Maribel Hastings, Washington, DC
¿Qué es peor, que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump recurra a la demagogia, el miedo, las falsedades, el prejuicio, el racismo, la guerra cultural como estrategia de campaña, o que un sector le crea dichas falsedades, le aplauda la demagogia y se sienta con carta blanca para manifestar sin empachos su propio prejuicio y racismo?
Trump me recuerda a esos demagogos que se venden como emisarios directos de Dios o como profetas, que poco a poco van engatusando a quienes los siguen ciegamente, a veces hasta las más nefastas consecuencias. Algo así como un culto, y en este caso un culto a una peligrosa ignorancia que se alimenta de un abierto racismo. Aquí se acabaron las máscaras, aquí no hay disimulo.
Trump incluso dijo esta semana que es “nacionalista”, como si no supiera que en este país ese término se vincula con los llamados “nacionalistas blancos”. También dijo que en la caravana de migrantes centroamericanos vienen “personas de Medio Oriente”, implicando, claro está, que son “terroristas” porque para Trump todas las personas de Medio Oriente son terroristas, excepto si son de la realeza saudí, que ordena el macabro asesinato de un periodista en Turquía pero compra armamento a Estados Unidos. Esos son sus aliados. Y, por cierto, es falso que los saudíes hayan acordado la compra de 110 mil millones de dólares en armas, como tampoco es cierto que esto generaría un millón de empleos en Estados Unidos, como dice Trump.
También indicó que quizá son los demócratas los que están detrás de la organización de la caravana, mientras por su parte el vicepresidente Mike Pence señaló que el presidente de Honduras (Juan Orlando Hernández) le indicó que la caravana fue organizada por grupos izquierdistas financiados por Venezuela.
A menos de dos semanas de las elecciones intermedias, Trump ha echado mano de la caravana de migrantes centroamericanos para desempolvar el mismo libreto de 2016 y recurrir a su retórica incendiaria a fin de sacar a su base a las urnas.
En 2016 los mexicanos eran “violadores” y “asesinos”, y en 2018 los migrantes centroamericanos son, según Trump, “financiados” por demócratas y por el magnate y filántropo George Soros. Esos demócratas, dice, son responsables de la “crisis” en la frontera porque no han querido impulsar cambios a las leyes migratorias, cuando son los republicanos los que controlan la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso quienes no han querido negociar una reforma migratoria porque Trump todo lo supedita al financiamiento de su muro. Y porque a los republicanos les conviene que no haya reforma para seguir explotando el tema migratorio sembrando miedo e histeria y promoviendo la falsa idea de que la frontera con México está fuera de control y vamos a ser invadidos de un momento a otro.
Eso es tan falso como los “disturbios” que según Trump se están dando en California por quienes quieren abandonar las “ciudades santuario”.
La lista de mentiras es extensa. Trump habla de “rumores” que no existen y que son creados e improvisados por él mismo, pero lo peor es que su base los da por ciertos.
Y aunque los indicadores económicos están a su favor, Trump no quiere hablar ni de economía ni de salud porque sabe que aunque la tasa de desempleo es baja, la bonanza económica no llega a todos los sectores; sus recortes tributarios no favorecen a la clase media trabajadora, y sus candidatos republicanos al Congreso ahora defienden el Obamacare en sus campañas, particularmente la cobertura de padecimientos médicos preexistentes, cuando en realidad están tratando de desmantelarlo.
En 2016 muchos pensaron erradamente que la candidatura de Trump era un mal chiste y que jamás resultaría electo. Pero lo fue, apoyado por una base fiel que cree ciegamente en su guía. Su presidencia, en escasos dos años, ha tenido terribles resultados: políticas antinmigrantes; ha dado al traste con previos acuerdos y regulaciones de protección del medio ambiente; quiere desmantelar en su totalidad el Obamacare; ha nombrado dos magistrados conservadores a la Corte Suprema de la nación con el potencial de inclinar la balanza (a la derecha) en una variedad de asuntos vitales para el país. A eso hay que sumar la degradación de las instituciones democráticas y de la propia presidencia.
Aquí la crisis no está en la frontera ni en la caravana de miles que buscan desesperadamente seguridad y trabajo. La crisis la encabeza Trump con su retahíla de falsedades. En menos de dos semanas se sabrá si sus seguidores dominan la elección intermedia o si la otra mitad del país aprendió la lección de votar, porque las elecciones tienen serias consecuencias.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.