Maribel Hastings
Washington, DC
Si algo evidenció el cierre del gobierno federal es que al presidente Donald J. Trump no le interesan la vida ni el bienestar de nadie.
Aunque su blanco favorito de constantes ataques son los inmigrantes, sobre todo los indocumentados, demostró que poco le importan los ciudadanos o residentes permanentes de esta nación, como los cientos de miles de trabajadores federales y sus familias, a quienes torturó por 35 días sin cobrar debido a su pataleta en torno al muro. Al final, capituló e hizo lo que pudo haber hecho hace más de un mes y, sin cerrar el gobierno, seguir negociando, así sea con él mismo, sin lastimar a nadie.
Pero Trump, su familia, su Gabinete y sus asesores no pueden sentir un ápice de empatía por el resto de los mortales, porque en su mayor parte son millonarios incapaces de procesar por qué perder el pago de dos cheques puede resultar desastroso para una familia; por qué miles recurrieron a los llamados bancos de comida para alimentar a sus familias; por qué dejaron de comprar medicamentos o acudir a terapias requeridas; por qué no pudieron pagar sus rentas o sus hipotecas.
Aunque los sondeos demostraron constantemente que el público culpó a Trump de la debacle, éste afirmaba que los trabajadores “apoyaban” su decisión de cerrar el gobierno porque entienden la necesidad de levantar un muro para “proteger” a la nación. Lo dijo quien puso al país en riesgo durante 35 días a diversos niveles porque el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) era una de las agencias sin presupuesto.
A estas alturas, sólo un cegado fanático es incapaz de reconocer que Trump sólo quiere a Trump. Que poco le importa a quién se lleve por delante para hacer realidad los delirios que disfraza de política pública.
Porque la fijación con el muro va más allá de una incumplida promesa de campaña. El muro es un símbolo del prejuicio y la división que este presidente predica. Los indocumentados son su chivo expiatorio favorito para atizar a su base.
¿Pero cuántos que integran esa base y que votaron por él en 2016 resultaron afectados por el cierre del gobierno?
A Trump tampoco le importan los ciudadanos. Lo evidenció con los puertorriqueños tras el huracán “María” cuando nos lanzó rollos de papel toalla y nos dijo que le estábamos desbalanceando el presupuesto con nuestro desastre natural y rechazó el reporte acerca de que más de 3 mil personas habían muerto por el huracán y sus secuelas.
Y ahora nos vuelve a maltratar al decir que si el Congreso no le da los fondos para su muro, lo obtendría del fondo para atender casos de desastre, incluyendo el dinero para la reconstrucción después de “María”.
Incluso cataloga de “excesivos” los 600 millones de dólares en fondos adicionales que el gobernador de Puerto Rico, Ricardo Rosselló solicitó para ofrecer estampillas de alimentos a más familias afectadas por el huracán.
El cierre manifestó que a Trump no le tiembla la mano para lastimar a ciudadanos de todos colores y trasfondos. Tomó a los trabajadores federales como rehenes sin medir las consecuencias.
Al final, dobló las manos cuando vio que sus bajos índices de aprobación siguen en picada; cuando un puñado de republicanos en el Senado apoyó la medida demócrata para reabrir el gobierno, sin fondos para el muro; cuando los controladores aéreos dijeron hasta aquí y paralizaron por varias horas un par de aeropuertos en el Noreste del país. Pero, sobre todo, cuando su amigo y exasesor, Roger Stone fue arrestado por el FBI y acusado de siete cargos criminales en la misma pesquisa sobre la trama rusa y Trump quiso desviar la atención de la prensa por un momento.
Ahora los diversos bandos buscan ganadores y perdedores luego de que Trump capituló. Pero pienso que, en el fondo, no hay ganadores.
Sí, es cierto que la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi barrió el piso con Trump sin perder la compostura y sin pestañear. Pelosi dictó cátedra sobre cómo lidiar con un mitómano inseguro. Trump fue por lana y salió trasquilado. El viernes, al anunciar la medida temporal que no le da ni un solo centavo para su muro, parecía desencajado. Como si acabara de percatarse de que, en efecto, los demócratas controlan la cámara baja que dejó de ser su sello de goma.
Pero no hubo ganadores porque Trump sigue ahí y aquí seguimos todos a merced de su próxima pataleta. La medida para reabrir el gobierno es temporal y ahora que la extrema derecha lo ha condenado por capitular ante los demócratas sin dinero para el muro, queda por ver con qué nueva locura sale y a quién afecta. Todavía es capaz de declarar una emergencia nacional en la frontera para usar otros fondos y levantar el muro. Se nos vendría arriba otra batalla legal en tribunales para seguir desviando la atención de sus penurias rusas.
Todavía tiene un Senado republicano con un líder de la mayoría, Mitch McConnell, que permitió que Trump cerrara el gobierno y lastimara a cientos de miles de trabajadores, sus familias y sus comunidades. Sólo cuando se vio contra las cuerdas reaccionó.
Trump sigue ahí con su poder de veto que puede frenar legislaciones que puedan ser beneficiosas.
Sólo habrá ganadores cuando su caótica presidencia llegue a su fin■