En California por lo menos 17 mil salvadoreños esperan proceso en las cortes de inmigración. Algunos son migrantes que han huido la violencia para buscar asilo en Estados Unidos. Su primera cita con un juez generalmente se tarda dos años y, mientras, tienen muchas dificultades para conseguir ayuda legal y subsistir. Estos problemas a su vez van llenando a los inmigrantes de estrés y ansiedad. Nuestra reportera Valeria Fernández ha seguido de cerca la vida de Yocelyn, quien junto con sus cuatro hijos pequeños sortea sin ayuda sicológica traumáticos recuerdos de la violencia sexual y amenazas de muerte que la obligaron a huir de El Salvador, y encima de todo está a punto de enfrentarse al escrutinio de un juez administrativo.
Se escucha ambiente de un momento en familia…
Yocelyn sostiene a su bebé que tiene la espalda cubierta con ampollitas por la varicela y con la mano libre arroja un par de chuletas al sartén. Después de trabajar 10 horas, llega a preparar la cena.
“El niño… los llevo al doctor a los niños porque tienen MediCal”, dice Yocelyn.
En California, los niños indocumentados tienen acceso a servicios médicos gratuitos, pero sus padres no.
“Pero nosotros en una enfermedad hay que aguantarnos”, agrega.
Yocelyn tiene 29 años y pidió que guardáramos su identidad para proteger a su familia. Es considerada indocumentada por el gobierno, aunque no ingresó ilegalmente por la frontera. Llegó a Estados Unidos hace un año y medio con sus 4 hijos, pidiendo asilo político porque había sido amenaza de muerte y abusada sexualmente en El Salvador. Mientras un juez revisa su caso, se encuentra en un limbo legal, sin abogado, ni acceso a servicios de apoyo para sobrevivir.
“Qué difícil es para mí pues pensar, en que si a mí me deportan para El Salvador a mí me van a matar, y con mis hijos no puedo hacer como de llegar y regresar. ¿Cómo voy a hacerlo?”, afirma Yocelyn.
Aunque siente que necesita ayuda sicológica, Yocelyn no tiene mucho tiempo para deprimirse; tiene la responsabilidad de sostener y normalizar la vida de sus hijos.
“Tratar de salir del laberinto de migración, y en un país extranjero, con una nueva cultura y todo eso… quiero decir el nivel de complejidad es abrumante”, explica Deana Gullo, una trabajadora social en el Condado de Orange, California.
Gullo dice que muchos refugiados viven el paradigma del triple trauma. Esto es cuando se combina el trauma que sufrieron al salir de su país, la violencia que enfrentan en el camino y el estres de adaptarse a su nueva vida en Estados Unidos.
“Casi no me gusta contar mi historia a otras personas que me rodean, por miedo de dar lástima”, dice Yocelyn.
Cuando recuerda, le tiemblan las piernas. En el 2015 un grupo de pandilleros enemigos de su ex esposo, del que se había separado porque la golpeaba mucho, le exigían que les dijera donde estaba él pero como no pudo decirles porque no sabía, la asaltaron sexualmente.
“Me llevaron a una casa abandonada donde ya antes habían matado a muchas muchachas… y me violaron en repetidas veces me golpeaban. Y la verdad es que nunca pensé que fuera a salir de ese lugar”, recuerda.
La golpearon con un palo de escoba, en la espalda, en las piernas y lo hicieron con tanta violencia que se rompió.
Yocelyn sobrevivió porque uno de los agresores la conocía pero la amenazó con matarla si regresaba. Asustada, al día siguiente huyó hacia Guatemala, y con tristeza dejó a sus 3 hijos con su mamá, porque no pudo llevárselos.
“Les dije que me dieran oportunidad de ir a traer a mis hijos. No quisieron. A mí bebé todavía le daba de mamar. Nunca se habían separado de mí, nunca”, dice Yocelyn.
En Guatemala se dio cuenta que estaba embarazada.
“Sentí que no podía más, hubo momentos en que ya no quería vivir, ya no quería existir. Le rogaba al cielo, te lo digo así en serio. Me acostaba y le pedía a Dios que no me dejara levantarme”, dice.
Viajó a buscar trabajo a la Ciudad de México pero también quería terminar su embarazo. Las monjas del refugio que le dio albergue la convencieron de que lo diera en adopción. Cuando dio a luz, cambio de opinión.
“Y desde que empezó a mamar yo ya no me pude desprender de él… Ya no pude, lloraba cada vez que lo veía, pase 5 meses casi… llorando, viéndolo… Lloraba cada vez que lo miraba”, recuerda.
Ya casi recuperada, recibió una llamada de su madre alertándola de que había personas extrañas rondando su casa. Yocelyn dejó a su bebé al cuidado de una abogada en Chiapas, y regreso por sus hijos a El Salvador.
“Inmediatamente agarré a mis hijos, y vámonos”, cuenta.
En agosto del 2016, en la garita de Nogales, Arizona, junto con sus 4 hijos y su hermano de 21 años, solicitaron asilo político. Los detuvieron durante una noche en una celda helada de un centro de detención de Tucson, donde a uno de sus niños le dio un fuerte ataque de asma, y a eso atribuye Yocelyn que los hayan dejado libres.
“Vieron que el niño se podía morir ahí. Nos sacaron”, dice.
Les dieron cita para ver a las autoridades de migración 15 días después en Los Ángeles, California, pero enfrentaron un problema más urgente.
“No tenía quien me recibiera, no tenía nada de eso”, señala.
Su hermano fue enviado a un centro de detenciones donde pasó 9 meses. Yocelyn y sus 4 hijos viajaron a California con un familiar lejano que durante unos meses les dio posada. Matriculó a sus hijos en la escuela y pronto, se colocó de camarera en un hotel cerca de Disneylandia.
Un sábado a las 8 de la mañana Yocelyn espera un autobús para ir a su trabajo. Le pagan casi 11 dólares la hora y obtiene como mil 800 al mes, pero su renta es de 2000 dólares mensuales. Para completar su alquiler, le ayuda su novio Mario y su hermano -ya en libertad, pero con un grillete en el tobillo-, quien trabaja de ayudante de plomero.
“Está muy difícil… tal vez para una persona sola es más fácil… ¿pero para una mamá con cuatro hijos?, y luego ellos nomás piden, no importa que tengas, o no tengas. Ellos quieren comer e ir a Yogurtland… todos los días…”, dice riendo.
Al llegar a su trabajo Yocelyn entra por la puerta de servicio.
En el hall del hotel hay una cascada, las familias desayunan con sus niños con orejitas de Mickey Mouse, listos para ir al parque de diversiones. Yoselyn dejó a sus hijos al cuidado de su tío, que enfermo de varicela, no se levanta de la cama desde hace dos días. Adaptarse a un nuevo país tampoco ha sido fácil para ellos.
Hay días en que sus dos varones, de 5 y 7 años discuten sobre quién habla mejor el inglés…
-¿Por qué todos los niños no quieren jugar conmigo?
-Porque eres nuevo y no hablas inglés
-¿What brother?
-You don’t speak English.
-¿What?
-You don’t speak English.
Yocelyn no sabe cómo y tampoco tiene tiempo para buscar ayuda sicológica para ella ni para sus hijos. Y estos servicios si bien existen, no son fáciles de encontrar, afirma Isabel Becerra, directora de la Coalición de Centros de Salud Comunitarios del Condado Orange.
“No hay suficientes proveedores bilingües y biculturales que atiendan adecuadamente las necesidades de salud mental de nuestra población”, dice Becerra.
Yocelyn se esconde en su cuarto para llorar sin que sus hijos la vean. Y hay momentos en que se siente extraña cuando mira a su niño que en febrero cumplió 2 años.
El abuso sexual a mujeres es prevalente en El Salvador. En el 2016 más de 3 mil 900 mujeres fueron asaltadas sexualmente según OMSA, una organización feminista que aboga por los derechos de la mujer.
El caso de Yocelyn es uno de los 17 mil pendientes de salvadoreños en las cortes de inmigración de California, y tardan un promedio de 2 años para ser evaluados por un juez.
En Los Ángeles el total es de 65 mil casos según un análisis de TRAC, un centro de análisis de datos en la Universidad de Syracouse. Los abogados se ven desbordados, explica Lindsay Toczylowski, Directora Ejecutiva de Immigrant Defenders Law Center, un grupo de abogados pro-bono, que ayudan principalmente a personas en centros de detención.
“No son tantas el número de agencias que proporcionan una defensa legal contra la deportación y también hay escasez de abogados para tomar todos los casos”, explica la abogada.
Después de un largo día de trabajo, y de preparar la cena Yocelyn se recuesta en el sillón de la sala de su apartamento y saca 35 centavos de su bolsillo.
“Mi triste propina del día de hoy….”, dice.
Sus cuatro niños la rodean buscando su atención. En especial el más travieso, de 5 años.
-Después cuando sea Halloween… cuando sea el fin del mundo, me voy a disfrazar…
-¿De qué te vas a disfrazar?, pregunta Yocelyn.
-De los Power Rangers.
-Cuando sea el fin del mundo…¿Y cuándo va a ser el fin del mundo?
-En el otro mes.
El más pequeño, de 2 años, sólo quiere estar en sus brazos y Yocelyn lo arrulla:
“San José y la Virgen se fueron a lavar, la Virgen lavaba, San José tendía… El niño lloraba del frío que hacia… Ya mi corazón ya…”
Ya sólo le quedan poco más de 6 semanas para su corte de asilo político y Yoselyn aún no tiene un abogado que la represente. Le aterra la deportación y no sabe qué hacer pero saca aliento de sus hijos….
“Estoy viva, y estoy aquí y estoy luchando y mientras pueda hacer eso yo voy a seguir adelante. Una vez escuche una frase en una caricatura que dice que lo mejor de tocar fondo, es que lo único que puedes hacer es subir”, concluye.