En medio de la profunda crisis de corrupción política que vive el país, el presidente Peña Nieto se enroca, y para tratar de limpiar su imagen nombra como la nueva procuradora general del país a Arely Gómez González, hermana de Leopoldo Gómez, vicepresidente de Noticieros Televisa. Y a Jesús Murillo Karam, el hasta ayer procurador general lo envía a la Secretaría de Desarrollom Agrario, Territorial y Urbano. Entre tanto, la sociedad civil apuesta por dos distintas opciones para encarar las próximas elecciones, y se debate entre votar o no votar; como si fueran estas las únicas posibilidades verdaderas de seguir en el curso de la historia. Pero el gran filósofo y poeta, Enrique González Rojo Arthur, quien ha dedicado gran parte de su vida -en una vasta bibliografía- a pensar sobre la crisis del capitalismo y las alternativas antisitémicas, nos presenta aquí, como lo hizo ya en este mismo espacio, en otra ocasión, una tercera vía para salir del laberinto.
¿Un nuevo Constituyente?
por Enrique González Rojo Arthur
El llamamiento a crear un Constituyente ciudadano-popular que se llevó a cabo en el Centro Universitario Cultural (aniversario de la Constitución de Querétaro), me parece una excelente idea y creo que dos los que aborrecemos lo que está pasando en nuestro país deberíamos adherirnos a él. Si añadimos a las causas que tienen hundido al país, los casos abominables de Ayotzinapa , de Tlatlaya y la infiltración del narcotráfico en todos los niveles del gobierno, la conveniencia de realizar dicho Constituyente es más perentoria que nunca. Me parece importante, sin embargo, hacer notar que dicho esfuerzo, aun suponiendo que tenga buen éxito, no podrá lograr por sí solo el desplazamiento del mal gobierno que tenemos. Se dice que hay dos y sólo dos vías para dejar atrás el sistema que nos rige: la lucha armada y la electoral. Unos afirman que como la lucha electoral no es sino un mero espectáculo teatral organizado con sumo cuidado por el régimen priista, no queda otro camino que la lucha armada. Otros son de la opinión que como esta última carece de viabilidad ya que el gobierno -asociado al de Estados Unidos- goza de un poder miliar enorme frente a un pueblo inerme en lo fundamental y en donde una guerra civil no posee la menor simpatía entre la sociedad civil, no hay más ruta que la de la contienda electoral. Hay además otra posición, que se considera escéptica: las dos formas mencionadas no conducen a un verdadero cambio y, por tanto, estamos condenados a seguir padeciendo el podrido régimen que nos ha tocado vivir. Este escepticismo le viene como anillo al dedo al régimen, porque sus partidarios simplemente se abstienen de hacer algo y el poder, muy complacido, se frota las manos. Las acciones que los partidarios del Constituyente originario vayan emprendiendo para “refundar la nación”, van a chocar necesariamente con un sistema inamovible que, argumentando su supuesta legalidad y legitimidad, no permitirá que aquí nazca con el propósito de suplantarlo. La idea del Constituyente primario debe fundarse, a mi entender, en una fuerza material que le permita ir más allá de una nueva organización de lucha. Como esta fuerza material posibilitante del cambio no puede ser, de acuerdo con los promotores del mencionado Constituyente y de muchos otros, ni la lucha armada ni la lucha electoral, parece que se está tejiendo en el vacío. Pero no, porque hay una posible tercera manera de transformar un régimen: la huelga general. Esta última –que no tiene que ver nada ni con lo electoral ni con la violencia armada- es la forma superior de la desobediencia civil. Si y sólo si los partidarios del nuevo Constituyente, además de otros muchos sectores de la sociedad civil, son al mismo tiempo los promotores de la cuidadosa preparación de la huelga general y, por tanto, de la fuerza material capaz de desplazar al enemigo, estamos en posibilidad de refundar la nación■