Un día como este 29 de abril, hace 25 años estalló en Los Ángeles la más devastadora revuelta civil de la historia moderna. La violencia se inició en el Sur Centro de Los Ángeles, California, al trascender que un jurado de mayoría blanca exoneró a cuatro policías implicados en la brutal golpiza al automovilista afroestadunidense, Rodney King. Después de cinco días de incendios, balaceras y saqueos, el trágico saldo fue de unas 60 muertes, más de 11 mil detenidos, más de 2 mil lesionados y mil millones de dólares en daños materiales. Nuestro corresponsal en Los Ángeles, Rubén Tapia, él mismo testigo ocular de esos hechos entonces, recorrió esta semana la zona del desastre y recogió testimonios de vecinos que reviven con sus memorias esos días de miedo, angustia y destrucción.
Los disturbios de Los Ángeles, California, sorprendieron en su casa a Reina Villatoro, una asistente médica, ya que no había ido a trabajar ese día. Cuando vio las primeras imágenes de violencia por la televisión, a toda prisa, se subió a su auto y manejó hasta el área Sur central de la ciudad.
“Yo manejé porque mi madre y mi hermano vivían allí y yo tenía miedo de
que a mi familia le fuera a pasar algo. Y salgo con mi carro. Las luces de la calles estaban todas apagadas. Las gentes brincaban sobre de uno. Corrían, quebraban vidrios de las tiendas. Se iban y seguían corriendo a otras tiendas. Era un desorden incontrolable”, recuerda Villatoro.
Para su fortuna su madre y su hermano sólo estaban asustados. La violencia no había tocado a su familia ni el barrio donde vivían.
“Y como yo soy asmática, me dije, cierro mis vidrios y me regreso como sea para mi casa, pero ya sé que mi familia está bien”
Sonido interior de una tienda de abarrotes…
Silvestre Tobar, despacha en un negocio de abarrotes en el área Sur Central. Este negocio, pero con diferente dueño ahora, fue uno de los miles de pequeños negocios que hace 25 años fueron saqueados y quemados. En ese tiempo trabajaba en una fábrica de costura en el centro de Los Ángeles. Cuando Silvestre llegó a su casa, se dirigió a una lavandería automática a lavar su ropa sucia. Estaba a la mitad de la faena cuando escuchó unos gritos que venían de la puerta.
“Entró el ‘security’ con la pistola en la mano y dijo: ‘Todo el mundo afuera’. No sabíamos qué estaba pasando. Los comentarios de que había un carro según que iba a balacear allí, porque enseguida estaba una licorería. Entonces sacamos la ropa que estaba así mojada y así nos fuimos”
En los próximos días, recuerda que su barrio parecía una zona de guerra:
“Ya todo el humo y las sirenas y todo lo demás… Miré un carro con los militares y yo ya no salí”
En la madrugada del 30 de abril, a don Nicolás Zabala le robaron la camioneta que usaba para trabajar como jardinero para sostener a sus 6 hijos pequeños, recuerda su hija Lupe, quien entonces tenía 11 años.
“Allí en la 43th y la Broadway le robaron la ‘troca’ a mi papá, los ‘cholos’, para irse a robar las cosas del Rite Aid”, dijo Lupe.
Un día después encontraron la camioneta abandonada cerca de la casa, dice Guillermina Zabala, mamá de Lupe.
“En la troca atrás en la cajita, había muchas ‘coras’ (quarters), ‘pennys’, de que habían robado las tiendas; las habían saqueado. Las tienditas de los chinitos estaban saqueadas. Gran quemazón y gran arguende que había pues. Uno se espanta y dice bueno pues, ¿qué está pasando? De ver tanta cosa tan fea y pues ya nos metimos a la casa y por cinco días, si”, señala Guillermina Zabala.
Cuando producto de las quemazones se interrumpió la luz eléctrica en toda la zona, Lupe recuerda que fue a comprar unos cerillos a una pequeña tienda de abarrotes localizada en el barrio, para alumbrarse con unas velas cuando oscureciera. El dueño era un coreano.
“Y yo le iba a pagar unos cerillos al chinito, pero el chinito dijo; no, agarren lo que quieran. Lo único que quiero es que no me vallan a quemar mi tienda. Lo bueno es que no le quemaron nada”
Pero muchos otros negociantes coreanos, latinos y afroamericanos, no corrieron con la misma suerte.
“Recibí varias llamadas de mis clientes que me decían que estaban saqueando mi lugar”, recordó Elodia.
Elodia era la propietaria de un pequeño salón de belleza. Lo pudo comprar con sus ahorros y préstamos familiares. Ya tenía dos años con él y empleaba a cuatro trabajadoras. No le iba mal, dice:
“Ni siquiera sabía lo que estaba pasando por lo de Rodney King, porque me la pasaba tan ocupada que ni me daba tiempo de escuchar la radio ni ver las noticias”
Su salón de belleza estaba localizado en un pequeño centro comercial con cuatro negocios, dos de latinos y dos de un coreano; uno de ellos era un ‘mini market’ que estaba siendo asaltado por unos cuatro pandilleros afroamericanos.
A Elodia la acompañaba su esposo:
“Sólo miré que estaban atacando a la ‘marqueta’. Nos espantamos, despaché a la última persona que tenía allí y nos venimos a la casa mejor”
Cuando le llamaron sus clientes para informarle que estaban saqueando su negocio, así les respondió:
“Yo le decía que primero estaba nuestra vida, nuestra salud, y que lo material después se puede recuperar con el tiempo”
En la madrugada del siguiente día, el esposo de Elodia fue a recuperar los restos de su negocio, y en eso llegaron agentes del Sheriff.
“Le dijeron que qué estaba haciendo allí. Pensaban que era uno de los saqueadores”, relata Elodia.
Afortunadamente no lo detuvieron. Días más tarde el centro comercial fue arrasado por el fuego. Elodia no tenía seguro, no buscó ayuda del gobierno y jamás recuperó los 10 mil dólares que le costó su negocio. A 25 años de distancia, del pequeño y prometedor centro comercial sólo queda un lote baldío. Elodia reflexiona:
“Me da tristeza mirar que no han levantado el edificio. Y también me da tristeza que haya pasado todo eso. Quedamos muy mal parados también nosotros en este país, como latinos. Ahora hasta ladrones, porque empezaron a saquear negocios sin tener por qué”