En el período que siguió al veredicto de absolución para los cuatro policías que fueron video grabados cuando infligían una brutal paliza al automovilista afroamericano Rodney King, se presentaron cantidad de recomendaciones y promesas para reformar el Departamento de Policía de la Ciudad de Los Ángeles, LAPD. Y a 25 años de esos devastadores hechos, la pregunta que nos hacemos es: ¿Ha cambiado realmente la fuerza policial? ¿Cómo tratan hoy el LAPD el uso de fuerza y de las armas de fuego sus agentes? ¿Cómo se responde hoy en Los Ángeles a las tensiones y rencores raciales? En este programa de Línea Abierta (04/27/17) que aquí se reseña, Samuel Orozco, con ayuda de dos especialistas y testigos oculares de esos históricos sucesos responden de manera amena y testimonial, a los retos que la sociedad se ha planteado para encarar las conflictivas relaciones de la policía y las personas de las llamadas minorías étnicas de esa ciudad del sur de California, que podrían extenderse al comportamiento policial nacional. Este reporte es parte de nuestra serie, Hablando de la Raza: una conversación sobre lo que nos une, lo que nos separa y lo que no se habla en asuntos raciales’, financiada en parte por la Fundación W. K. Kellowgg.
Programa completo de Línea Abierta
Samuel Orozco
Director de Noticias
Radio Bilingüe, Oakland, CA
Esta semana se cumplen 25 años de un acontecimiento que ha dejado una profunda cicatriz en la sociedad de Los Ángeles: la explosión de violencia civil que devastó el sur de la ciudad al trascender el veredicto de un jurado blanco que exoneró a los cuatro policías que fueron video grabados golpeando brutalmente a un caído Rodney King.
Veredictos como este, que absolvían a policías, no era nada raro en la vida de Los Ángeles. Todo el tiempo pasaba. A cada rato ciudadanos afroamericanos o latinos denunciaban malos tratos o muertes a balazos a manos de la policía local. Y en estas comunidades siempre se adivinaba el resultado: no habría juicio o si lo había, no habría condena. En casi tres décadas, sólo un policía había sido juzgado por abuso de fuerza.
Pero el caso de Rodney King era diferente. La salvaje tunda de golpes, la brutalidad, habían sido grabados en cámara in fraganti y todo mundo lo pudo ver. La conclusión se suponía inescapable: ahora por fin sí habría justicia. Eso era lo que todos daban por sentado. ¿Quién podía dudar de sus propios ojos? Pero entonces llegó el ansiosamente esperado veredicto.
«Nosotros, el jurado, encontramos al acusado Stacey C. Koon, no culpable».
Estas palabras fueron el colmo de los colmos para muchos. Hubo conmoción en la opinión pública y, a los pocos minutos, se produjo el primer estallido de violencia en el corazón de las barriadas afroamericanas. Espontáneamente, la gente salió a la calle a gritar su rabia.
«¡Culpables!, ¡Culpables! ¡Culpables!»… «¡Viva Rodney King!»… «¡No justice no peace!».
Enceguecidos por la cólera, algunos grupos tomaron la ley en sus propias manos y salieron a ajustar cuentas, a ‘amanarselas’, a lo bronco. Y el hígado estaba tan lleno de piedritas por tanto agravio y tanta humillación que el estallido de los ánimos fue brutal.
Y en la confusión del momento, los alzados no salieron a atacar cortes, ni agencias policiales ni otras instituciones del poder. Lo que hicieron fue agredir a sus vecinos, incendiar los comercios de la esquina y hacer que ardiera su vecindad. “Burn Baby Burn”, decían algunos cartelones. Fue pues un arranque de rabia loca, descontrolada. Fue un colectivo acto de crisis de los ánimos; cientos se salieron de sus cabales, se salieron de quicio, y presas de la crisis de la ira, se lanzaron algo así, como a prenderle fuego a su propia casa.
Y así ardió el centro sur de Los Ángeles por cinco días. Así quedó en ruinas y en cenizas el barrio afroamericano y latino.
En respuesta a los hechos que dispararon la violencia civil, o sea, en respuesta a la golpiza perpetrada por agentes contra Rodney King, se formó una comisión oficial. Se llamó la Comisión Christopher, por el apellido de su líder, Warren Christopher, que después fue secretario de estado. Al final del estudio de los hechos, los comisionados presentaron un informe.
En éste, se respondió a la pregunta: ¿Cómo pudo pasar lo de Rodney King? El problema, según la comisión, es que muchos oficiales atropellan las reglas y abusan de la fuerza no una ni dos, sino muchas veces; y los jefes no sólo se hacen de la vista gorda, sino incluso premian a los oficiales que delinquen. Y aun más, entre los oficiales campea un vocabulario y una cultura plagados de racismo.
¿Y qué hay que hacer para que ya no ocurran estos abusos? Sobre esto, los comisionados pidieron a la policía un sistema que les obligue a tomar en serio las quejas del público, que jale a cuentas y haga responsables a los jefes de lo que pase en su sector, y que se ascienda a mujeres y minorías a puestos de dirección.
Y después de 25 años, ¿cuánto ha cambiado en la policía y el departamento del Sheriff de Los Ángeles y cuánto sigue igual?
Para llegar al grano del asunto Samuel Orozco consultó en este programa de Línea Abierta con un destacado especialista; alguien que por cuatro décadas ha jalado victoriosamente a cuentas a los cuerpos policiales de Los Ángeles en casos de abusos o de muertes contra ciudadanos.
Se trata del abogado Samuel Paz, especialista en derechos civiles y en mala conducta policial. Actualmente es miembro directivo de la National Lawyers Guild, el gremio de abogados progresistas. Y es también Vice Presidente del National Police Accountability Project (Proyecto Nacional de Responsabilidad Policial, de su propia autoría).
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En el mismo programa de Línea Abierta, el Director de Noticias de Radio Bilingüe también entrevistó en este mismo programa al profesor Roberto Rodríguez, de la Universidad de Arizona, Tucson, autor del libro, “Justice: A Question of Race”, y sobreviviente él mismo de la violencia policial en Los Ángeles. Actualmente el Dr. Rodríguez se aboca a la tarea de escribir un libro testimonial, con sus propias memorias acerca del tema de la tortura y de la violencia política, preocupaciones que ocupan el centro de la narrativa de este libro, señala Orozco.
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