del 8,9%, superior a la media estatal del 7%.

En 2023, en tan solo tres meses, Canales fue hospitalizada en dos ocasiones por esta enfermedad. La última vez, el personal del Hospital Houston Methodist de Baytown tuvo que sentarla en una silla de ruedas y conectarla a una máquina de oxígeno para que inhalara el medicamento por medio de una mascarilla. “No podía ni andar”, recuerda.

Cuando aparecen sus síntomas, acude a una clínica cercana, donde suele pagar menos de $20 por la consulta, pero cerca de $400 por los análisis y los medicamentos, más de lo que gana en una semana en el negocio familiar de fabricación de cajas de madera. No ha visitado a un especialista en asma porque no tiene cobertura médica, dice. 

El 54% de la población en Cloverleaf carece de seguro médico, según un estudio reciente del Condado de Harris, un porcentaje tres veces superior al estatal (16,6%).

Los estudios muestran que los casi 69.800 habitantes de Cloverleaf y Channelview, más de un tercio de ellos menores de 18 años, respiran uno de los aires más sucios del país. 

En su investigación “Estado del aire 2023”, la Asociación Americana del Pulmón calificó al Condado de Harris con una “F”, la peor letra de la escala, por los niveles insalubres de contaminación por material particulado y ozono.

Según un informe reciente de la organización de derechos humanos Amnistía Internacional, los habitantes de las zonas más próximas al Canal de Navegación de Houston, principalmente personas de color y de bajos ingresos, tienen una esperanza de vida 20 años menor que aquellas que viven en zonas más ricas y de mayoría blancas ubicadas a 15 millas de distancia. La organización califica la zona del canal de navegación como “zona de sacrificio” y critica tanto a la industria petroquímica por arrojar contaminantes tóxicos, como a organismos públicos como la TCEQ y la EPA por la laxitud en la supervisión del cumplimiento de sus propias normativas.

Harris también es uno de los condados con niveles más elevados de cáncer en Texas. El padre de Cristina Lazo, de 87 años y residente de Cloverleaf desde hace más de 20 años, es sobreviviente de cáncer de hígado.

Un estudio de 18 meses de duración, publicado en 2007 por la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Texas y el Departamento de Salud de Houston, encontró 56% más de casos de leucemia linfocítica aguda en niños que vivían a dos millas del canal de navegación, en comparación con los niños que vivían a más de 10 millas del canal. Aunque los científicos no relacionaron de manera directa el aumento de cáncer con la exposición a sustancias químicas peligrosas, sugirieron un segundo análisis que nunca se hizo.

Philip Lupo, médico epidemiólogo especializado en cáncer infantil de la Escuela de Medicina de Baylor y el Hospital de Niños de Texas en Houston, afirma que la genética por sí sola no puede explicar el número de casos de cáncer pediátrico en el área. “Es muy importante tener en cuenta el medioambiente”, dice en una entrevista en su oficina.

A pesar de albergar el mayor corredor petroquímico del país, Lupo afirma que en Houston no hay suficientes estudios que exploren los posibles vínculos entre la contaminación de origen petroquímico y el cáncer, ni dinero suficiente para llevarlos a cabo.

“Hay muchas líneas de evidencia que sugieren que el cáncer pediátrico tiene un componente medioambiental. Pero ha sido un problema intentar abordarlo”, explica. “Si un niño vive en una zona no tan contaminada, su probabilidad de exposición es menor por naturaleza”.

Estudios realizados en otros países han demostrado que las personas que viven cerca de plantas petroquímicas tienen un mayor riesgo de morir de cáncer de cerebro, vejiga y pulmones, así como de leucemia y mieloma múltiple.

Erandi Treviño recuerda la primera vez que oyó hablar del estudio sobre leucemia de la Universidad de Texas en Austin. En 2007, era una niña de quinto grado y vivía en Magnolia Park, cerca del puerto de Houston. Escuchó que la gente de su barrio y otras comunidades cercanas podrían morir de cáncer. “Me impactó pero lo dejé ir. Yo siempre quería proteger la Tierra pero no pensaba que era porque nos estábamos enfermando”, dice.

Hace tres años, cuando tenía ya 29 años, empezó a trabajar con EcoMadres, una organización de mujeres latinas dedicada a proteger a los niños de la contaminación. Treviño tiene dos sobrinas con alergias y afecciones respiratorias. Eso la llevó a su trabajo actual en la Coalición de Comunidades Portuarias Saludables, donde enseña sobre la calidad del aire y cómo abogar por un aire más limpio.

A sus 32 años, Treviño padece fibromialgia, un trastorno muscular que provoca dolor y fatiga. Los estudios demuestran que las personas con bajos niveles de tolerancia a los químicos son más propensas a la fatiga crónica. La activista dice que su cuerpo ha estado trabajando horas extra desde que era niña debido al aire contaminado.

“Los niños no pueden jugar afuera si huele feo o si está muy contaminado. No pueden ser niños”, dice Treviño con firmeza. “El efecto físico, mental y neurológico en sus cuerpos los seguirá por toda la vida, cuando estén grandes”.

Las lagunas del Estado en la vigilancia del aire

En enero de 2004, varios miles de personas en el Miller Outdoor Theatre del Hermann Park vieron cómo Bill White se convertía en el nuevo alcalde de Houston. En su discurso inaugural, White dijo que mejoraría la calidad del aire de la ciudad abordando problemas crónicos como la contaminación por ozono y benceno.

“En Texas creemos en los derechos de propiedad y nadie es dueño del aire salvo el público. Nadie tiene derecho a alterarlo químicamente ni a perjudicar a nadie, punto. Fin de la historia”, dijo White con su voz lenta y ronca.

La contaminación se había agravado en la ciudad —sobre todo en la creciente zona industrial del canal de navegación— y la información sobre la calidad del aire era tan escasa que grupos de vecinos construyeron sus propios dispositivos de medición caseros y de bajo costo, inspirados en el diseño del abogado Edward L. Masry, con quien trabajó la activista Erin Brockovich en California. La gente empezó a recoger muestras de aire utilizando botes de pepinillos y cubetas de pintura de plástico.

El Houston Chronicle publicó que eran como “un equipo de Nancy Drews modernas”, refiriéndose a la joven detective de la saga de misterio creada en los años treinta, porque anotaban en sus calendarios de cocina, junto a las citas con el médico y las actividades de la iglesia, los aromas que llegaban de las refinerías, describiéndolos como a olores a “nabo” o “esmalte de uñas”.

Ese mismo 2004, White compareció ante los comisionados de la TCEQ y criticó a la agencia estatal por la falta de datos, en tiempo real, sobre la calidad del aire en su página web.

El alcance de la contaminación industrial en la zona se puso de manifiesto en 2005, cuando una serie de cinco artículos del Houston Chronicle, titulada “In Harm’s Way“, descubrió que cuatro barrios estaban tan cargados de químicos tóxicos que era peligroso respirar. Colgando monitores de aire en juegos infantiles, ventanas, tendederos o azoteas detectaron altos niveles de benceno y del gas carcinogénico 1,3-butadieno (que huele a gasolina), lo que desencadenó un debate público.

Tras la investigación del periódico, White emprendió acciones legales contra Texas Petrochemicals Company, una empresa con un historial de infracciones ambientales tal, que se creía que era la fuente de los contaminantes elevados y peligrosos del aire en el este de Houston. La petroquímica accedió a firmar un documento comprometiéndose a reducir la emisión de 1,3-butadieno e instalar un sistema de vigilancia en su perímetro. Tras el acuerdo, la planta redujo esas emisiones en un 58%, según los informes.

En 2006, una investigación de la TCEQ reforzó lo que había descubierto el periódico: concentraciones elevadas históricas de benceno y de 1,3-butadieno en los monitores de Galena Park, Manchester y otras comunidades cercanas al canal de navegación.

Décadas antes de la cruzada de White, Texas era considerado pionero en el sistema de monitoreo del aire. En enero de 1972, un año después de que la EPA adoptara nuevas regulaciones con los seis contaminantes criterio, el estado instaló la primera estación de monitoreo continuo con resultados casi en tiempo real. Fue colocada en el aeropuerto del Condado de Jefferson, en Nederland, y medía el ozono. En el mismo año, Texas puso una estación igual al sureste de Houston.

Hoy en día, la red texana es una de las más grandes del país con 228 estaciones de monitoreo, incluidas 47 en Houston. Cuatro, contando la de Cloverleaf, son propiedad de la HRM. De todas, solo cuatro miden formaldehído.  

Smith dice que los monitores de la industria se instalaron para obtener sus propios registros sobre la calidad del aire para cuando soliciten permisos de expansión. Y para cubrir la necesidad de más monitores por parte de la TCEQ que, de acuerdo con Smith, está escasa de recursos. Las máquinas son caras, algunas cuestan hasta 500 mil dólares.

No todos los condados disponen de monitores. En la cuenca del Pérmico hay pocos aunque es la región productora de petróleo más grande y activa del país. Según respondió la TCEQ en un correo electrónico, los monitores los coloca de manera estratégica en el estado.

* * *

El sitio web de la TCEQ dispone de un informe diario que muestra los niveles de ozono y material particulado en las áreas metropolitanas de Texas, usando un sistema por colores: verde, amarillo y rojo. La base de datos contiene información en tiempo real de los contaminantes en el aire para la zona que seleccionaron los usuarios.

Pero los datos están organizados en hojas de cálculo y mapas de colores: un mar de cifras sin contexto que al final significan poco para alguien que no esté familiarizado con el tema.

“Ni siquiera mi esposa, quien ha presenciado muchas charlas sobre la calidad del aire por más de una década, sabe cómo leer los datos”, dice Ebrahim Eslami, investigador científico del Centro de Investigación Avanzada de Houston mientras señala un número en el sitio web de la TCEQ. “El ciudadano promedio no lo sabe. No se indica si 11 es malo o bueno o no lo sé”.

Eslami ha comparado el sitio de Texas con el de Luisiana, que indica a los usuarios, en la misma página en la que están las lecturas de calidad del aire, si un contaminante está presente en niveles superiores o inferiores a los permitidos, facilitando así su lectura.

En Cloverleaf, la casa de Lazo bulle de energía una tarde de diciembre: sus seis hijos están reunidos para las fiestas y ella ha colocado un imponente árbol de Navidad de color azul y plateado en el salón.

Lazo tiene curiosidad por saber más del sistema de calidad del aire exterior. Toma su teléfono y entra por primera vez a la página web de la TCEQ. Mira el mapa de Texas con las cejas levantadas: “Aquí nomás (veo) puros cuadritos. No voy a saber qué es lo que es si no explican ellos”.

La madre hace un acercamiento en la pantalla al monitor de aire de Cloverleaf. Luego, hace otro clic en una lista de contaminantes: benceno, 1,3-butadieno, ozono, tolueno. Los niveles aparecen en un gráfico similar a un velocímetro, pero no indican si son malos o buenos. “No lo entiendo en absoluto”, dice, frustrada.

Le gustaría poder leer esa información como un parte meteorológico del día, algo que todo el mundo entendería. Su gran deseo es uno solo: “Poder disfrutar más de la naturaleza con mis seres queridos, poder estar al aire libre”.

El sistema estatal de control de la calidad del aire también le ha fallado a las personas en Texas en los momentos más necesarios: durante accidentes industriales cerca de sus hogares. Según datos recopilados por la Coalición para Prevenir Desastres Químicos, un grupo de organizaciones que lucha por la justicia ambiental, en 2023 Texas registró 49 incidentes químicos, incluidos incendios, explosiones o emisiones tóxicas, el número más alto de todos los estados. Esta cifra triplica la cantidad de incidentes de 2022, año en el que se registraron 15.

El 17 de marzo de 2019, llamas altísimas y humo negro brotaron de Intercontinental Terminals Company (ITC), una planta de tanques químicos en la ciudad de Deer Park, junto al Canal de Navegación de Houston. Mientras los bomberos luchaban para extinguir el incendio químico, los habitantes en el área se preguntaban qué hacer.

Las autoridades de Deer Park aconsejaron a la población que se refugiara en sus casas en dos ocasiones: durante las 18 horas posteriores al inicio del incendio y, de nuevo, solo tres días después. ¿Por qué?

El comisionado del Condado de Harris, Adrián García, cuenta que solicitó al estado información que pudiera ayudar a responder las preguntas de los ciudadanos. Pero el monitor de calidad del aire de Deer Park más cercano al incendio ―que la agencia estatal denomina “una de las estaciones de control del aire más completas de la red de (la) TCEQ”― no registró datos de las sustancias químicas cancerígenas durante los primeros dos días de la catástrofe, porque el monitor no estaba funcionando.

Cann, la portavoz de la agencia, dice que una parte del monitor que lee y evalúa la calidad del aire “requería reparación” y tuvieron que hacer comprobaciones y calibraciones de control de calidad.

 

Para García, en cambio, Texas dejó al condado mal parado ante una crisis. Sintió que la TCEQ no estaba dando la información necesaria sobre la gravedad de la contaminación. Durante tres días, cientos de personas en Deer Park acudieron a las clínicas móviles de salud del Condado de Harris con mareos, ritmo cardíaco acelerado y dolores de cabeza. Los síntomas persistieron incluso cuatro días después de que el fuego se extinguiera.

Unas 11 horas después de comenzar el incendio, los investigadores de la TCEQ usaron monitores de aire portátiles para medir los compuestos orgánicos volátiles, el sulfuro de hidrógeno y el monóxido de carbono. En una cronología de los hechos que la agencia medioambiental presentó a los legisladores locales un mes después, solo describieron “ligeros olores”, sin detección de “lecturas preocupantes”.

“No tengo ninguna confianza en TCEQ porque yo sé que TCEQ está más disponible para trabajar y existir para la industria que para la comunidad”, sentencia el comisionado García en español.

Cinco días después del incendio, la EPA envió un laboratorio móvil que recorrió la zona durante los dos meses siguientes. Una investigación de The Texas Tribune de 2023 descubrió que esas unidades móviles captaron niveles peligrosos de benceno, aún después de que se levantaran las medidas de protección de salud pública.

El 31 de marzo de 2019, por ejemplo, dos semanas después de las primeras llamas, inspectores estatales y federales registraron todavía concentraciones elevadas de benceno en el aire de los barrios aledaños y cerca de una escuela primaria. Pero la autoridad texana no informó a la población sobre esos picos sino hasta la mañana siguiente.

El benceno provoca cáncer tras exposiciones reiteradas. Además de irritar la garganta, los ojos y afectar al sistema nervioso central cuando se inhala en grandes cantidades durante un breve periodo de tiempo. “Fallos como este no pueden producirse en tiempos de catástrofes medioambientales”, escribió Air Alliance Houston a la TCEQ cuando ITC solicitó la renovación de su permiso de operación. “Los miembros de la comunidad deben conocer perfectamente qué contaminantes hay en la atmósfera y los efectos que pueden tener sobre ellos”.

Los habitantes recurren al uso de sus propios monitores

En Galena Park, Juan Flores, de 46 años, afirma que dos acontecimientos importantes de su vida lo impulsaron a convertirse en activista: la muerte de su padre de un ataque al corazón, tras años de trabajar en una instalación petroquímica y padecer problemas respiratorios; y la enfermedad de su única hija, Dominique Soleil Flores, que nació con un teratoma, un tipo raro de tumor canceroso situado alrededor de uno de sus riñones. 

Dominique tuvo que someterse a ciclos de quimioterapia e intervenciones quirúrgicas para extirpar el tumor. Hoy, la niña de 8 años no tiene cáncer, pero Flores sigue preocupado por la salud de su familia y por las consecuencias de vivir cerca de las petroquímicas.

Flores dice que desconfía de las autoridades para el cuidado de la salud. Cuando ha llamado a la TCEQ por fuertes olores químicos, tardan horas o días en responder. Y cuando llegan, el olor suele haber desaparecido.

Hace 10 años se unió a Air Alliance Houston como organizador para enseñar a otras personas sobre la calidad del aire y la justicia ambiental. Él y otros organizadores impulsaron la creación de una red comunitaria para vigilar los niveles de contaminación. Estaba frustrado por la falta de información de la TCEQ durante el incendio de la petroquímica ITC. 

Flores y sus compañeros preguntaron a los dueños de viviendas, negocios e iglesias de Galena Park si podían instalar un tipo de monitor más sencillo para medir los contaminantes. Lograron colocar el primero en 2020. Desde entonces, el grupo ha puesto casi 30 equipos en Galena Park, Channelview y otras comunidades cercanas al canal de navegación. Los monitores que miden material particulado cuestan aproximadamente 300 dólares y los que evalúan compuestos orgánicos volátiles, óxido de nitrógeno y ozono rondan los 11 mil.

 

La organización publica en internet los datos que captan sus monitores usando un sistema de códigos por colores: verde para buena calidad del aire, amarillo para moderada (lo que significa que puede ser peligroso para personas con afecciones respiratorias), y rojo para muy insalubre.

“La educación es la clave”, dice el activista. “(Las personas) saben que hay una refinería, pero no saben a qué se dedica. Y no saben cuáles son los efectos para la salud”.

De abril a diciembre de 2022, los equipos de monitoreo comunitario en Galena Park registraron niveles de dióxido de nitrógeno más de 3.000 veces por encima del nivel permitido por la EPA. El óxido de nitrógeno puede causar inflamación y daños en el sistema respiratorio. Los monitores registraron además niveles de ozono 850 veces por encima de los límites nacionales. El ozono puede irritar los pulmones y las vías respiratorias y desencadenar ataques de asma.

“Definitivamente vemos que los picos rojos (altos) ocurren mucho”, dice Anthony D’Souza, que trabaja con Flores en Air Alliance Houston como coordinador de investigación y política.

Flores guía a vecinos y periodistas en “visitas tóxicas”, conduciendo su camioneta por las calles en los barrios donde las casas están situadas frente a imponentes refinerías. El año pasado, organizó un tour en bicicletas con disfraces como lo harían el día de Halloween; los ciclistas recorrieron los sitios de monitoreo de calidad del aire en Galena Park y Jacinto City para aprender más sobre la contaminación y cómo funciona el monitoreo.

“La calidad del aire es un tema difícil”, dice Flores con un dejo de frustración. “Cuando hablas con alguien sobre contaminación, hablas de ozono, hablas de sustancias químicas, la gente no lo entiende”.

Flores considera que los datos que generan dan poder, porque validan las preocupaciones de la comunidad. Por ejemplo, en las audiencias de permisos ― en las que la TCEQ solicita comentarios del público sobre la instalación o expansión de una planta industrial ―, las personas pueden señalar el número de veces que los monitores comunitarios han registrado alertas rojas y especificar si estas se correlacionan con los días en que se han enfermado.

Antes solo podían hablar de sus dolores de cabeza, mareos o falta de aliento sin tener las pruebas, señala Flores. Ahora, pueden respaldar lo que dicen con cifras, aunque la TCEQ las descarte porque no provienen de los monitores estatales.

“Siempre era nuestra palabra contra la de (la TCEQ)”, dice el activista con orgullo. “Después construimos esta nueva red de monitoreo del aire. Ahora tenemos nuestra prueba”.

La pregunta es si Cloverleaf podría ser el siguiente. “Hay una gran necesidad en Cloverleaf de organizarse. Esa comunidad lleva años desatendida”, analiza Flores.

En el parque cercano al hogar de la familia Lazo, Alina juega a las escondidas y, de tanto correr, el delgado cabello castaño se le suelta de la trenza. Transpira y no para de reír. Su madre la llama porque es hora de volver. “¡Alina!”, le grita a su hija que va de un lado a otro. Lazo la persigue en la bicicleta. “Alina”, le dice con ternura cuando por fin la alcanza y la sube al asiento. La niña tose y los ojos lucen irritados. Pedalean de vuelta en la noche y, al llegar, cierran bien el portón de alambre. Mañana, otra vez, deberá jugar solo dentro de casa.

Wendy Selene Pérez es periodista de investigación independiente. Es reportera, editora y productora documental. Sus trabajos exploran temas de justicia social, corrupción e inmigración, entre otros. Ha escrito para medios de México, Argentina y Estados Unidos. Sus reportajes han sido publicados en El País, Animal Político, Al Día Dallas, The Dallas Morning News, Proceso, Gatopardo, The Baffler, Vice y Newsweek. Tiene una Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés-Clarín-Universidad de Columbia. Recibió dos veces el Premio Nacional de Periodismo en México y dos veces el Premio Breach/Valdez de Periodismo y Derechos Humanos.

Alejandra Martínez se unió a The Texas Tribune en el otoño de 2022 como reportera medioambiental. Ha cubierto el impacto de las instalaciones petroquímicas en las comunidades latinas y afroamericanas, incluyendo la investigación de un incendio químico en una planta industrial. Además, ha explorado temas relacionados con el cambio climático, tales como los efectos en la salud del calor extremo y la manera en la que los largos períodos de sequía afectan los recursos hídricos en Texas. Anteriormente, Alejandra fue reportera en KERA asignada a la cobertura de rendición de cuentas. Comenzó siendo parte de Report for America y luego cubrió el Ayuntamiento de Dallas. Antes de eso, trabajó como productora asociada en WLRN, la emisora de radio pública del sur de Florida. Estudió periodismo en la Universidad de Texas, en Austin, y realizó una pasantía en KUT y Latino USA de NPR. Es oriunda de Houston, Texas, y habla español con fluidez.

Danielle Villasana es una fotoperiodista que reside en su ciudad natal de Houston, Texas. Su trabajo está enfocado en temas de derechos humanos, género, poblaciones desplazadas y salud en las Américas. Es la ganadora de la beca Alexia Grant Professional 2022, exploradora de National Geographic, galardonada por la Fundación Magnum, becaria de Women Photograph y del IWMF y exalumna del taller Eddie Adams Workshop. Con una firme convicción de lo que puede alcanzar la fotografía combinada con la educación y la comunidad, cofundó We, Women, y es miembro de la mesa directiva de Authority Collective y del equipo comunitario de The Everyday Projects, además de coautora de la Declaración de Derechos Fotográficos. También es miembro de Women Photograph, Diversify Photo y Ayün Fotógrafas.

Go Nakamura comenzó su trayectoria como fotógrafo de bodas en Honolulu, Hawái, en 2006. En 2009, se mudó a la ciudad de Nueva York y se dedicó a la fotografía documental y de noticias. Trabajó como fotógrafo independiente  para el New York Daily News en 2015. Desde entonces, ha ampliado su trayectoria, trabajando de manera independiente para medios de renombre como The New York Times, The Wall Street Journal, Thomson Reuters, Getty Images, Bloomberg Business, The Texas Tribune y Houston Chronicle. Enfocado en abordar problemas sociales urgentes, el trabajo de Go tiene como objetivo aprovechar el poder de las imágenes visuales para lograr el máximo impacto. Su fotografía ha sido aclamada internacionalmente, incluyendo premios como Fotos Internacionales del Año (POYi, por sus siglas en inglés) y Lo Mejor del Fotoperiodismo (BOP, por sus siglas en inglés). En 2021, formó parte del equipo de Getty Images que fue finalista del Premio Pulitzer en la categoría Fotografía de Reportaje.

Greta Díaz González Vázquez es una periodista multimedia que trabaja en México y Estados Unidos. Greta cuenta historias narrativas bilingües a través de audio, video y fotografía. Su trabajo se enfoca en violencia de género, ciencia y poblaciones vulnerables. Originalmente del centro de México, Greta ha trabajado en radio pública y como periodista independiente para medios sin fines de lucro. Su periodismo ha sido reconocido con múltiples premios nacionales y estatales en su país de origen.

Jimmy Evans es documentalista, periodista y licenciado por la Universidad de Florida. Sus películas tratan temas medioambientales y se han presentado en festivales de cine de todo el país, así como se han emitido en cadenas como la PBS. Actualmente, Jimmy es asistente de edición de video en Environmental Health News y su trabajo se centra en historias de salud medioambiental en el área de Houston, Texas. 

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