Maribel Hastings
Durante el fin de semana quedó clarísimo que la estrategia del presidente Donald J. Trump para las elecciones intermedias consistirá en seguir golpeando su piñata favorita: los inmigrantes.
En una escala en Cleveland, Ohio, presuntamente para promover las bonanzas de su reducción tributaria entre las familias estadounidenses, Trump volvió a la carga con el tema migratorio desde su perspectiva de falsedades y exageraciones con la única intención de seguir atizando el prejuicio y seguir apartando a Estados Unidos de su tradición inmigrante.
Trump habló de la “catástrofe” en la frontera con el arribo de la caravana de migrantes centroamericanos. La presunta “invasión”, el caos y el descontrol a los que se refiere son los poco más de 200 migrantes, 228 hasta el viernes, mayormente mujeres y niños huyendo de una violencia sin cuartel, que ingresaron a Estados Unidos para iniciar su proceso de solicitud de asilo, algo totalmente legal.
El desenlace, claro está, es incierto. Muchos seguramente serán ingresados a centros de detención en tanto se deciden sus casos, y para muchos, la decisión final no será favorable, sobre todo en estos tiempos y con una administración totalmente hostil.
Pero nada de eso impide que Trump los siga satanizando para fines electorales, presentándole a sus seguidores un circo de tres pistas con un denominador común, una guerra cultural y racial, porque es evidente que a la base antinmigrante de Trump no la mueven los temas económicos sino su preocupación por los inevitables cambios demográficos que ya son una realidad en Estados Unidos.
Trump sabe a perfección lo que alborota a su base. Sabe también que tiene que mantener a esa base entusiasmada para que vote en noviembre y el Congreso permanezca con mayorías republicanas que garanticen su agenda y, sobre todo, su supervivencia política en caso de que sus dramas legales le compliquen el panorama.
Y para que esa base esté contenta, a Trump no le importa seguir atacando a inmigrantes, a nuestras instituciones, o al Estado de derecho, como lo hacen los buenos autócratas. Por ejemplo, el sábado Trump criticó que los inmigrantes puedan presentar sus casos ante jueces. Según él, esto es “ridículo” y de paso mintió al decir que hay “miles” de jueces de inmigración.
El viernes, ante la convención de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), Trump declaró que las leyes de inmigración de Estados Unidos fueron “escritas por personas que no aman a nuestra nación”.
Su estrategia de crear un caos migratorio en la frontera y en la nación lo llevó a decir además el sábado que quizá sea necesario “cerrar el país” para lidiar con la situación.
Las crisis han sido de su propia creación. Canceló DACA, y mientras el caso se dilucida en tribunales hay casi 800 mil Dreamers, personas productivas, con sus vidas en vilo; le ha cancelado el TPS a más de 315 mil personas que han estado viviendo en este país con un permiso, por más de 20 años, trabajando, pagando impuestos, abriendo negocios y formando familias; y ahora les da un plazo para que se vayan como si sus naciones, muchas plagadas de violencia y problemas económicos, pudieran absorberlos. Estamos hablando de más de un millón de personas.
Si son productivos y tenían un permiso, ¿por qué lanzarlos a un limbo? Porque puede y quiere. A esto súmele sus planes de reducir la inmigración documentada y los refugiados, las constantes redadas y el ambiente hostil que su retórica y acciones antinmigrantes han creado en el país, no sólo para los indocumentados sino para residentes permanentes e incluso ciudadanos que han caído en la amplia red de persecución de este gobierno.
Según nos adentramos en la política de año electoral, póngale el sello que la retórica y las acciones antinmigrantes irán in crescendo. Trump busca desviar la atención de los electores de los problemas legales que lo consumen con sus chivos expiatorios favoritos: los inmigrantes.
Lo triste es que su retórica antinmigrante, su desdén por las instituciones, sus ataques a la prensa, su conducta vergonzosa, su normalización de la mentira, así como su política de cloaca y de división están haciendo un daño que perdurará más allá de lo que dure la pesadilla de su presidencia.