I
En días recientes se conmemoró un aniversario más de dos tragedias modernas que sacudieron al mundo, ocurridas fatídicamente un mismo martes 11 de septiembre por la mañana pero con 30 años de diferencia entre una y otra. Repentinamente el cielo se abrió en la claridad del día para que desde ahí descendiera el fuego destructor de los aviones de la muerte impactando esas torres que evocaban, cada una en su tiempo y en su respectivo lugar, signos distintos de la democracia en el hemisferio. El primer evento ocurrió durante una insurrección militar el verano chileno de 1973 sobre las torres del Palacio de la Moneda, donde perdió la vida traicionado por el ejército un hombre insigne, Salvador Allende, empeñado en la emancipación de la clase trabajadora, que veía con esperanza por primera vez su futuro. El segundo caso fue en las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio en Wall Street, durante el otoño de 2001, devoradas también por el fuego destructor que llegó a través del cielo azul y entró como una bomba por las ventanas. En cada uno de ambos sitios, atacados sorpresivamente por el enemigo, murieron cerca de tres mil personas. Todos los años se les recuerda para mantener viva la lección de la historia y honrar la memoria de los muertos. Este 11 de septiembre el programa Línea Abierta de Radio Bilingüe visitó el tema. Contó con la colaboración de dos notables chilenos: el escritor Ariel Dorfman, y uno de los miembros fundadores del MIR, Víctor Toro. El programa fue conducido por Samuel Orozco, director de Noticias de esta red de emisoras latinas de radio pública en español.
por Samuel Orozco
Recordamos los dos once de septiembre, el de los atentados del 2001 en Nueva York, y el de hace cuarenta años, en Chile, cuando el Augusto Pinochet bombardeó sin piedad el palacio de gobierno presidencial. Es el aniversario de dos tragedias que ocurrieron el mismo día pero separadas en el tiempo por casi tres décadas y varios miles de millas de distancia. Ambas tragedias estremecieron hasta las últimas fibras de la sociedad de cada nación y sometieron a prueba su espíritu y su fuerza de voluntad.
Para recordar y pensar sobre las tragedias del 9/11 vemos esos trágicos acontecimientos desde el punto de vista de un protagonista de primerísima fila en los hechos del 11 de septiembre de 1973, el escritor Ariel Dorfman, quien se crió de niño en Estados Unidos y vivió después en Chile, donde siendo un destacado intelectual llegó a colabora como asesor cercano del presidente, Salvador Allende, hasta las horas previas al golpe militar. Luego pasó a un largo exilio. Desde 1980 vive en Estados Unidos, donde es profesor distinguido de literatura en la Universidad de Duke. Entre sus múltiples libros figuran algunos que ahondan en la experiencia del golpe: «Más allá del miedo, el largo adiós de Pinochet», «Otros Septiembres, Muchas Américas», «Chile, el otro 11 de septiembre» y, el más reciente, su libro de memorias: «Entre Sueños y Traidores».
Ambos atentados cumplen hoy (septiembre 11 de 2013), 40 años el primero, y 12 años el de Nueva York, y reviven en muchos pesadillas latentes y horrorosas, y en otros provocan profundas reflexiones y afanosa búsqueda de respuestas.
“El 11 de septiembre de 2001 estaba yo aquí, en mi casa en Durham, North Carolina, y me quedé pasmado, simplemente por la coincidencia de que justamente estando yo rememorando los 28 años del otro golpe, del otro terror que llegó del cielo en Chile, de repente veo yo la segunda Torre que cae en la televisión”, dice Dorfman.
El primer evento “es el que por cierto impacta mi vida de una manera muy directa”, continúa, “porque yo debería haber estado en La Moneda, porque yo era asesor del presidente Allende, y justamente la noche anterior, en vez de cumplir el turno que yo hacia de guardia para poder avisar de alguna emergencia que pudiera pasar al presidente, resulta que yo había cambiado mi turno con un gran amigo migo mio llamado Claudio Gimeno; él me dio su turno del día domingo 9 y yo le di mi turno del lunes 10. Y resulta que justamente él se quedó el día 10, y se murió el día 11 en La Moneda. Lo tomaron preso, lo torturaron y lo mataron un poco más tarde ese día”.
“Traté de llegar a La Moneda ese día y no pude, simplemente”. Ese día, “Angélica mi mujer me llevó curiosamente hasta donde se disponía el primer cerco policial, como a unas diez cuadras de La Moneda”. Todavía no habían bombardeado al Palacio, pero se escuchaban ya metralletas y se veían ya tanques en las calles, narra el escritor, “y yo me di cuenta en ese momento de que si pasaba esa barrera que estaba bloqueando las calles…, bueno, era probable que me iba a morir. Y me di vuelta, y miré a mi mujer, que estaba allá, del lado de la vida, y miré para el otro lado, que estaba la muerte. Y me dije: tal vez yo tengo realmente que conservar la vida, en vista de que el destino quiso que yo no estuviera en La Moneda hoy. Traté de llegar, y no pude… Y me fui a la clandestinidad contra el gobierno de Pinochet ese día. Fue un momento tremendo y muy decisivo”, que cambió la vida de Dorfman para siempre, “y cambió la vida de país para siempre, e incluso yo diría que cambiaron muchas cosas en la historia del mundo también”.
Su más reciente libro se titula entre sueños y traidores… ¿cuáles sueños, y cuáles traidores están más dibujados o más marcados en su memoria?
“Yo utilizo una frase del gran dramaturgo griego, Esquilo: ‘Los hombres en el exilio viven de sueños’. Y la idea es que uno vive del sueño cuando está afuera, vive soñando el país al cual quiere uno volver. Y por cierto que el exilio está plagado de traidores. El mayor traidor de todos es Augusto Pinochet Ugarte, el general que derrocó a Allende y que sumió a Chile en una dictadura durante 17 años”. Irónicamente fue Allende mismo el que puso a Pinochet en ese puesto de comandante en jefe del Ejército, señala Dorfman.
“Yo nunca conocí a Pinochet directamente. Sabía que él iba a ser el salvador nuestro, el salvador digamos de la democracia, en cuanto a que era supuestamente democrático”, recuerda Dorfman, en tono pausado. “Y recuerdo que estando un día yo en La Moneda suena el teléfono. Yo era algo así como el chief of staff del gobierno, y de repente me dicen: (voz engolada) ‘Puedo hablar con Fernando Flores’, dice una voz que después iba yo a conocer tan bien en los discursos.
– ¿Y de parte de quién? -pregunta Dorfman.
– Del General Augusto Pinochet… iInmediatamente, póngamelo!
“Y aunque muchas veces me he reprochado, aunque no sé por qué debía reprocharme, no reconocí lo que había de malignidad en esa voz… la voz que iba a dar órdenes para matar a mis amigos, para mandarme a mí al exilio. Era la voz que iba a negar la democracia, que iba a imponer la censura, y que iba a burlarse de nosotros, los desaparecidos, durante tantos años”.
Cuenta el autor de “Imaginación y violencia en América” que la intervención de la CIA quedó más que probada. Las manos de más de un personaje del más alto nivel ahí en Washington, están manchadas de sangre, seguramente. Y aunque el Congreso investigó, jamás se llegó a fondo. No se procesó ni se fincó ningún cargo contra quien resultara responsable.
–¿Hay todavía algún intento por jalar a cuentas a los autores intelectuales de la intervención acá en Estados Unidos?
-No lo hay, digamos…
“La gente que estaba a favor de la intervención, uno era Nixon, que pasó a la historia de una manera bastante lamentable. Y otro es (Henry) Kissinger, que sigue siendo una persona que es recibido con honores en muchas partes, aunque hay en algunos países algunos intentos de llevarlo a la justicia como autor intelectual”, sostiene Dorfman, “por haber apoyado el golpe y posteriormente por haber apoyado a la dictadura”.
Sobre la investigación que hizo la Comisión Church de Estados Unidos a cerca del golpe militar que acabó con la vida de Allende, algo que resulta interesante para Dorfman, nos dice, fue el hecho de que ésta se tradujo en una serie de leyes que en Estados Unidos significaron que este país supuestamente no podía intervenir en asuntos extranjeros, como lo hizo en el caso de Chile.
“No puede escuchar” conversaciones privadas, “como está sucediendo probablemente en este momento. Cuando el Presidente George W. Bush invadió primero Afganistán y luego Irak, estaba cometiendo el mismo error que cometió el Presidente Nixon cuando intervino en Chile”.
Dorfman invita a recordar que Estados Unidos, “siendo un país con muchas cosas maravillosas, ¿no es cierto?, también es un país que se apoderó de la mitad del país mexicano; que forzó a México a firmar el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que posteriormente vulneró constantemente”. Y da un ejemplo: «En el tratado de Guadalupe Hidalgo se dice que aquellos que quedaban en el territorio de California, etcétera, podían mantener su idioma… Y no fue así”.
Para el también autor de «Otros Septiembres, Muchas Américas», todavía hay mucho que pensar sobre la intervención estadunidense en otros países; y llama a poner énfasis en Chile, porque se trataba de una democracia, afirma. “No creo que sea justificable, pero entiendo que la gente pueda decir, bueno, estoy contra un dictador, voy a tratar de derrocar a un dictador; pero, el derrocar a una persona que ha sido elegido legítimamente por su pueblo, me parece un sin sentido. Y el problema es que Estados Unidos, supuestamente debe ser el adalid de la democracia en en el mundo entero… cuando se piensa en el caso de Chile en el que 40 años atrás teníamos un presidente democrático, teníamos muchos problemas, muchos de ellos causados por la CIA, muchos otros causados por la oposición de derecha y muchos causados por nuestros propios errores… ninguna cosa que hayamos hecho nosotros justificaba un golpe militar tan cruento como el que se llevó a cabo en Santiago”.
Chile, laboratorio del neoliberalismo
Chile pasó a ser, por diseño, un laboratorio para poner a prueba políticas de libre mercado incubadas en el Norte. Políticas de voracidad desbocada; des nacionalización de los recursos naturales del pueblo, supresión de los derechos laborales del trabajador, que de aquí (EU) salieron para injertarse en otros países y otros mercados… ¡Cuéntenos!
“Así fue, en efecto. Chile fue un laboratorio para un montón de otras cosas… para la llamada Revolución en Libertad de Eduardo Frei; un laboratorio nuestro para un socialismo democrático, o la vía electoral, en el caso de Allende…, y en el caso de Pinochet se creó un laboratorio del neoliberalismo donde nosotros terminamos siendo los conejillos de India… un laboratorio donde se hizo el injerto de estas ideas de Milton Friedman, de la Escuela de Chicago, y se llamaron los Chicago Boy’s, que eran todos los que habían estudiado con Milton Friedman en la Escuela de Economía de Chicago, y que volvieron a Chile a experimentar cómo funcionaba eso”.
Con una intervención de esa naturaleza, “donde los trabajadores no tienen derecho a protestar contra su bajo salario, donde se desnacionalizan todas las empresas, a un precio irrisorio que no tiene ningún sentido, cuando además se dice que la forma fundamental de la economía, aquello que la mueve, es la avaricia, y que entre más avaricia tengamos más felices vamos a estar… bueno, uno puede ver en eso que se van creando las condiciones para la gran crisis económica que se da posteriormente”.
“En Chile se des regularizaron todos los reglamentos que se mantenían sobre los bancos, sobre el seguro social, como el social security de aquí, que se privatizó, y fue un desastre, a mi entender… evidentemente hubo logros en la economía chilena, aunque la mayoría de los logros vinieron no a raíz de la reforma de Pinochet, sino debido a los 20 años que siguieron con la conceptuación por la democracia, donde se bajó mucho el nivel de la pobreza, y donde se crearon una serie de resguardos sociales”. Antes como ahora sigue siendo difícil hacer cosas como esas en Chile, “porque nosotros estamos regidos por una Constitución fraudulenta, que Pinochet hizo aprobar en 1980. Él hizo lo que el dictador español, Francisco Franco. Dijo: ‘Yo dejo bien atado, y con muchos nudos a este país’. Es como si nosotros estuviéramos muy bien atados, como Gulliver, con los liliputenses… así, que no podíamos movernos para nada”.
Justo después del ataque a las desaparecidas Torres Gemelas, en un pasaje de uno de sus libros Dorfman advierte a la nación de Estados Unidos: ‘Mucho cuidado con la plaga de hacerse la víctima. América, nada es más peligroso que un gigante que tiene miedo’. ¿Qué quiso decir?
“Lo que pasó es que Estados Unidos con ese miedo que tuvo, con la sensación de que ‘yo soy víctima, y mira las cosas terribles que me hicieron’… y fue terrible lo que le hicieron, fue terrible lo que le hicieron a nuestro país, a Nueva York, a Washington, a esas víctimas inocentes, fue terrible. Pero no justificó eso que invadieran Afganistán, que invadieran Irak, que hicieran la cantidad de cosas que han estado haciendo”. Agrega que la violencia que uno ejerce termina convirtiéndose en un bumerang que termina revirtiéndose en contra de uno.“Y lo que me temía en ese momento, después del 11 de septiembre era… tengan cuidado, porque yo he visto cómo las peores cosas que le hacen a uno, puede terminar uno haciéndole aun peores cosas a los demás, y entonces empieza un ciclo de violencia. Y yo sigo creyendo como Salvador Allende en la paz, en la no violencia. Y a veces hay que ser mucho más valiente, para enfrentar el mundo con no violencia, que dejar que la rabia nos gane a nosotros”.
Hoy que vuelven a retumbar los tambores de la guerra, nos dice: ¿‘No será ahora, ahora que la guerra se acerca de nuevo, de contarnos unos a los otros, historias de paz, una y otra vez’? Y este es un mensaje para los estadunidenses.
“Es un mensaje para todos, para todos nosotros. Lo que pasa es que entre más poderoso es uno, más responsable debe ser. Y por lo tanto, aquellos que somos de este país, de Estados Unidos, tenemos más responsabilidades que aquellos que tienen menos poder”. Lo que el escritor trataba de hacer eran historias de paz, “aunque no solamente son historias de paz, son también historias de amor, historias de búsqueda, historias de ambigüedad… Uno escribe muchas cosas distintas, no sólo en un solo tono”.
La plática entre Samuel Orozco y Ariel Dorfman tuvo lugar un par de días antes del 11 de septiembre. Hace 40 años, siendo asesor del presidente Chileno, Salvador Allende, Ariel Dorfman salvó la vida por cosa del azar, del bombardeo y la matazón perpetrados por efectivos de las fuerzas armadas en el Palacio Presidencial donde tenía su oficina, en La Moneda.