Cientos de miles de menores de edad han llegado en los últimos dos años a Estados Unidos huyendo de la violencia en Centroamérica, viajando con o sin sus padres, para ser internados en centros de detención. Los desafíos no se acaban una vez que son liberados, sino que continúan de manera más silenciosa, cuando los niños ingresan a los salones de clase. Valeria Fernández ha venido siguiendo la historia de una mamá y su hija que estuvieron detenidas por meses. Ahora nos reporta sobre el difícil regreso a la escuela. Este reportaje es parte de nuestra serie, «Hablando de la Raza», y fue realizado con el apoyo del Institute for Justice and Journalism.
Se escucha…
“Este es mi folder, ese es para que mi mami firme…y este es otro folder…”
En su casa en Virginia, Jacquelinne Sánchez está sacando su tarea de la mochila. Tiene ocho años y acaba de entrar a clases hace tres semanas, después de ser liberada de un centro de detenciones para familias en Pennsylvania, donde pasó ocho meses con su mamá. Jacquelinne dice que todavía piensa en los amigos que hizo en el centro de detención:
“Y a mí me duele. Como ya estoy libre le doy gracias a Dios… todavía estoy un poco triste, porque todos los niños están encerrados no son ningunos delincuentes… sólo son unos niños”
Jacquelinne y su mamá, Isamar Sánchez, huyeron de El Salvador tras ser amenazadas por pandilleros, por no pagar una cuota por su negocio de comida. En el centro de detención, Jacquelinne sufría de pesadillas, pensando que aún las perseguían. Tenía el miedo de que las deportaran y ese miedo subsiste. Están en el proceso de presentar otra vez su caso de asilo político. Volver a la escuela no ha sido fácil. Asistió a clases en el centro de detención, pero dice que allí no aprendió:
“A mí se me ha olvidado mucho el inglés porque allá no nos enseñan nada, sólo nos dejan que coloreemos y leamos, ellos no nos leen a nosotros. Y cuando nosotros necesitamos ayuda, les preguntamos a ellos, a los oficiales, y nos dicen que no pueden porque están ocupados”
Ahora en la escuela las maestras le han dicho a su madre que le cuesta concentrarse.
“Y ella me dice: ‘Mami yo no entiendo lo que la maestra me dice’”, explica Isamar Sánchez, madre de Jacquelinne.
“Me dice: ‘Ya se me olvidó todo’. Yo le digo que tiene que echarle ánimos para que vuelva a recuperar lo que tenía ya antes”
Ese no es el único cambio que Sánchez ha percibido en su niña. También tiene otro comportamiento:
“Antes, con una sola mirada ella sabía que eso no estaba bien y que no lo tenía que hacer. Ahora cuando le digo no hagas eso, lo hace más. Ella ahora pelea con otra niña, ahora le pega y eso no era así, Jacquelinne no era así”
Lo que Jacquelinne está viviendo no es inusual, según expertos de salud mental, quienes aseguran que la detención de niños en centros de Inmigración tiene efectos nocivos para su desarrollo y éxito educativo.
María José Soerens, psicóloga:
“Toda situación nueva se enfrenta como si fuera una situación amenazadora, tienen esta experiencia terrible en años formativos de su vida, salen de aquí, van a la escuela y esta experiencia nueva también se percibe como una experiencia de amenaza”
María José Soerens es psicóloga. Fundó la organización Puentes, hace dos años en Seattle, Washington, para ayudar a las familias indocumentadas a tener más acceso a servicios de salud mental. Dice que los niños que han estado en la detención pueden lograr adaptarse si cuentan con la figura positiva de un adulto que los apoya. Pero también en algunos casos pueden llegar al extremo de sufrir de depresión.
“Ya están comenzando en desventaja, comparados a todos los otros niños que no han pasado por esa situación”, dice Soerens.
Miles de niños como Jacquelinne han pasado por centros de detención con sus padres. Pero el trauma y el impacto en su educación no está limitado sólo a los que han sido detenidos, sino a quiénes también viven la detención de un familiar, o con el miedo de que sean detenidos. Hay más de cinco millones de niños en el país que tienen un padre sin documentos de migración.
Algunos estudios revelan que los niños que crecen con el temor a la deportación de sus padres tienen menos probabilidad de completar su educación, y para los niños expuestos a redadas de inmigración es difícil mantener buenas calificaciones.
Reyna Montoya es directora y fundadora de ALIENTO:
“El ser maestra me abrió mucho los ojos sobre cómo mis estudiantes estaban siendo impactados directamente por la detención y el encarcelamiento de las personas”
Reyna Montoya no sólo ha sido maestra, también es hija de un inmigrante que fue detenido y ahora está libre, pero aún enfrenta la deportación. Esto fue lo que la inspiró para fundar ALIENTO, una organización en Phoenix, Arizona, que a través del arte busca ayudar a niños que han pasado por experiencias traumáticas debido al encarcelamiento de uno de sus familiares.
Se escucha a una joven que canta…
“Es un medio por el que ellos pueden decir y gritar con colores, con pintura, con baile, con palabras lo que ellos están sintiendo. El otro poder del arte es compartir y ser dueños de su propia historia”, señala Montoya.
Algo así le gustaría tener Isamar Sánchez para su hija Jacquelinne.
“Esto es aquí, si hay un cero y un cuatro…” (y se va desvaneciendo la voz de Isamar hasta desaparecer)
En su casa en Virginia, Jacquelinne está mostrando a su madre la tarea pendiente.
Se escucha:
“Ese tenemos que ir al otro número y restar… este 10 más…”
“Yo quiero que ella sea alguien de bien en el día de mañana, para que pueda ayudar a las demás personas. Así como nos han ayudado a nosotros, voy a buscar ayuda donde sea, para que ella pueda salir de eso que tiene ahorita”
Tanto la madre como la hija buscan superar el impacto traumático de la detención■
Para la Edición Semanaria de Noticiero Latino, reportó Valeria Fernández.
Foto: Daniel DeVivo.
Este reportaje fue realizado con el apoyo del Institute for Justice and Journalism.