Testimonio de un ovejero en las montañas de Colorado

Gauteng-Sheep_Farming-001De La Redacción

Como parte de un programa de Línea Abierta recientemente transmitido en Radio Bilingüe, aquí un testimonio sobre algunas de las condiciones de vida y de trabajo contadas por Polo, un trabajador mexicano que forma parte de una demanda interpuesta contra el Departamento del Trabajo y otra contra los propietarios de ovejas en Colorado. El fragmento de entrevista que aquí se relata fue realizado por María Eraña, Directora de Operaciones de Radio Bilingüe. Polo es originario del estado mexicano de Guanajuato y fue contratado en México para trabajar en Estados Unidos con una visa H-2A por un periodo de 9 meses. Su contratista le ofreció trabajo para cuidar ovejas, con un salario de 750 dólares mensuales. También le ofreció otro trabajo, dice Polo, en donde haría otras labores para el mismo empleador, que serían pagadas a razón de 9 dólares la hora pero al final esto no se concretó. “Ahí tienen en unos campitos, le nombran ellos unas ‘trailitas’, donde apenas cabe uno. Ahí tienen una camita y la estufa, y donde le compran a uno el lonchecillo. Y si hace frío, hay un calentón, al que le metemos leña…”, señala Polo en esta entrevista.


-¿Y no le daba a usted frío? –pregunta María Eraña.
-Sí, pero, teniendo el calentón le metemos leña, y allá pues hay mucha leña.
-¿Y qué tal el agua para tomar?
“Ahí nos llevaba el agua, pero a veces no tenía uno para tomar y… fueron de las ocasiones donde tuvimos disgusto con él”, dice Polo refiriéndose a su empleador… Es más, no tengo nada para tomar, le dijo. ‘¿Y por qué no tomas de los arroyos… como toman allá en México?’”, respondió el empleador. “Como diciendo que en México somos unos cochinos. Y entonces le dije: Mire, no me vuelva a hablar así, por favor. Porque si no yo también lo voy a agredir…”.
Lo cierto es que de acuerdo con la ley el empleador tiene la obligación de proveer, entre otras cosas, agua a sus trabajadores, acota María Eraña. Polo afirma por su parte que declinó responder a su patrón con agresiones e intentó devolverle el teléfono celular. ‘¿Y si todavía te hablan?’, le preguntó el patrón, a lo que Polo respondió que no quería hablar con nadie ya. “Y por no agredir con él pues agarré el arma que yo tenía, y me fui pa’arriba, a esconderme por allá por donde estoy. Ya cuando vi que se fue, hablé a las oficinas, ahí en Colorado. Y ya hablé con la abogada, se llama Jenifer”. Luego de una breve consulta, la abogada ofreció a Polo cambiarlo de empleador. ‘Pero yo no te garantizo si el nuevo patrón va a ser buena gente, o más agresivo’, advirtió la abogada. “Y ya fue cuando yo le dije a ella, ¿sabe qué? Me voy a aguantar…, para qué me muevo”. ‘Está bien, como tú quieras’, le contestó Jenifer.
– Y usted tenía que trabajar, había empezado en junio, iba a trabajar varios meses…
El contrato de Polo tenía como plazo el 20 de febrero.
– Y cuando estaba usted con ese rebaño, ¿estaba totalmente solo, en la montaña?
Polo llegó junto con otro borreguero, dice, pero luego cada uno fue asignado a pastizales en montañas diferentes, con su propia manada de borregos. “Y ya en la montaña, solo uno, ni con quién platicar… hasta cuando ya me bajó de la montaña. Fue el 15 de septiembre…”, recuerda Polo. Ese día bajaron las borregas para poner los borreguitos a la venta, y esto duró un mes, que compartió con el otro borreguero en la vendimia. “Porque venden los borreguitos y ya las borregas las bajan al rancho que él tiene en el desierto. Nos dejó un mes redondito. Diario y diario, no hay domingos ni hay nada, sino trabajando, poniendo cerco de alambre. Y era una montaña paradita. Y estábamos bien cansados, y lastimados, pero teníamos que trabajar desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde”.
Luego de trabajar ese mes Polo hizo las cuentas y dice que calculó como 70 horas. “Poniéndole de a 10 (dólares la hora), yo hice la cuenta y me dije: pues aquí ya que me pague, y ya con eso me voy a ayudar. Pero no fue así. A mí me pagó como borreguero… ganaba 700 (dólares) por mes. Pero ahí me rebajaba, fíjese, me abusaba. El celular que yo tenía, él me lo compró, pero me lo rebajó; o sea, yo lo pagué. Si me llevaba ropa, usada, de segunda…, pantalones, playeras, lo que yo ocupaba, todo me lo rebajaba. El cheque me salían como en unos 650…, o menos, 550 dólares… Y yo pagaba también el ‘bil’ del celular, él nunca me ayudó. Y así cada rato quería información del celular, y yo le dije, Oye, pues si yo lo estoy pagando…”.
– Y se enferma usted cuando está allá arriba
“Ahí entre las tantas subidas y bajadas porque está bien resbaloso cada rato me caía. Traigo lastimada una rodilla, hinchada”, se queja el ovejero. “Y yo le dije, ¿sabe qué?, ando fregado de la pata. Iba y me traía nomás una pomadita ahí…”.
– Y dice usted que traía arma, ¿qué arma traía, y por qué, para qué necesitaba usted arma?
“Traía un 30/30, para matar los osos, porque había mucho animal. Y para defenderse uno de ellos porque, también sin arma…, y entre las arboledas cuando menos acordaba uno aparecían a un lado”.
– ¿Y había visto osos antes, allá en Guanajuato?
– No, nunca. No los conocía.
– Ha de haber estado feo cuando vio por primera vez un oso, ¿no?
– Sí, la verdad, sí me ponía nervioso…
“Pero también la misma soledad lo hace sentirse a uno mal. Porque, no halla uno con quién platicar… si hubiera un compañero, otra cosa hubiera sido diferente, digo, porque así… no debo sentir tanta soledad”.
Polo vive actualmente en California, amparado por una visa “T”, que es el tipo de visas que se conceden a las víctimas de tráfico humano, a fin de facilitar la investigación del delito, dice Chelis López, en el programa que conduce, Línea Abierta■

El programa completo:

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