Maribel Hastings
America’s Voice, Washington, DC
A lo largo del proceso de elecciones primarias y tras alzarse como el virtual nominado presidencial republicano, Donald Trump ha sido un libro abierto. Mostró su esencia marcada por el prejuicio, el sexismo y la crueldad. Su falta de autocontrol y empatía es notable. Este domingo utilizó la tragedia de Orlando, Florida, para lanzar ataques políticos y auto congratularse, según él, por «estar en lo correcto» en torno al «terrorismo islámico radical». Su narcisismo no tiene límites.
Algunos de los líderes de la élite republicana aceptan que sus comentarios sobre el juez federal Gonzalo Curiel son racistas pero su lógica es que más vale apoyarlo que pensar en la posibilidad de que la demócrata Hillary Clinton sea la próxima presidenta.
Piense nada más en la magnitud del razonamiento: admiten que lo dicho por Trump es racista, pero prefieren apoyarlo porque el partidismo antecede cualquier viso de decencia. No hay que abstenerse. Hay que votar por el nominado, sea quien sea y diga lo que diga.
El líder de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell (R-KY), incluso recomendó que para evitar exabruptos Trump lea sus discursos en un teleprompter y no se desvíe de lo escrito. Así lo hizo el 7 de junio, fecha del último Supermartes, y cuando de manera oficial se convirtió en el virtual nominado presidencial republicano. Y el presidente del Comité Nacional Republicano (RNC), Reince Priebus aplaudió el discurso y la estrategia.
Para ellos el magnate ‘naranja’ tiene sólo un problema de «tono». Trump puede leer mil discursos sin salirse del libreto, como el viernes, que dijo ante el cónclave de evangélicos conservadores que «nadie debe ser juzgado por su raza o el color de su piel». Pero ya todos sabemos lo que piensa, lo que ha dicho y lo que es. Su problema no es de tono. Es de esencia.
Aunque esa esencia horrorice a algunos y preocupe a otros, los votantes republicanos lo eligieron como su abanderado contra todos los pronósticos.
Y si a algunos nos preocupa cómo sería una presidencia de Trump y qué efecto tendría sobre nuestra sociedad y nuestra relación con el resto del mundo, a mí también me preocupa el peligro de la complacencia: el peligro de subestimar a Trump y pensar que una figura tan divisiva y peligrosa no tiene posibilidades reales de ganar una elección general en Estados Unidos.
Lo mismo dijeron cuando se postuló y subestimaron, incluso sus contrincantes, la rabia contenida de un sector del Partido Republicano que al sol de hoy no se recupera de que un afroamericano ganara la presidencia en 2008 y menos de que fuera reelecto en el 2012.
El mismo sector que ve en los cambios demográficos de este país, no una oportunidad sino una terrible amenaza. Un sector que abraza el nativismo y el aislacionismo. Encontraron en Trump a su Mesías; alguien que promete «hacer a Estados Unidos grande otra vez», que en este caso supone un tiempo donde las minorías y las mujeres no tenían derechos. Y están energizados.
Hay quienes piensan que la sola presencia de Trump en la boleta electoral hará que los diversos sectores requeridos para ganar la Casa Blanca acudan en masa a las urnas, y ojalá que así sea. Los demócratas tienden a dar por sentado que grupos como los latinos votarán por ellos en masa, sobre todo ahora que están bajo ataque. Pero movilizar a esos votantes y a otros sectores requiere inversión y empeño, especialmente en un ciclo electoral impredecible como el actual. Un ciclo en donde la complacencia y subestimar a los fanáticos de Trump puede tener consecuencias devastadoras.