Hace más de nueve años, la inmigrante Emma Sánchez fue deportada a México y obligada a vivir separada de sus tres hijos y de su esposo, un infante de la marina estadounidense. Ahora, la pareja se casó de nuevo, esta vez por la iglesia, en la fronteriza Tijuana, y teniendo el muro divisorio de fondo. Manuel Ocaño reporta desde esta significativa ceremonia religiosa.
Emma Sánchez, la novia y madre deportada, y Mike Paulsen, el infante de la marina en uniforme de gala, refrendan su amor en un matrimonio por la iglesia frente a la barda, donde México se une con el pacífico y con California.
La pareja se conoció en el año 2000. Su noviazgo duró un mes. Ni ella hablaba inglés ni él español. Al principio contrataban un intérprete, pero al fin el amor venció y se casaron por el civil.
Seis años más tarde y ya con tres hijos, decidieron meter solicitud de inmigración para que Emma dejara de ser indocumentada.
«Me llegó la cita a Ciudad Juárez, ya estábamos casados por el civil, y cuando fui a Ciudad Juárez me dijeron que no podía regresar en diez años. Y como yo ya había salido voluntariamente, ya no pude regresar», dice Sánchez.
Para el matrimonio, pero especialmente para la esposa, fue un golpe inesperado.
«Es un impacto terrible, que sientes que se te cae el mundo, que estás en otro planeta, que no te das cuenta de la realidad», dice.
Los niños tenían entonces tres años, dos años y el menor, Branon, sólo dos meses. El pequeño ha crecido casi toda su vida con una mamá deportada. Al principio los niños estuvieron con su mamá en Tijuana, pero Emma tuvo dificultades para inscribirlos en el kínder y para vacunarlos, así que decidieron que la mamá de Emma, doña Graciela, les ayudara a cuidarlos en California.
«Me dicen: ¿Mamá Chela, por qué no podemos tener una vida normal, por qué mi mamá tiene que estar allá y nosotros acá?» dice la señora.
Ahora Emma no puede entrar a Estados Unidos, y su mamá no puede salir, porque también podría tener dificultades para entrar de nuevo al país. Tiene que presenciar la boda de su hija a través de unas diminutas rejas en la barda fronteriza.
Han pasado nueve años y un mes desde que a Emma se le impidió regresar a Estados Unidos, pero la pareja sigue unida.
«Estos nueve años que tengo [deportada] él nunca me ha dado la espalda, siempre ha venido, cada fin de semana, cada 15 días, cada vez que puede», dice Sánchez.
Por eso decidieron casarse de nuevo, esta vez por la iglesia, y en la mera frontera.
«Para demostrar que esta barda puede separar familias pero no los sentimientos», dice Sánchez.
En junio del próximo año, la pareja cumplirá la década que el gobierno puso de castigo a su matrimonio. Mike ya busca que cuando llegue la fecha, un abogado de inmigración les ayude.
Para la Edición Semanaria de Noticiero Latino, en Playas de Tijuana, yo soy Manuel Ocaño.