De La Redacción
El problema de la violencia doméstica, como hemos dicho anteriormente en este espacio, es un problema de salud pública que incide con fuerza singular en las mujeres latinas y que es aun más descarnado en las inmigrantes indocumentadas, quienes además de padecer los horrores inherentes a este flagelo las vulnera más porque éstas mujeres tienen menos oportunidad de conseguir apoyo institucional o de agencias que dan refugio y asesoría telefónica. Este es al asunto que trata Chelis López en un programa que condujo recientemente en Radio Bilingüe, como seguimiento al tema.
Para abordar este tema, el programa tuvo como invitada a la especialista en violencia doméstica, Mily Treviño Sauceda, quien es hija de padres trabajadores del campo, y, como organizadora de mujeres latinas fundó y fue directora por varios años del grupo Líderes Campesinas. Treviño además ha sido parte de investigaciones sobre las necesidades sociales, de salud y de educación de las trabajadoras migrantes y capacitadora de agencias sociales en asuntos de competencia cultural sobre violencia doméstica.
En este programa se trató de ver sólo algunos ejemplos de “lo que están haciendo las organizaciones de ayuda a las sobrevivientes, en función de poder hablar la lengua de éstas, ganarse su confianza y facilitar la obtención de ayuda para denunciar a los abusivos”, que son algunas de las barreras más frecuentes con que se topan cotidianamente las inmigrantes y particularmente las mujeres indocumentadas, explicó López.
Las mujeres que sufren violencia doméstica, continúa la conductora habitual de Línea Abierta, “no la tienen nada fácil a la hora de tratar de liberarse de esa violencia, de quien las abusa. Tienen miedo y vergüenza de contarlo, pues para poder abrirse y contar lo que están viviendo deben encontrar una persona con la que se sientan en confianza, alguien con quien se sientan identificadas”.
La pugna partidista en el Congreso y la crisis de la economía han provocado cantidad de recortes a los fondos de las organizaciones que sirven a las víctimas de violencia doméstica, prosigue López, quien se pregunta: “¿Qué hacer para que el sistema de apoyo a las sobrevivientes de la violencia doméstica de veras se gane la confianza de las mujeres latinas?”
Treviño cuenta una anécdota personal para ilustrar el problema: “Trabajaba yo en Servicios Legales…, apoyaba en los derechos laborales, de vivienda, en educación, en salud, pero como agencia no mirábamos, porque no teníamos esa especialidad, que la violencia doméstica era un problema de salud también”. Entonces, en ese tiempo atendía personas que llegaban con ese tipo de problemas, “pero no los asociaba, cuando miraba a mujeres que llegaban con un golpe visible en su brazo o en su cara. Yo sabía que esos golpes no eran ocasionados por las razones con que a veces se excusaban”. Un día llegó una mujer a la agencia buscando solución a un problema de trabajo. “No le habían pagado todas sus horas, y estábamos tratando el tema, pero ella traía su cara marcada… Para ella, aunque con mucha pena, su principal preocupación era resolver su problema de trabajo. Yo recuerdo que le pregunté: Oye Petra (nombre ficticio) ¿qué te paso, cómo te golpeaste? Y lo único que respondió fue, ‘Es que me caí, y al caer me pegué en la mesa’”.
Mily Treviño Sauceda recuerda que en ese entonces ella no sabía cómo tratar el asunto. “Yo solamente sabía que no podía juzgar a esa persona. Sólo entendía que la mejor manera es que ella…, pues por lo menos confiara; y que a lo mejor en el futuro me iba a compartir, pero tenía mucho miedo de que si ella llegaba golpeada yo no supiera qué hacer o cómo ayudarla y atenderla”. Pero la violencia escaló y después la tuvieron que llevar al hospital por otros golpes. “Ella todavía decía que se había caído de las escaleras, y que por eso se había quebrado el brazo; y que también por eso tenía golpes en la espalda y en parte de su abdomen. Entonces yo la fui a visitar al hospital, cuando supe, y ella negaba y negaba… y se notaba que cuando negaba, ella tenía mucho miedo”.
La falta de preparación para enfrentar estos casos, como agencia, es uno de los factores que influye en la protección para esta mujeres maltratadas, y tras un estudio realizado para determinar las condiciones en que viven este problema las mujeres campesinas y enfocarse mejor en los asuntos propios de la mujer, Treviño Sauceda recuerda que “entendí que era imposible que las mujeres tratáramos de hablar de lo que nos pasaba en cuanto a este tipo de abuso; porque nosotras mismas juzgábamos a las compañeras”. La invitada agrega que es común escuchar entre las propias mujeres expresiones como, “no, pues se queda ahí porque le gusta que le peguen… la está maltratando porque a lo mejor ella tiene una boca grande, habla de más”. Este comportamiento entre las propias mujeres, y tratar de negar el problema suele ser común, entre otras razones, dicen estudios, por el temor que existe entre las mujeres a denunciar a su victimario por no querer destruir a la familia, dejar a los hijos sin padre.
Otra de las principales razones que explican el estado de mayor vulnerabilidad entre las mujeres inmigrantes, y en particular de las indocumentadas en Estados Unidos, ante el flagelo de la violencia doméstica es la falta de información sobre los recursos de ayuda disponibles y las dificultades para acceder a los servicios de atención.
Porque viven aisladas en zonas rurales alejadas, o porque sólo hablan español, o por su propio miedo a denunciar al depredador, sobre todo cuando son indocumentadas, pues hay un gran temor a la deportación, que es otra de las causas de la separación familiar; y también por no saber que hay lugares donde pueden ayudarlas. Además, cuenta Treviño, el personal en esos centros no está debidamente entrenado para entender cuestiones de idiosincrasia o culturales. “Tiene sus reglas un poco diferentes, a las expectativas de las compañeras que estábamos refiriendo. En ocasiones, por ejemplo, no permiten que los hijos mayores de 14 años puedan estar con ellas, si es un refugio; porque a cierta edad los varones no pueden estar ahí y eso no anima a las compañeras a ir a pedir el auxilio. En otras ocasiones, solamente la recepcionista es bilingüe, y a veces su español no es muy bueno”. Esto, sostiene la invitada, sucedía en California, pero luego dice que se dieron cuenta que en otras partes del país la situación estaba peor. Afirma sin embargo que de parte de las agencia de servicio público hay buena intensión, “pero cuando se comunican con nosotras las mujeres que referíamos se quejaban de las reglas y métodos, de la comida, que es enlatada, y son cosas a las que nosotras no estamos acostumbradas… Gracias, es muy buena onda todo esto, pero no…, nos decían”.
El asunto es que aun con la mejor intención las agencias lo que hacían era traducir del inglés al español sus metodologías, pero no era ni efectivo ni suficiente. “Nos dimos cuenta que no se trataba de traducir un programa, porque no era culturalmente apropiado para nuestra gente”. Tuvieron que pasar años para alcanzar con estas agencias algunos acuerdos, que estuvieron también marcados por la falta de suficientemente financiamiento, y para vencer situaciones en las que las agencias se ofendían por estos comentarios sobre su desempeño, lo que orilló a que “muchas veces teníamos que reanudar la relación” desde cero, comenta.
No ha sido sino hasta los últimos años, continúa Treviño Sauceda, que se establecieron acuerdos con la Alianza Nacional de Latinos para la Erradicación de la Violencia Doméstica. “Y por medio de esta agencia nacional donde latinos y latinas profesionales trabajamos para ayudar a esta alianza a crear un currículo de capacitación dirigido a los proveedores de servicios, cuando éstos de veras están interesados en crear programas verdaderamente apropiados para nuestra gente latina”. Aun así, hubo de explicarle a la alianza nacional que “no todos los latinos y latinas estamos en la misma cajita: somos de diferentes países, tenemos creencias, nuestras culturas, valores que difieren en algunas ocasiones, y la comida también, etcétera”.
Mily Treviño Sauceda agradeció la nutrida participación de los radioescuchas, hombres y mujeres, que con sus testimonios dieron cuenta de la gravedad del problema, y de los caminos seguidos para enfrentarlos con ayuda institucional y privada en la comunidad. “La violencia es algo aprendido”, dijo Treviño a manera de despedida. “No nacimos violentos, sino que lo vamos aprendiendo. Y nosotros, sí es cierto, tenemos la responsabilidad de asegurar que tanto las niñas como los niños vayan aprendiendo a vivir en un ambiente más saludable”, concluyó.