El son jarocho es un género musical oriundo de las costas del este de México que ha cautivado a gente en todo el mundo con su distintivo sonido mezcla de jarana, arpa y zapateado. Esta música llegó a California para quedarse. Se toca cada día más en fandangos, marchas y fiestas familiares a lo largo y ancho del estado. Zaidee Stavely visitó el Sexto Festival de Son Jarocho en San Francisco y reporta cómo las mujeres de ambos lados de la frontera le están dando nuevo sonido y nueva letra a este popular género musical mexicano.
Una cascada de sonidos de las cuerdas del harpa y la jarana llena el Teatro Brava en San Francisco.
Luego se suma el sonido de la percusión, que surge de los dientes de una quijada de burro cuando la artista los frota con un palito y golpea los lados con la palma de su mano.
Con profundas raíces afro-mexicanas, el son jarocho ya tiene varias décadas arraigado en California. Pero este año tiene algo muy especial: por primera vez el VI Festival de Son Jarocho celebra a las mujeres soneras.
El grupo Caña Dulce y Caña Brava, integrado por cuatro mujeres y un hombre, viajó desde Veracruz para participar en el festival. Adriana Cao Romero es la co-fundadora del grupo musical. Comenzó a tocar el harpa hace unos 50 años, cuando era adolescente.
“Las mujeres siempre existieron en el son jarocho. Y las mujeres siempre han bailado en la tarima, son las que ponen el orden allí. Conocemos a muchas mujeres muy buenas bailadoras, otras también cantadoras”
Aun así, Cao Romero recuerda que por muchos años, era la única mujer en la mayoría de los grupos con los que participaba:
“A veces pues no había ni oportunidad de cantar. Me decían, ‘No, nomás toca’. Yo quería cantar también, pero a veces con tantos hombres era difícil”
Por esa razón, ella y Raquel Palacios comenzaron a tocar juntas, para poder cantar y hacerse escuchar. Poco a poco se fue formando el grupo. Caña Dulce y Caña Brava tiene un sonido distinto a muchos grupos de son jarocho. Para empezar, los versos son escritos en la voz de una mujer cantándole a un hombre.
También su música tiene un toque especial.
“Cuando se escucha a una mujer que se ha ido desarrollando un poco más… creo que hay algo súper sensible, pone más atención a lo que es el conjunto, se acopla diferente”, dice Marta González.
González es la cantante principal, percusionista y autora de muchas canciones del galardonado grupo de rock Quetzal, de East L.A. Ella es parte de una generación de músicos chicanos que viajaron a Veracruz para aprender más sobre el son jarocho. Se regresaron enamorados del Fandango; una gran fiesta comunitaria celebrada en muchos pueblos de la región, cuyo epicentro son la música y la tarima. Donde tanto los músicos profesionales como los principiantes tocan, bailan y cantan juntos.
“La primera vez que yo vi esa convivencia, me eché a llorar. Las lágrimas se me salían, y yo no sabía explicar por qué. Pero nunca había experimentado eso, aunque yo siempre he sido una mexicana, chicana, muy orgullosa de quién soy. Pero fue algo súper impactante, que me cambió la vida”
En el fandango que se armó como parte del VI Festival de Son Jarocho en San Francisco, personas de todas las edades llenan el vestíbulo del Teatro Brava. Algunos tocan melodías o ritmos en la jarana, otros cantan versos, otros zapatean. Algunas mamás bailan cargando sus bebés en rebozos, y una mujer sostiene un violín para que una niña acompañe la melodía deslizando el arco sobre las cuerdas al ritmo de la música. González afirma que el Fandango es tan inclusivo que todos pueden participar, por lo que es una herramienta poderosa para las comunidades latinas e inmigrantes en Estados Unidos.
“No es misterio que hay muchas comunidades que también están involucradas en workers rights (derechos laborales), food soverignty (soberanía alimentaria). El fandango es una manera de llegar a una nueva conciencia, y decir: ‘órale, también quiero cambiar esta parte de mi vida, y lo podemos hacer juntos; y también queremos hacer esto, vamos a llevar la música acá, vamos a hacer esto otro…”, señala González.
González reunió a mujeres de Veracruz y Los Ángeles, para que juntas escribieran canciones. El proyecto se llama Entre Mujeres.
“Cada quien trajo su idea, pero muchas de esas ideas fueron algo que tenía que ver con la mujer y la maternidad. Y aparte el parto en sí. Claro que este disco también tiene cosas de amor, y tiene cosas de lo que es… la esclavitud en los chocolate fields, por ejemplo”.
¿La canción favorita de González? “Chispas”.
Dice González que cuando escribieron la canción, la artista jarocha Laura Rebolloso había estado investigando sobre los afroamericanos presos, que cantaban para motivarse mientras construían los ferrocarriles. A González le encanta, porque le parece que es una versión jarocha de la música blues.
Esta innovadora fusión california no fue la única dada a conocer en el festival. El grupo Diapasón, del área de La Bahía de San Francisco, toca un son llamado La Abejita. Con ritmo y raíz jarochos, este son también incorpora un tambor puertorriqueño, y una bailarina de bomba, que con los movimientos de su falda, conversa con el tambor.
Es una mezcla de culturas caribeñas: Veracruz y Puerto Rico, cada una resultado de fusiones culturales anteriores; españolas, indígenas, y africanas, que se reúnen de nuevo aquí en California.
La fundadora de Diapasón es María de la Rosa, una líder cultural en el área de La Bahía. Señala que incluso el son jarocho tradicional tiene su propio acento o toque en California, aunque esto también tiene sus críticos.
“Te dicen, ‘No eres jarocha, no eres de allí, no tienes derecho de hablar o cantar el son porque no eres de Veracruz’, que pa pa pa pa pa… pero la realidad es que los maestros mismos de Veracruz nos están diciendo, ‘Eso no es cierto, el son es para expresarse, y es importante encontrar de dónde es tu voz, y como es que tú cantes’”, dice De la Rosa.
Los músicos de California no sólo tienen su propio sonido. Tocar son jarocho o participar en un fandango aquí tiene otro significado, afirma De la Rosa:
“Cuando uno es, como yo, nacida aquí, latina, con una cultura mexicana, pero dentro de un sistema que no aprecia eso, reunirse en un grupo grande y hacer un fandango, hacer ruido, cantar fuerte, zapatear, como latiendo el corazón de la tarima, esos son actos de resistencia”
Con cada zapateado, a cada rasgueo de la jarana, las músicas del son jarocho están diciendo: nosotras, las chicanas, las latinas, estamos aquí, somos parte de California y de Estados Unidos.