Lynn Tramonte
America’s Voice, Ohio
Eric Lara tiene 14 años. Vive en Willard, Ohio, una población de 6,000 habitantes, en la que los caminos y las carreteras conectan a los hogares con las fábricas y los campos.
Yo crecí en Sharon Township, Ohio, de 4,000 habitantes, con más caminos rurales y carreteras que unen a más negocios que necesitan una gran cantidad de tierra.
Cuando conocí por primera vez a Eric, sentí como si ya lo conociera. Es pensativo y tranquilo. Cuando se siente cómodo empieza a hablar más, y te das cuenta de que su mente ha estado trabajando todo el tiempo.
Eric quiere ser abogado cuando sea grande. No está seguro de cómo hacerlo, de tal modo que tomó una libreta de notas y entrevistó al abogado de inmigración de su padre para saberlo.
El papá de Eric enfrenta deportación en julio.
La familia Lara recibió la visita de la reportera Miriam Jordan, del New York Times, en mayo. Vino a Willard para informar sobre la experiencia del poblado en adaptarse a los inmigrantes —habitantes de antaño que son escépticos a los recién llegados; autoridades de la ciudad y negocios que saben que Willard necesita inmigrantes para sobrevivir.
Una visita de The New York Times es algo que no ocurre normalmente en Willard. Abrir tu hogar a un reportero y hablar sobre lo que más temes en la vida —en este caso, la separación permanente de tus seres queridos— no es parte de la rutina de nadie, en ninguna parte.
Pero el adolescente Eric, sus religiosos padres y tres hermanos menores (Edwin, Anuar y la traviesa Elsiy, de seis años) hicieron exactamente eso. Porque un día en marzo, luego de años de revisiones sin novedad con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) —años de pagar impuestos e incluso renovando su permiso legal de trabajo obtenido mediante una
Orden de Supervisión— al padre de Eric, Jesús, se le dijo que empacara sus cosas y se fuera.
El día que ICE cambió abruptamente las cosas para la familia Lara, Jesús dejó esa oficina en Cleveland con un aparato de rastreo en su tobillo y con instrucciones de comprar un boleto solamente de ida a México. Fue a casa con su familia, prometiendo mantener escondido el artefacto que llevaba en su tobillo para que sus hijos no se asustaran o se sintieran avergonzados.
Pero tenía que decirles sobre su deportación. Y en algún momento vieron el brazalete.
Ahora, en lugar de dedicarse con toda normalidad a criar cuatro niños en casa en las vacaciones de verano, la familia Lara está contando los días hasta que sean separados —con el horrible y sonoro recordatorio colocado en el tobillo de Jesús.
La nota de Jordan en The New York Times cuenta cómo la gente que ha vivido durante mucho tiempo en Willard no está segura o incluso se siente resentida en torno a los nuevos trabajadores inmigrantes. Entrevistó a Judy Smith, quien había participado en una reunión comunitaria sobre el caso de Jesús en mayo y “salió furiosa de ahí”.
Al haber crecido pobre en Willard, dijo la señora Smith, a veces recibía insultos raciales por ser italiana. Ahora vive bien, dijo, vendiendo camas usadas, colchones y ropa, con frecuencia a “gente que [habla] español”. Eso no significa que sean de aquí, dijo.
Su esposo dijo que a él no le gusta escuchar que todos en el país, legalmente o no, están protegidos por la Constitución.
La cuestión es que Judy Smith tiene mucho en común con Eric Lara. Ambos son de Ohio y los dos son estadounidenses. Ambos saben lo que es sentirse “diferentes” —Smith creció en la época en que los italianos eran considerados menos que estadunidenses, y Eric ahora con sus padres mexicanos en un pequeño poblado de Ohio. Pero, debido a una elección, Eric —que es ciudadano— está enfrentando la inminente separación de su padre —que no es ciudadano.
En resumidas cuentas, Eric es un niño estadounidense que tiene un amoroso padre que quiere estar con él, pero el gobierno dice que no.
Eric es tan estadounidense (tan de Ohio) como lo es Judy Smith o yo o cualquier otro de aquí. Él y sus hermanos y hermanas tienen el derecho de querer que su familia esté unida, y la ley tiene las herramientas para que Jesús se quede. Es así como precisamente obtuvo su Orden de Supervisión y su permiso de trabajo —a través de un mecanismo legal llamado discreción procesal.
Como escribe David Leopold en Medium:
[El secretario del DHS] Kelly tiene la incuestionable autoridad para ordenar a sus agentes que se enfoquen en la remoción de delincuentes, en lugar de destruir familias. La Suprema Corte de Estados Unidos ha reconocido el poder del secretario para detener las deportaciones, con base en “las particularidades de un caso”, tomando en cuenta “muchos factores, como por ejemplo si” una persona “tiene hijos nacidos en Estados Unidos, fuertes lazos en la comunidad o un historial de servicio militar distinguido”.
El gobierno de Trump tiene la autoridad legal de permitir a Jesús continuar su vida con Eric, Edwin, Anuar y Elsiy en Ohio. Pero ahora mismo no quiere utilizarlo.
Si le importa la vida de estos niños, o de cualquier niño, sabe qué es lo correcto en estos casos. Pero si no puede o no le interesa, al menos tome en cuenta los beneficios sociales de mantener a los hijos al lado de sus amorosos padres.
De acuerdo con el Fatherhood Project, un programa no lucrativo del Hospital General de Massachusetts, si los niños permenecen junto a sus padres es más probable que vayan a la Universidad, 75% menos probable que tengan hijos en la adolescencia y 80% menos probable que vayan a prisión.
La decisión correcta —para Eric, su familia y la sociedad— está clara: mantener a la familia Lara junta en Willard, Ohio.
No es demasiado tarde para el gobierno de Trump el detener la deportación de Jesús. Tiene las herramientas para ello y todas las razones que necesita en las vidas de esos cuatro niños estadounidenses.
*Lynn Tramonte es subdirectora de America’s Voice Education Fund