Samuel Orozco
Director de Noticias
Radio Bilingüe, Oakland, CA
Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos viajó a México, dando muestras de hábil uso de la diplomacia y del marketing. Allá se reunió con el presidente Enrique Peña Nieto para luego viajar a Phoenix, Arizona, donde se lanzó a la carga directo y a la frente contra los inmigrantes con uno de los discursos más tenebrosos y sombríos de su campaña.
Vayamos por partes. Primero, la visita de Donald Trump a México ayer al mediodía, una visita que pasará a la historia, no cabe la menor duda, como todo un evento de campaña política en el que el presidente mexicano Enrique Pena Nieto figura, tampoco cabe duda, como un peón o una comparsa que le entró a la jugada electoral de Estados Unidos prestándose de manera muy voluntariosa para ayudar a hacer ver civilizado, diplomático y presidencial a un candidato que en Estados Unidos atraviesa por dificultades, arrastrando una fama de inepto y pedestre como candidato.
Con justa razón, de esta visita salió Trump ufanándose de haber conseguido un amigo en la persona de Peña Nieto, quien ahora pasa a ser su socio, dijo, en su cruzada contra la migración de indocumentados. Y no es para menos.
Veamos: En un insólito gambito, Trump llegó a México a invitación especial de Enrique Pena Nieto, quien igual que su ahora amigo Trump anda en cuestion de popularidad por la calle de la amargura, en los niveles más bajos de aceptación popular.
Otra cosa: Trump fue recibido por Peña Nieto con todos los honores y protocolos que se reservan a un gran dignatario extranjero, poniendo al hombre que ha vilipendiado e insultado al pueblo mexicano entero y muy en particular a sus hijos en la migración, debajo de la imagen del escudo nacional y la bandera nacional. Una verdadera puñalada trapera a los agraviados.
Y lo más inaudito: Peña Nieto se encargó de justificar los indefensibles ataques que Trump ha dirigido a los mexicanos, el lenguaje brutal que usó y sigue usando Trump contra los mexicanos, diciendo que ha sido malinterpretado e incluso llegando a decir: “Estoy seguro que Trump tiene un interés genuino en construir una relación que nos lleve a mejorar las condiciones para nuestro pueblo”.
¿No le suena todo lo anterior como un marketing de campaña política? ¿Un verdadero infomercial? Si no es eso, ¿qué más puede ser?
Al final dizque hubo una desavenencia. Se le preguntó a Trump sobre el pago del muro por México y Trump dijo que eso no se había tratado en la reunión. Peña Nieto dijo, No allí, sino después, que dizque sí le había dicho a Trump que México no pagaría por un muro. Uno dice una cosa, y el otro otra; cada uno tuvo su propia versión. A fin de cuentas, ¿a quién creerle?, ¿a quién le va a creer la gente, si ambos andan en el sótano en lo que a índices de credibilidad se refiere.
Con este gratuito impulso recibido gracias a la referida visita pactada al vapor desde Los Pinos en México, Donald Trump llegó más tarde a Phoenix, donde ante una audiencia de furibundos partidarios del cierre de fronteras, ante gente responsable de apalear al inmigrante con algunas de las leyes estatales más duras del país, un exultante Trump pronunció el discurso más detallado sobre su posición en la inmigración que haya presentado hasta el momento.
Y contrario a lo que los mayores medios y el presidente Peña Nieto se encargaron de hacer pensar, en este discurso no vimos a un Trump reblandecido, moderado o renacido. Todo lo contrario, vimos a un Donald Trump que retomó la bandera con la que empezó desde el primer día su campaña. Como recordaremos, empezó su campaña advirtiendo ominosamente que el país era invadido por una punta de inmigrantes mexicanos llena de peligrosos criminales y violadores. Y hoy abundó sobre ese mensaje. Donald Trump reiteró su promesa de un muro grandioso, poderoso, impenetrable y hermoso para blindar la frontera sur, un muro que será pagado por México, ¡cien por ciento! ‘No lo saben los mexicanos, pero pagaran por ese muro’.
Trump reiteró su promesa de que los once millones de indocumentados en el país tendrían que salir auto-deportados o bien exponerse a ser capturados y deportados. Les hizo una ‘amable’ oferta: vuelvan a su país, soliciten visa y pónganse al final de la cola a ver si les toca reentrar.
“Para aquellos que están aquí ahora ilegalmente y que quieran su estatus legal, tendrán una ruta, y sólo una ruta. Tendrán que regresar a su país y solicitar su entrada de nuevo como todos los demás y bajo las reglas del nuevo sistema legal”.
A fin de hacer posible la mega deportación, Trump habló de contratar a miles de agentes más para la Patrulla Fronteriza, cinco mil más, y de abrir más oficinas para la agencia.
Y para hacer la vida imposible al inmigrante, prometió castigar a las ciudades santuario, endurecer la persecución vía E-Verify y la identificación biométrica, eliminar DACA y poner a los Dreamers en vías de deportación, e imponer castigos con todo el peso de la ley. Castigos a diestra y siniestra.
A fin de cuentas, creo que lo más importante o inquietante del discurso de Trump en Phoenix no fueron tanto los puntos que propuso como promesas de campaña. Lo más importante creo yo fue el cuadro tenebroso y sombrío que se ocupó de pintar. Trump le advirtió a sus seguidores sobre la amenaza que significa el vivir rodeados de millones de gente sospechosa, malintencionada y malviviente. Advirtió que en el país pululan millones de inmigrantes, que cada día son más, y que sólo saben de matar y delinquir, que vienen a robar los trabajos de los nacidos aquí y que sirven de cobertura para que entre ellos se oculten peligrosísimos terroristas.
De hecho, en uno de los actos más dramáticos de su discurso, Trump puso a un grupo de ciudadanos blancos, sólo ciudadanos blancos, a compartir historias de indocumentados que mataron a sus seres queridos y puso a estos ciudadanos a elogiarle como su Salvador de la amenaza de los inmigrantes que se cierne sobre el país.
Y pasó luego Trump a definir la seguridad de la inmigración como la más alta prioridad para la nación, o sea, de hecho pasó a ubicar a los inmigrantes como el enemigo número uno.
Ese mensaje fue en mi opinión lo más destacable del tristemente trascendente discurso de anoche de Trump en Arizona, pronunciado en ese fuerte bastión del restriccionismo y ante esa base natural de los caza-migrantes. El reiterado mensaje de satanizar al inmigrante y el intento por infundir miedo y por poner a temblar al ciudadano común advirtiendo que detrás de cada esquina acecha un indocumentado tratando de causar daño y muerte a incautas familias blancas y bien nacidas en el país. Eso fue lo más destacable. La perversa política del miedo y el pánico y de histeria colectiva en todo su esplendor. Pero no sólo eso, aún más: la política de sembrar cizaña y odio y azuzar al ciudadano común en contra de sus vecinos que suenen como inmigrantes, que parezcan ser indocumentados■
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Y en las vísperas del fin de semana del Día del Trabajo, la noticia titular es el voto de la Legislatura de California, a favor de pagar a los jornaleros del campo las horas de Tiempo Extra. Una propuesta de ley que, en caso de ser firmada por el gobernador Jerry Brown, pondría fin a casi 80 años de exclusión de los trabajadores del campo, de la ley que gobierna a los obreros de las demás industrias. En el siguiente enlace, que es el otro tema del día y que ocupa las otras dos terceras partes de este programa de Línea Abierta que Samuel Orozco conduce, se tocan a fondo los asuntos del trabajador, y se incluye la opinión de los radioescuchas fieles a este programa.
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