La nueva era de los inmigrantes ante los ojos del mundo y de la historia

David Torres

Es ciertamente sintomático ver cómo las narrativas amalgamadas por el tema migratorio exhiben las verdaderas intenciones de quienes abordan la situación de los miles de inmigrantes que, aún en este siglo, consideran a Estados Unidos como su única salvación.

Los contrastes, por cierto, son evidentes, sobre todo cuando se trata de resolver el problema desde el punto de vista humanitario, como ahora, y no desde el filoso ámbito de la xenofobia y del sentimiento antinmigrante, como hasta apenas hace unos cuantos meses. Ambas posturas definen con claridad la esencia del objetivo final.

Es obvio que hemos entrado en una nueva era —política y migratoriamente hablando— sin que dejen de retumbar en la conciencia los ecos de ese reciente pasado supremacista que emanaba de la Casa Blanca durante el anterior gobierno. Y también es cierto que esta nueva vuelta de tuerca que ha emprendido la presente administración está haciendo virar el horizonte migratorio estadunidense y ha venido a paliar, en buena medida, el gran daño infligido a las comunidades de migrantes durante los pasados cuatro años. Falta mucho por hacer, por supuesto.

Por eso no es de extrañar que la ahora oposición intente tergiversar la dinámica migratoria con una estrategia para principiantes en política. Pongamos como ejemplo la visita de la semana pasada del grupo de legisladores republicanos a la frontera con México, más que para “atestiguar”, para ubicar geográficamente el inicio de su campaña tendiente a inocular en la conciencia de sus seguidores la idea de “una enorme crisis” en ese lugar, para achacársela, por supuesto, a la actual administración, como si el resto de la población, y ellos mismos, no supiera que la eterna problemática fronteriza se exacerbó durante el gobierno de Donald Trump.

Dicha visita republicana, en el fondo, ha sido al mismo tiempo una especie de insulto a la inteligencia de esta nación, que ahora entiende aún más el verdadero propósito del llamado trumpismo –neorrepublicanismo-; pero sobre todo ha sido un insulto a los inmigrantes en necesidad de una mejor vida, en especial los menores no acompañados, a los que empiezan a utilizar como escudo de un golpeteo político que se prevé más drástico al paso de los días.

Ese engañoso escenario en el que dicha oposición intenta además volver a introducir a sus “cuatro jinetes del apocalipsis” republicano —a saber: xenofobia, racismo, sentimiento atinmigrante y supremacía blanca—, no es más que el cebo con el que quieren atraer a la parte demócrata para enfrascarse en una saga de “dimes y diretes” que desvíe la atención de las verdaderas prioridades (menores migrantes, Dreamers, los 11 millones de indocumentados, trabajadores esenciales, los beneficiarios del TPS, trabajadores agrícolas, vacuna contra el Covid-19, etc.), y de las añejas raíces del fenómeno migratorio, que tienen que ver más con el sistema socioeconómico que rige nuestras vidas que con un problema simplemente fronterizo.

En ese sentido, mal haría la actual Casa Blanca en dedicarle demasiado tiempo y esfuerzo a rebatir una retórica ya conocida, por cruel y por fallida; en todo caso, y con el fin de avanzar verdaderamente y poner a la ofensiva inteligentemente este nuevo capítulo del movimiento pro inmigrante, será mucho mejor enfocarse en una nueva filosofía de lo migratorio y ser consciente de que defender a esta nueva generación de niños migrantes en la frontera, por ejemplo, es proteger al mismo tiempo en muchos sentido el futuro de Estados Unidos; no sólo en términos demográficos sino como ese nuevo impulso que toda sociedad necesita en momentos históricos como este.

Porque si aún hay quienes creen en Estados Unidos como destino de vida, tal como estos menores, el país debería aprender de esta demostración de esperanza y valor para mantener a su sociedad avanzando, ahora mismo y en el futuro.

Es decir, la frontera y los niños que llegan a ella, lo mismo que otras oleadas de migrantes, nos están diciendo que este no es el fin de la historia, como el trumpismo-neorrepublicanismo pretende convencer a sus seguidores usando la misma insultante retórica. La presencia de esos migrantes que aún llegan a la frontera nos indica que dicha retórica no funciona ya en el Siglo XXI, sino que pertenece a un horrible pasado que nadie, especialmente este país, quiere repetir.

Y es en esa transición donde las dos posturas llevan a cabo una especie de duelo de titanes, de cuyo resultado, por supuesto, emanará el tipo de país que realmente quiere ser Estados Unidos.

Pero no hay que darle demasiadas vueltas para convenir en que, independientemente de las dificultades que entrañe, siempre será más benéfico a corto, mediano y largo plazos seguir siendo un país de bienvenida ante los ojos del mundo y no una nación xenófoba y supremacista ante los ojos de la historia■

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