Maribel Hastings
La inacción y el cómplice silencio del liderazgo republicano del Congreso y del Partido Republicano ante los excesos, atropellos y escándalos del presidente Donald J. Trump y de su gabinete harían pensar que son víctimas de una especie de Síndrome de Estocolmo.
Constantemente defienden, justifican e incluso alaban a Trump, un personaje que ciertamente ha tomado al Partido Republicano como rehén porque ni es republicano, ni demócrata, pues el único partido al que guarda lealtad es al Partido de Trump.
Sería fácil culpar sólo al agresor, Trump, cuando la realidad es más truculenta. Es decir, el Partido Republicano y los líderes republicanos del Congreso a conciencia han preferido hacerse de la vista larga y venderle el alma al diablo para garantizar el avance de algunas medidas legislativas, como repeler el Obamacare y la reducción de impuestos que en realidad favorece a las corporaciones; medidas administrativas, como el desmantelamiento de las protecciones al medio ambiente a manos del Secretario de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruit, en favor, otra vez, de corporaciones, petroquímicas y la industria del carbón; o iniciativas para atizar a la base antinmigrante camino a los comicios de medio término, como inventarse una falsa crisis migratoria en la frontera para desplegar a la Guardia Nacional y figurar como el “rudo” atrapando en su amplia red de persecución y deportaciones a madres y padres trabajadores sin historial delictivo.
Esta sucia conveniencia se plasmó la semana pasada cuando el líder de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, de Kentucky, reconoció que su partido enfrenta una dura batalla para mantener la mayoría en el Congreso en las elecciones intermedias de noviembre.
“Pero espero que mantengamos el Senado. Y la razón principal es que si perdiéramos la Cámara Baja y legislativamente nos viéramos bloqueados, todavía podríamos (en el Senado) aprobar nombramientos, que constituye gran parte de lo que hacemos”, afirmó McConnell.
Se refiere a nombramientos de jueces conservadores a la judicatura, algo que Donald Trump está cumpliendo cabalmente, comenzando con la designación de Neil Gorsuch a la Corte Suprema de la Nación.
Se trata de elevar jueces afines a políticas conservadoras en temas como el aborto, el control de armas y también inmigración, entre otros. Son nombramientos de por vida.
Un sector evangélico también ha optado por obviar los excesos de Trump porque es más importante combatir el derecho al aborto y tener jueces conservadores que enfrentar a Trump, la antítesis de todo lo que se predica en la Biblia, comenzando por su avaricia, sus constantes mentiras y sus presuntas infidelidades.
El ejemplo más claro de la deplorable conveniencia política republicana es el Rusiagate.
En cualquier otra época la sola idea de que una nación hostil intercediera en el proceso democrático de votar y que tanto el presidente como asesores y figuras cercanas fueran objeto de pesquisas federales, habría sido suficiente para alzar en armas particularmente a los republicanos. Pero en la era de Trump, el silencio republicano es ensordecedor. Nada importan ni la potencial colusión u obstrucción de justicia.
Sólo pregúntese qué habría pasado si en lugar de Trump se tratara de Hillary Clinton o de Barack Obama. Piense que el expresidente demócrata, Bill Clinton enfrentó un juicio de destitución por mentir bajo juramento sobre una relación extramarital con la pasante Mónica Lewinsky. Presidentes camerales republicanos con sus propias infidelidades bajo el brazo condenaron a Clinton. Los evangélicos lo hicieron garras por “denigrar” la presidencia porque el “carácter y la moralidad” cuentan. Ahora justifican y defienden a Trump porque dice oponerse al aborto.
¿Lo demás? Minucias. Entre otras, el Rusiagate y, en consecuencia, los constantes ataques de Trump contra el FBI, la CIA y el Departamento de Justicia; los escándalos de ética de varios de los secretarios del Gabinete de Trump; la afinidad de Trump con un autócrata o ¿dictador? como Putin con un gobierno que persigue y ataca disidentes en naciones soberanas; la retahíla de mentiras del presidente; sus constantes ataques a los valores y las instituciones en los cuales se ha sustentado esta nación. Sus insultos a las mujeres; su guerra sin cuartel contra los inmigrantes que iguala con criminales y violadores.
Las acciones de Trump son un diario y constante ataque a nuestra fibra como nación, que han infligido un daño que irá más allá de lo que dure su presidencia. En este proceso, el Partido Republicano y el liderazgo republicano del Congreso no han sido víctimas del Síndrome de Estocolmo, sino cómplices por decisión propia porque el que calla, otorga.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice