Y ahora viajemos al sur de la frontera, a Baja California, y más precisamente al pueblo indígena de San José de la Zorra. Es el hogar de más de 200 personas de la etnia kumiai, cuyo territorio fue partido en dos cuando Estados Unidos quitó a México lo que hoy es California. A más de siglo y medio de haber sido separados por la frontera, los Kumiai aún siguen luchando para salir de la pobreza y evitar más despojos de sus tierras. Además sostienen otra lucha: para evitar el despojo de su cultura y su lengua, que ya está en peligro de extinción. Nuestro corresponsal Rubén Tapia visitó esta comunidad en resistencia.
Sonido de niños jugando, sigue de fondo…
En un lote baldío un grupo de niños Kumiai y algunos amigos mestizos juegan Piak, un juego muy parecido al hockey. Dos jugadores luchan por desenterrar una pelota de madera colocada en medio de la cancha, usando un bastón de madera. El que lo logra la combina a sus compañeros y golpean, jalan y pasan con el bastón la pelota. Se lleva un punto, como si fuera un gol, cuando la pelota cruza los límites de una meta. El árbitro es Joel Valencia, el maestro de la única escuela primaria aquí.
“Es un juego de hace muchos años, miles de años, nuestros antepasados lo jugaban. A mí me lo enseñó un tío, nadie lo jugaba ya”, dice Valencia.
Hace ocho años, Valencia lo empezó a practicar con sus jóvenes alumnos y les gustó mucho.
“Hicimos un torneo en Santa Catarina y empezamos a jugar. Ya de hecho cada año hacemos un torneo de todas las comunidades para jugar piak. Hay ocho comunidades, pero cinco son las que juegan”
Los niños ganadores del juego de esta tarde en San Jose de la Zorra quedaron muy contentos.
– ¿Cuántos puntos hiciste?
–“¡Tres, solo yo, tres!”
–¿Dónde naciste?
“Mi mama es de aquí y mi papá de La Huerta, Jalisco”, dijo el niño.
“¡Ya estamos empezando María!», grita una niña.
Están en una mesa de madera, donde un grupo de cuatro niñas juega otro juego ancestral de los indígenas kumiai.
–¿Cómo él llama el juego?
Niñas as en coro:
–¡Cañuelas!
Una niña kumiai toma en sus manos cuatro palos de sauce y los arroja sobre la mesa. Según como caigan los palos, las jugadoras ganan otros palitos más delgados que, como si fuera dinero, sostienen en sus manos.
Además de enseñar estos juegos, el maestro Valencia también ha incorporado en el salón de clase la enseñanza del idioma kumiai, que proviene de las lenguas yumanas y significa ‘Los de los altos’. Esta lengua se considera en peligro de extinción. De los 3 mil habitantes de este territorio indígena, sólo la hablan unas 150 personas.
“Del cerro este a aquel lado nací yo y mi mamá nació en el pirulí aquel, y mi a ‘pa allá en Katarina, él era Pai Pai”, dice María Eva Carrillo Vega.
María Eva Carrillo Vega, de 58 años, es una de los pocos habitantes de San José de la Zorra que habla su lengua. La comparte en la escuela con los niños y adolescentes de su comunidad. En algunas lecciones les enseña las partes del cuerpo, las tareas cotidianas, o frases como, ‘No seas flojo’, o ‘Vete a cortar leña’, y cosas espirituales.
“Antes de acostarnos, le pedimos a Dios que todo nos vaya bien al otro día…», dice.
A los niños kumiai desde pequeños les inculcan sus danzas, música y cantos ancestrales, pero en la celebración de San José de la Zorra este año no lo hicieron. Estaban de luto por el reciente fallecimiento de varios ancianos.
Una de las pioneras en la defensa y difusión de la lengua y cultura kumiai dentro y fuera de su comunidad era Gloria Castañeda Silva, fallecida el 2008. Poco antes de fallecer le publicaron un libro honrando su trabajo: “Pueblos Indígenas en Riesgo”. En la música kumiai, los cantantes bailan y se acompaña de una sonaja o jalma, como único instrumento musical.
La pérdida de la lengua tiene largos años, y ha sido acompañada de un constante despojo de tierras y falta de oportunidades económicas. Pero los esfuerzos por inculcar la lengua y la cultura a las nuevas generaciones le dan esperanza al profesor Joel Valencia:
“Yo sí le veo un futuro, porque mucha gente ya se está uniendo más, se está organizando más”
Una de las muestras de esta resistencia la manifiestan los jóvenes kumiai, como Jorge Alberto Silva, de 22 años y próximo a ser padre de su primer hijo.
“Yo me siento orgulloso, porque al menos mi sangre o mi etnia tiene historia; sé de dónde vengo”, afirma Jorge Alberto Silva.