De Erika Beras, Reporting on Health Collaborative
Una tempestuosa mañana de enero, Leslie Bachurski se encuentra trabajando en la oficina de Northern Area Multi Service en Sharpsburg, Pennsylvania.
Bachurski, asesora del sistema de salud, trabaja en esta agencia de reasentamiento a fin de ayudar a los refugiados que no hablan inglés a inscribirse en planes de seguro de salud.
Su primera cita del día es Birkha Tamang, refugiado butanés de 42 años que hace 16 meses que llegó a Estados Unidos con su esposa e hijos. Es el único de la familia con trabajo y el único sin cobertura de salud.
Mediante el uso de un intérprete nepalés, Tamang le presenta a Bachurski los talones de sus cheques de pago. Después de intercambiar información y hacer algunos cálculos, Bachurski determina que los ingresos de Tamang son levemente superiores a los máximos establecidos.
«Lamentablemente en este caso no hay expansión para la asistencia médica, tendríamos que buscar tarifas por el costo total, por lo tanto, es probable que un plan de seguro le cueste 200 dólares o más», le informó al intérprete, quien hizo una larga pausa antes de comunicar la decepcionante noticia a Tamang, que esperaba con ilusión.
Los primeros meses en la vida de un refugiado en EE. UU. están cargados de nuevas experiencias. Y también de visitas al médico. Toda la atención inicial está cubierta por los servicios de asistencia médica federal. Pero cuando finaliza esa cobertura, los refugiados pueden seguir teniendo problemas de salud pendientes y no tener la posibilidad de pagar por la atención necesaria.
El gobernador Tom Corbett no ampliará los beneficios de Medicaid este año en Pennsylvania. Se calcula que más de 600.000 personas podrían beneficiarse de la ampliación de Medicaid, pero para las personas como Tamang, que se enfrentan a esta decepcionante realidad, incluso el plan de seguro más económico les significa un costo muy alto.
Tiene que pagar alquiler, la cuenta del gas y de la electricidad, además de todos los costos para mantener a una familia de cuatro integrantes. Y junto con todas esas cuentas, hay otras cosas que también le gustaría tener. Necesita un teléfono para poder llamar al hogar, pero eso significa que su esposa también necesitaría un teléfono. Por ahora, sólo pueden pagar uno.
Tamang se retira y la siguiente cita que ingresa a la oficina que usa Bachurski es una pareja joven butanesa. Ellos tampoco cumplen con los requisitos para recibir el subsidio ni pueden comprometerse a pagar un plan. Se retiran con folletos sobre clínicas de la zona que ofrecen servicios gratis de atención de la salud.
Los asesores del sistema de salud como Bachurski afirman que ésta es la situación en que se encuentran muchos refugiados. Ya están sin seguro, y si no se lleva a cabo la ampliación de Medicaid, permanecerán sin seguro.
Nuevo hogar, nuevas dificultades
Mira Chhetri conoce muy bien el peligro de no contar con seguro de salud. Chhetri, de 23 años, llegó a EE. UU. con su esposo hace un par de años, después de pasar la mayor parte de su vida en campos de refugiados en Nepal.
Durante sus primeros meses en el país, le extirparon quistes en los ovarios. El procedimiento fue costoso, pero al igual que el resto de su atención médica en ese momento, contó con la cobertura del servicio de asistencia médica federal para refugiados.
Todos los refugiados tienen cobertura de atención médica durante los primeros ocho meses al llegar a EE. UU. Pero una vez que finaliza ese período, si no cumplen con los requisitos para recibir Medicaid o beneficios por discapacidad, o no tienen un empleo que les ofrezca atención médica, quedan fuera del sistema.
«Después de ocho meses son como cualquier estadounidense pobre o de bajos ingresos», señala Leslie Aizenman, a cargo de los Servicios a Refugiados de Jewish Family and Children’s Services, una de las cuatro agencias locales responsables por aclimatar a los nuevos refugiados a Pittsburgh.
Una vez que finalizó el período de asistencia médica, Chhetri y su esposo quedaron sin seguro. Ambos ganaban ingresos levemente superiores al mínimo – demasiado para recibir Medicaid. Chhetri todavía tiene cirugías pendientes.
«Sé que ya tengo quistes en los ovarios y es por eso que siento tanto dolor», dice.
Según Aizenman, durante esos primeros ocho meses, se pueden diagnosticar los problemas y comenzar con el tratamiento.
«Muchas de estas personas pasaron toda la vida o por lo menos el período en los campos de refugiados sin atención médica, y en los últimos ocho meses no se pudieron atender todas sus necesidades de salud», señala.
El Departamento de Estado de EE. UU. establece las pautas sobre lo que las agencias de reasentamiento deben brindar a los refugiados. Pero en lo que respecta a la atención médica, Aizenman afirma que queda abierto a interpretación.
«Sobre la atención médica hay tres oraciones acerca de lo que debemos hacer para los refugiados que llegaron recientemente al país», dice.
Las agencias deben asegurarse de que los refugiados realicen un examen médico de ingreso durante los primeros 30 días, y deben atender los problemas médicos graves.
En Pennsylvania, antes del año 2009, ni siquiera existía un examen médico estandarizado. Los médicos generalmente realizaban exámenes para detectar tuberculosis, parásitos y enfermedades de transmisión sexual. También se aseguraban de que los refugiados recibieran las vacunas pertinentes.
Pero en el año 2009, el Departamento de Salud de Pennsylvania examinó lo que otros estados estaban llevando a cabo y creó un examen de control estandarizado. El examen de Pennsylvania tomó como modelo el examen de Minnesota. En los últimos dos años se añadió al examen el componente de salud mental.
Aunque se realizan preguntas sobre la salud mental en el examen de control, los refugiados recientemente arribados pueden contestar las preguntas de la manera en que piensan que los encargados de casos o los médicos quieren que las contesten. Esto significa que es posible que encargados de casos no detecten problemas de salud mental hasta que sea demasiado tarde para que los refugiados puedan comenzar un tratamiento bajo la cobertura inicial de salud.
Con el tiempo se manifiestan problemas graves, afirma Barbara Murock, que trabaja para el Departamento de Servicios Humanos del Condado Allegheny.
«Observamos que con frecuencia los refugiados que están aquí al principio posiblemente no manifiestan ningún síntoma», afirma. «Aunque siempre digo que seis meses después del reasentamiento es entonces cuando los síntomas de problemas de comportamiento pueden comenzar a ser visibles a otras personas».
Pero para entonces, ya se está finalizando la cobertura de salud.
Incluso con atención, no es suficiente
En el año 2010, el Squirrel Hill Health Center en Pittsburgh estableció un acuerdo con el Departamento de Salud del estado y comenzó a brindar servicios a una mayor cantidad de refugiados. Una mañana reciente del mes de enero, Alla Puchinsky se encuentra en su abarrotada oficina de una de las agencias de reasentamiento, la agencia de Jewish Family and Children’s Services. Puchinsky llegó a Pittsburgh como refugiada de Rusia a comienzos de la década de 1990. Ahora es encargada de casos de refugiados.
Uno de sus desafíos más grandes, señala, es ayudar a los refugiados después de que finaliza el período de cobertura de salud.»Es un problema enorme después de los ocho meses», afirma.
En esta mañana en particular, Puchinsky se encuentra ayudando a una familia joven que llegó al país hace cuatro días desde Iraq.
Está preparando a la familia para llevarla a Squirrel Hill Health Center a realizar el primer examen médico.
Los médicos del centro señalan que cuando los refugiados llegan con escasos antecedentes médicos y poca atención de salud previa, lleva tiempo realizar un diagnóstico. También se requiere de mucho trabajo por parte del encargado del caso para que los refugiados reciban los servicios de atención médica, lo que se vuelve más complicado todavía cuando quedan sin seguro.
En el caso de Mira Chhetri, tanto ella como su esposo se han cambiado de trabajo varias veces en los últimos dos años, obteniendo y perdiendo la cobertura de salud según los empleos.
Además del pronunciado dolor físico que debía soportar, Chhetri intentó suicidarse en febrero, mientras se encontraba sin seguro de salud. Pasó unos días en el Western Psychiatric Institute and Clinic. Luego recibió una factura por más de 8.000 dólares por atención médica.
«Estoy otra vez deprimida, ¿cómo voy a pagar todo este dinero?», dice.
El encargado del caso de Chhetri de Northern Area Multi-Service Area encontró un programa del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh que exoneró todos los costos menos 2.000 dólares. Chhetri está pagando esto resto en cuotas, lo que igual le resulta muy costoso debido a su salario de bajos ingresos.
Desde la internación de Mira Chhetri, tanto ella como su esposo encontraron empleos que les ofrecen seguro de salud. Pero incluso así, Chhetri dice que los co-pagos para las visitas al médico y los servicios especiales, como resonancias magnéticas, son demasiado altos para el tipo de cuidado que ella necesita, especialmente ahora que está pagando las cuentas del hospital, está devolviendo el préstamo por el viaje al departamento de estado y debe pagar el resto de sus cuentas.
Ha estado postergando las visitas y los exámenes médicos porque sabe que tendrá que tomar alguna medida para el dolor físico que sufre. Y cuando los médicos llaman para hacer un seguimiento, les dice que está bien.
«Le mentí a mi médico», dice, «porque no tengo suficiente dinero».
Sobre Vivir en Las Sombras: Este proyecto es el resultado del Reporting On Health Collaborative (Informe en Colaboración sobre la Salud), en el que participan Mundo Hispánico en Atlanta, New America Media en California y Nueva York, Radio Bilingüe en Oakland, WESA Pittsburgh (afiliada de NPR) Univisión Los Ángeles (KMEX 34); Univisión Arizona (KTVW 33) y ReportingonHealth.org. Este proyecto en colaboración es una iniciativa de The California Endowment Health Journalism Fellowships de la Facultad Annenberg de Comunicación y Periodismo de la University of Southern California.
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