De la redacción
Todos han sido testigos de cómo desde el primer momento en que el 16 de junio de 2015 descendió la escalera eléctrica de la Torre Trump en la 5ta avenida de Nueva York, el actual presidente de Estados Unidos inició oficialmente su infatigable retórica de odio racial acusando a los mexicanos de violadores sexuales. Desde ese momento, su vocabulario no ha variado, y pronto dio paso al uso de traficantes humanos, “al afirmar que los inmigrantes de América Central son niños traficantes’”, dice la revista The Appeal. Este reporte es parte de nuestra serie sobre Periodismo de Justicia Penal, realizada en colaboración con The Justice Collaborative, y auspiciado parcialmente por la Public Welfare Fundation / Fundación para el Bienestar Público.
Ha quedado claro que los intentos del presidente –y su administración- para infundir miedo en la población estadunidense con una retórica de odio, sin sustentar absolutamente sus dichos con ningún hecho real, ha sido una táctica que le ha dado mucho éxito con su base de fieles electores. Pero además del miedo, su retórica es parte integral de una agenda antinmigrante que pinta a los migrantes como “delincuentes viciosos”… Y millones de estadunidenses le creen.
“La retórica de la trata de personas transforma a los migrantes, que a menudo huyen por sus vidas, en personas a las que los estadunidenses no deben preocuparse ni proteger”, sostiene la fuente. Y aunque muchos se conmovieron con las imágenes de los niños que le fueron robados a sus padres en la frontera, y que fueron maltratados hasta dejar morir a dos pequeños guatemaltecos, Jakelin Caal Maquin (7 años) y Felipe Alonso-Gómez (8 años), bajo la custodia de la Patrulla de Fronteras, pronto estas imágenes para muchos pasaron a ser algo “normal”.
Para Trump, obviamente sin sustentar su dicho, “los solicitantes de asilo son entrenados por contrabandistas y traficantes ‘profesionales’». Y es que “es más fácil justificar la represión contra los traficantes peligrosos que sobre las personas hambrientas y en apuros”, como son los migrantes de las caravanas; o “sobre los traficantes que ayudan a los inmigrantes a llegar a donde quieren ir”.
La fuente aventura un argumento audaz al afirmar que “Si queremos entender cómo el lenguaje de la trata –de personas- se ha convertido en el centro de la política antinmigrante en 2018, debe entenderse la extraña historia bipartidista del término”.
Remontándose a dos décadas atrás, cuando impulsados por la desastrosa situación económica en sus países muchos migrantes decidieron emigrar a este país en busca de una mejor vida, y cruzaban la frontera a veces de manera ilegal. Entonces, cuando la presidencia de Bill Clinton languidecía legisladores conservadores en Washington encontraron la fórmula para agitar a sus respectivos electores.
Pero cruzar la frontera es una empresa riesgosa y complicada, de modo que muchos buscaron ayuda para hacerlo, y contrataron los llamados “coyotes”. Pero estos a menudo se aprovecharon de los migrantes aun de maneras violentas, a través de la fuerza, el fraude o la coerción, y entonces éstos fueron convertidos en «traficantes de personas». Hoy el simple cruce ilegal ha sido convertido en un “crimen”, y los inmigrantes que cruzan la frontera sin permiso son por tanto “criminales”.
Al mismo tiempo, los grupos de derechos de las mujeres exigieron acciones para proteger a las personas de la trata, en particular a las mujeres y las niñas obligadas al comercio sexual. La idea de que los hombres podrían convertir a mujeres y niñas en esclavas sexuales capturó la imaginación de la derecha.
A fines de los 90, un grupo bipartidista de legisladores federales conservadores aprobaron la Ley de Protección de Víctimas de la Trata de Personas (TVPA), que criminalizó la trata de personas. Y en octubre del 2000 Clinton promulgó esta ley. Luego vinieron las agencias locales y federales para investigar y procesar a los perpetradores de “abuso sexual agravado” o intentos de secuestrar o matar a la víctima, con penas de hasta 20 años de prisión.
“Millones de dólares se invirtieron en agencias policiales, reforzados por campañas de sensibilización pública que advirtieron (falsamente, más tarde se hizo evidente) que cientos de miles de niños en Estados Unidos eran víctimas de traficantes”.
The Appeal sostiene que la policía no ha demostrado que exista el número de víctimas que el gobierno afirma. Sin embargo, “la lucha contra la trata de personas continúa entusiasmando a los legisladores republicanos y demócratas”. Y tanto fiscales como alguaciles ahora hacen campaña contra la trata para avanzar sus carreras políticas.
El guion no cambió con Bush ni con Obama, pero ahora es explotado y “mejorado” con Trump, quien “ha vinculado la lucha contra la trata… con la noción de los inmigrantes delincuentes que ponen en peligro a las mujeres y los niños”.
En la actualidad, tal pareciera que las agencias de aplicación de la ley han aceptado la idea de que las víctimas del tráfico de personas están invariablemente conectados con los traficantes de personas. Y según esta lógica, “las víctimas de los contrabandistas, especialmente cuando son niños…, significa que sus madres y sus padres, que pagaron a los traficantes, son cómplices de los traficantes”.
De ahí se salta a la idea hoy día de que “cualquier adulto que lleve niños no está relacionado con ellos”. Por tanto, “podría ser sólo contrabandista, traficante de personas. Es una cosa muy poco saludable y peligrosa», dice la fuente.
Y tras firmar la orden ejecutiva de Cero Tolerancia, “Trump afirmó que los padres migrantes estaban entregando a sus hijos a adultos para que los usaran ‘como un boleto para ingresar al país, con algunas personas realmente horribles’».
La retórica del presidente continúa a medida que “aprovecha las oportunidades para convertir a los padres migrantes como mercenarios de sus propios hijos e hijas”. A fines de noviembre, después de que los agentes de la Patrulla Fronteriza en California arrojaran gases lacrimógenos a los miembros de la caravana, incluidos los niños pequeños, Trump dijo que “esos niños también habían sido puestos en peligro deliberadamente por ‘enganchadores’. Al caracterizar el acto de cruce de fronteras con los niños como ‘tráfico’, un lenguaje político casi inmune al desafío, de esta forma continua su guerra contra los inmigrantes, concluye The Appeal■