De Johanes Roselló, Reporting on Health Collaborative
A sus 11 años, Jennifer Barajas dice que tiene el corazón roto. Con sólo comenzar a hablar de su padre, Ramón Salvador Barajas, que está en proceso de deportación, la sonrisa de Jennifer desaparece de su rostro.
“El día que lo agarraron yo lo esperaba y lo esperaba y miraba que él no llegaba y me ponía más triste. Y ya tenemos seis meses sin él y no quiero pasar más tiempo sin él, porque todos nos sentimos solitos”, dijo la niña mexicana.
Desde el 28 de mayo del año pasado, cuando la policía arrestó al padre de Jennifer en un retén en Forest Park por no tener licencia de conducir, la vida de la niña, su madre y sus hermanos menores dio un vuelco.
“Lo más difícil es no tenerlo a él, porque nosotros ya estábamos impuestos a su hora de trabajo que el llegaba, los niños corrían se le abrazaban, igual yo”, dijo Reyna Paniagua, madre de Jennifer. “Tengo ratos tranquila, pero tengo ratos de depresión, las noches no las puedo dormir, tengo muchísimos nervios, estoy alterada de los nervios”, manifestó la madre de Jennifer, que además tiene otros tres hijos ciudadanos estadounidenses.
La madre dice que los pequeños no pueden dormir bien, se levantan gritando en la noche, incluso la mayor ha requerido de la ayuda de un psicólogo, referido por su escuela, donde la han observado afligida y llorosa.
La situación de la familia Barajas no es extraordinaria. En Georgia son muchas las familias que han sufrido por las deportaciones, en la mayoría de los casos, del jefe de familia.
Entre 2008 y 2013, la oficina del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) en Atlanta –que también cubre a Carolina del Norte y Carolina de Sur– deportó a 114,590 personas y ocupó el séptimo lugar entre las jurisdicciones con más expulsiones durante estos años. Los expertos consultados por este medio aseguran que la mayoría de los deportados tienen hijos.
Esto conlleva no solo una carga emocional a la madre y los hijos que se quedan solos, sino también la pérdida del sustento, el riesgo de perder la vivienda y la falta de recursos para suplir las necesidades más básicas.
Un diagnóstico común
De acuerdo con expertos consultados por MundoHispánico la separación forzosa que viene por la deportación de un familiar sacude la estabilidad emocional de los que se quedan.
“La experiencia de una deportación de un ser querido es común que resulte en una depresión clínica”, explicó Rocío Woody, fundadora de The Road to Recovery, una clínica que desde 1995 ofrece servicios psicológicos a muchos inmigrantes. Woody es una experimentada psicoterapeuta que se ha enfocado en servicios ajustados al idioma y la cultura de sus clientes.
De acuerdo con la terapista peruana, las personas que enfrentan esta experiencia sufren sentimientos de desesperanza, impotencia, ira, frustración, pérdida de la libertad y de su derecho a elegir.
“He visto bastante depresión, sentimientos de pesimismo. Otra cosa que he visto es una ansiedad deprimida, en que la persona a veces no sabe qué hacer con ella misma, donde se enoja muy rápidamente, se pone bastante irritada y entonces le empieza a afectar a los niños”, comentó el psicoterapeuta Alonso Romero.
Romero, de origen colombiano y con 20 años de práctica, ve muchos inmigrantes afectados por la separación familiar y los evalúa, con el fin de demostrar sufrimiento extremo e inusual en las cortes de inmigración, buscando que los jueces cancelen la deportación.
Además de estos expertos, investigaciones realizadas en todo el país avalan la existencia de consecuencias emocionales ocasionadas por las deportaciones.
De acuerdo con el estudio ‘Voices: Exploring the Experiences on Non-Mental Health Professionals working with Mexican Immigrants Affected by Deportation’, de New Mexico State University y Marymount University, el “sufrimiento, ansiedad, dolor, miedo y trauma” son sentimientos comunes de las familias separadas por las leyes migratorias.
Para los padres e hijos que se quedan en el país sin el ser querido que fue deportado, “el sueño americano se vuelve pesadilla”, según este informe.
Estos efectos también son avalados por The Urban Institute, que en 2010 publicó su informe Children in the Aftermath of Immigration Enforcement, que exploró la experiencia de más de 100 niños afectados por la separación familiar en cinco ciudades del país en los que notaron cambios adversos en la alimentación y patrones de sueño, llanto, miedo, ansiedad, enojo y agresividad.
De acuerdo con Woody, en su oficina ve un promedio de dos de estos casos por día. Al año atiende unas 480 familias bajo estas circunstancias, sea que su familiar fue deportado o está en proceso de ser expulsado del país.
Muchos de los casos que atiende la psicoterapeuta son referidos por abogados de inmigración y la mayoría de sus clientes viven en Georgia. Entre las nacionalidades más comunes que sirve están los mexicanos, los hondureños y salvadoreños.
La abogada de inmigración Carolina Antonini, de la firma Antonini & Cohen Immigration Law Group, que desde 1996 funge como litigante, ha sido testigo de los efectos en la salud mental de la familias en proceso de la deportación de un familiar o posterior a esta.
“En niños vemos una situación donde hay casos de depresión, donde nunca había depresión previamente, casos de ansiedad, casos de miedo hacia figuras de autoridad. Situaciones donde tenemos niños que se ponen a gritar o a esconder cuando ven policías”, comentó Antonini, que también ha visto los daños que causa esta situación a los padres.
“Tengo clientes que tres minutos después de sentarse empiezan a llorar, sin poder controlarse del estrés que causa el problema migratorio en la vida de ellos”, comentó.
Duro golpe a los niños
A los hijos de padres deportados, la experiencia de la separación familiar les roba la estabilidad.
A Jennifer, por ejemplo, su profunda tristeza ha irrumpido en su rutina escolar.
“Yo me pongo a llorar porque yo pienso que mi papá no está conmigo y yo siento que en cualquier momento él puede venir y estar ahí en frente de mí, pero cuando yo veo la puerta y yo miro que él no está ahí, me pongo triste”, dijo la niña
La guatemalteca Dionila Roblero también vivió esta experiencia hace un año, cuando su esposo fue deportado, luego de ser detenido en Norcross y puesto en proceso de deportación por ser indocumentado.
“Si había algo en mi corazón que me dolía todos los días era escucharlos a ellos que me dijeran ‘no cierres la puerta, mi papi va a llegar’, eso fue bien difícil los primeros días”, comentó Roblero.
La guatemalteca de 32 años recuerda que sus pequeños Erick y Daisy, de 5 y 4 años, respectivamente, no comían, ni dormían bien y se enfermaron.
“Daisy se levantaba a medianoche gritando y a veces no quería ni escuchar que dijeran papá”, recordó la madre, que además tiene una bebé de un año y cuyos tres hijos son ciudadanos estadounidenses.
Los efectos de la separación familiar no solo se perciben en el hogar, pues a veces hasta trascienden las paredes de las casas donde habitan estas familias.
De acuerdo con Laura Marantz, consejera escolar en Berkeley Lake Elementary School, cada año atiende a más niños que sufren por las separaciones familiares. La docente compara la experiencia de la deportación con la muerte o un divorcio de sus padres.
“Los niños experimentan angustia de muchas maneras, se sienten conmocionados, entran en negación, se pueden sentir ansiosos, deprimidos”, dijo Marantz.
En la escuela les cuesta mucho concentrarse, se enojan con facilidad y hasta se ponen agresivos, lo que en ocasiones les puede traer problemas de disciplina, asegura la consejera.
Para Rosalba Peña, que trabaja como intérprete en Norcross High School, la experiencia de los hijos de Roblero es común en muchos alumnos que ella ha atendido.
“He notado su depresión, que se quedan completamente desamparados, empiezan a fallar en sus clases, empiezan a fallar en su asistencia”, comentó la mexicana, que estima que en los pasados tres años ha visto un aumento en el número de niños que enfrentan esta situación y que en promedio ha atendido a 40 estudiantes en estas circunstancias.
Peña explicó que muchas veces los maestros no entienden las razones por las que los estudiantes comienzan a fallar y piensan que los jóvenes simplemente no se están esforzando.
“Cuando empezamos a investigar nos damos cuenta de que en realidad han perdido un papá o una mamá porque los han deportado por manejar sin licencia”, sostuvo.
Para los hijos adolescentes que experimentan la deportación, su rol en la familia en muchas ocasiones cambia, una vez el padre ya no está presente o la madre tiene que salir a trabajar.
“Van a la casa a cocinar para sus hermanos menores, los alimentan, hacen las asignaciones con ellos, es como ser un padre cuando tienes entre 14 y 19 años de edad”, dijo Consuelo Rosas, un enlace con los padres en la escuela Osborne High School, en Marietta.
“Es difícil para ellos tener una vida de adolescentes, cuando tienen que convertirse en adultos una vez llegan a la casa”, agregó Rosas, que dijo que en sus tres años laborando en esta escuela ha atendido a cientos de niños que pasaron por la deportación de un padre.
En muchas ocasiones incluso, estos jóvenes tienen que trabajar medio tiempo mientras estudian para poder sostener a sus familias, dijo Peña, quien lleva 10 años laborando en Norcross High School.
Jefas de familia
Reyna Paniagua, madre de Jennifer, afirma que ha bajado más de 15 libras en los meses angustiosos que ha pasado tras el arresto y encarcelación de su esposo.
Su temor por lo que le depara a su familia la llevó a buscar tratamiento médico y actualmente toma medicamentos para la ansiedad, pero asegura que no son suficiente para sentirse bien.
“Yo estoy que ya no puedo con la situación. Yo no tengo el valor de estar sola, me siento bien nerviosa, alterada y no puedo dormir”, sostuvo Paniagua entre lágrimas.
La mexicana dice que necesita buscar ayuda de un psicólogo.
“Dicen que es caro, yo no tengo para ir, no sé donde habrá uno, pero sí me gustaría que me ayudaran y poder recibir ayuda psicológica”, aseguró.
Su apoyo han sido amigos y el sacerdote de su iglesia. “Siento que ya no puedo más, tengo ratos que mejor me quedo aparte sola, llorando, trato de que ellos (los niños) no me vean, pero es imposible”, expresó.
La vida no se acaba
Para familias como los Barajas, la esperanza sigue viva. Jennifer rogaba que el 6 de enero pudiera recibir un regalo de Día de Reyes: un abrazo de su padre, que ese día tenía una audiencia en una corte de inmigración.
Para los Roblero, la angustia se ha vuelto resignación. Dionila ha encontrado en la venta de comida y cuidado de niños en su casa una forma de mantener a sus tres pequeños.
A pesar del dolor que siente y de sentirse desamparada y deprimida, el amor que siente por sus hijos, su fe en Dios y el apoyo de su iglesia la ayuda a mantenerse firme.
“Gracias a Dios yo pude poner los pies sobre la tierra y dije ‘tengo que ser fuerte por mis niños, tengo que estar aquí por ellos y tengo que estar sana por ellos’. Es bien difícil, pero aquí estamos”, dijo con lágrimas en sus ojos.
Esta historia fue posible gracias a un proyecto de The National Health Journalism Fellowship, un programa de la Escuela Annenberg de Periodismo de USC.
Sobre Vivir en Las Sombras: Este proyecto es el resultado del Reporting On Health Collaborative (Informe en Colaboración sobre la Salud), en el que participan Mundo Hispánico en Atlanta, New America Media en California y Nueva York, Radio Bilingüe en Oakland, WESA Pittsburgh (afiliada de NPR) Univisión Los Ángeles (KMEX 34); Univisión Arizona (KTVW 33) y ReportingonHealth.org. Este proyecto en colaboración es una iniciativa de The California Endowment Health Journalism Fellowships de la Facultad Annenberg de Comunicación y Periodismo de la University of Southern California.
¡Sus opiniones y comentarios son bienvenidos! Por favor comparta sus pensamientos e ideas acerca de Vivir en Las Sombras. Tú también eres parte de la historia y te invitamos a compartir tu perspectiva y experiencias escribiendo a immigranthealth@reportingonhealth.org. También puedes llamarnos al (213) 640-7534 o compartir una conversación sobre estos temas en Facebook a https://www.facebook.com/immigrantshealth y Twitter a @immighealth.