Como no se ha visto en Billions: la historia no contada del magnate mexicano Carlos Slim, principal accionista del New York Times
Al comparar la famosa teleserie sobre la ruina política de un prominente personaje, que no sólo llegó a ser gobernador de Nueva York sino presidenciable, con la realidad de un mexicano de origen libanés que logra amasar vertiginosamente una inmensa fortuna, ya de entrada rasguña la curiosidad. Porque todo esto sucede a consecuencia de extraños vínculos con oscuros personajes de los sótanos de poder político mexicano, durante una era de contracción de regulaciones oficiales a los empresarios, quienes reciben con los brazos abiertos la transferencia de la obra y el negocio públicos a la esfera del capital privado. En tanto –y estos es lo dramático-, decenas de millones de mexicanos viven este pasaje del último tercio del siglo pasado en México, bajo una grosera y peligrosa pobreza extrema. En efecto, la realidad que no nos cuentan los medios desde entonces, nos dice Malú Huacuja, autora de esta puntiaguda investigación que nos entrega de manera tan amena, ¡es obscena!
Por Malú Huacuja del Toro*
(Traducción de la versión original publicada el 7 de marzo de 2016 en Counterpunch).
La teleserie Billions de Showtime, vagamente basada en el escándalo sexual del ex procurador de justicia de Nueva York, Eliot Spitzer, que inicia con una sorpresiva escena de sexo perversillo, está alcanzando cada domingo más de un millón de televidentes. Gira en torno a los hombres de Wall Street y sus egos: un multimillonario gestor de fondos de alto riesgo, Bobby Axelrod (Damian Lewis), es perseguido por el procurador del Distrito del Sur de NY, Chuck Rhoades (Paul Giamatti), quien tiene un historial sin falla atrapando los estafadores ricachones que explotan el sistema por el que la economía quebró en 2008.
En el programa reverberan montones de escenas simbólicas: un perro marca su territorio orinándose en la alfombra del millonario; Axelrod paga una fortuna para estampar su nombre en un salón del Museo Metropolitano (en clara referencia a cuando los hermanos Koch grabaron sus nombres en el Lincoln Center y en las fuentes del Museo); el personaje protagónico mira Ciudadano Kane en su sala de proyección privada después de haber comprado una vistosa mansión en Southampton, etc.
Pero, por más bien hechas que estén las tramas de sexo e intriga, la realidad siempre demuestra ser más obscena. Billions no supera la burda ironía de la vida real de que su creador sea el columnista de finanzas de The New York Times, Andrew Ross Sorkin. Él es, además, el fundador y director de Deal Book, un servicio de noticias financieras publicado por The New York Times, cuyo principal accionista, desde enero de 2015, es el magnate mexicano Carlos Slim.
El personaje de Lewis llamado Axelrod desafía al sistema de justicia haciendo compras llamativas. Carlos Slim también marca su territorio justo enfrente del Museo Metropolitano al comprar el único edificio de la Quinta Avenida que todavía tiene uso residencial, pero a diferencia de Axelrod, él nunca tuvo que enfrentar —ni siquiera temer— a la justicia por la forma como se convirtió tres veces en el hombre más rico del mundo, según la revista Forbes. Y, cuando Donald Trump ataca a los mexicanos, no está hablando de él.
No se necesita revisar atentamente los archivos de Wikileaks de abril de 2011 (tal como fueron publicados en 2013 por el sitio Who What Why), para encontrar mensajes electrónicos desclasificados sugiriendo que está involucrado en el narcotráfico según la DEA. Todo lo que usted tiene que hacer es buscar la información más evidente y visible sobre un hombre que comenzó con tan sólo $5 mil millones de pesos* una fortuna que rápidamente creció hasta los $77 mil millones de dólares en un país con 50 millones de personas que viven y mueren en una pobreza muy por debajo de la norma en Estados Unidos.
A diferencia de Rhoader, ningún procurador de justicia mexicano se atrevería a perseguir a Carlos Slim. Y si hay algo que el columnista del New York Times y creador de Billions no le va a decir a usted, es que su hermano, Julián Slim, fue comandante de la policía política mexicana; que trabajaba junto con Miguel Nazar Haro, el ampliamente conocido torturador (tal como lo describen sus víctimas) y ex agente de la CIA, durante la “guerra contra los comunistas” de los años 70. De acuerdo con el más reciente biógrafo del magnate, Diego Enrique Osorno1, el condiscípulo y amigo cercano de éste estuvo a la cabeza de la Secretaría de Gobernación, Mario Moya Palencia: el cerebro tras los muchos asesinatos y crímenes impunes cometidos en México contra los opositores al régimen durante los 70. De hecho, el 22 de enero de 1975, el maestro de matemáticas Manuel López Mateos puso una denuncia por secuestro y tortura contra Miguel Nazar Haro y Julián Slim, comandantes de la temible Dirección Federal de Seguridad (FDS, el equivalente mexicano a Homeland Security). La denuncia jamás fue investigada.
Supuestamente por razones de “seguridad nacional”, el sistema de la Federal de Seguridad no era muy diferente al de una vendetta de un cártel de drogas. Salvador Corral García, una de las cabezas de un grupo guerrillero, fue arrestado en Sinaloa y posteriormente trasladado en secreto a la Ciudad de México, donde el hermano del principal accionista del New York Times, Julián Slim Helú, lo interrogó2 el 1º de febrero de 1974. Corral fue encontrado muerto con claros signos de tortura brutal a los cinco días en la misma colonia de una de sus víctimas, un poderoso hombre de negocios, como “regalo” de parte del gobierno mexicano al poder empresarial en la ciudad de Monterrey (localizada a unas 226 millas de la de México).
The New York Times tampoco les contará que la carrera de Julián Slim se desvanece cuando el gobierno mexicano otorga a su hermano la oferta con la que hizo crecer su fortuna, Teléfonos de México. Era una empresa paraestatal que el gobierno privatizó de conformidad con el esquema normal de procedimiento, es decir, aplastando a los sindicatos independientes, sobornando a todos los demás, organizando una cruenta campaña de desprestigio contra los trabajadores sindicalizados, volviendo absolutamente ineficiente a la empresa y haciendo que el público odie y repudie a los trabajadores en lugar de a la empresa para, entonces, venderla.
No es difícil imaginar por qué el agente secreto político adoptó un perfil bajo después de la compra. Su hermano poseía la única empresa telefónica del país, clave de la seguridad nacional y las estrategias de los servicios de inteligencia, en una época en la que no había teléfonos celulares y con una cláusula anticonstitucional incluida en el acuerdo de adquisición.
Los equipos de relaciones públicas de Slim ponen muchísimo tiempo, esfuerzo y dinero ocultando esta información, pero la licitación mediante la cual Slim compró Telmex al 30% de su valor3 incluía una disposición que le permitía tener el monopolio del servicio telefónico durante siete años. Esta cláusula le daba a él toda la ventaja que necesitaba por encima de cualquier competidor potencial. Los publicistas de Slim y el gobierno constantemente nos dicen que la licitación fue “completamente legal”, a pesar de que la Constitución Mexicana prohíbe los monopolios. Además, es difícil ignorar la conexión en la era predigital entre el agente de la policía política y la dirección de todo el sistema telefónico durante siete años consecutivos.
Aún así, Carlos Slim da conferencias sobre cómo ser un empresario exitoso. Por cierto que no sería una exageración compararlo con Hearst. Reacciona muy mal ante la crítica y las protestas. Por eso ha invertido dinero y recursos en todos los partidos políticos, incluido el de la izquierda electoral de López Obrador, así como en los medios de comunicación y la prensa, incluyendo a La Jornada. En los Estados Unidos, presentó una demanda ante la Comisión de Prácticas Políticas Justas de California en contra de unos activistas que se atrevieron a hacer burla de él cuando estaba hablando de filantropía. En este país, él perdió la demanda.
Slim se asocia con el ex presidente Bill Clinton en proyectos filantrópicos, así que hay información que ocultará cualquier medio de comunicación en el que él invierta dinero. Ni The New York Times ni Larry King —socio de Slim— les contarán a ustedes que el sacerdote que ofició su boda fue Marcial Maciel, el fundador los Legionarios Cristo, muy querido amigo del papa Juan Pablo II. Eso empañaría su imagen, pues Maciel fue encontrado culpable de abuso sexual, de consumo de drogas y de haber tenido seis hijos. Maciel tenía muchos benefactores millonarios. Su amigo el papa Juan Pablo II era también buen aliado del ex presidente Carlos Salinas de Gortari, quien no solamente privatizó la empresa telefónica paraestatal y la otorgó a Slim, sino que promovió y firmó el Tratado de Libre Comercio (TLC). Su hermano, Raúl Salinas de Gortari, fue acusado y sentenciado (y después liberado cuando Peña Nieto se hizo presidente) por lavado de dinero.
Invisibilizando lo más visible
La zona de la Ciudad de México conocida como “Centro Histórico” fue, literalmente, el centro del mundo prehispánico, cuando Moctezuma reinaba en el Imperio Azteca.
Era la Nueva York de los tiempos antiguos.
Actualmente es propiedad de Carlos Slim.
No se requiere ningún diestro detective para investigar cómo convenció él al alcalde supuestamente progresista Andrés Manuel López Obrador para desalojar a todos los vendedores ambulantes y a la mayoría de las familias pobres, a los trabajadores mal pagados y a las pequeñas empresas locales. Su administración creó una Fundación y un Consejo para “revitalizar” las colonias sin ninguna representatividad de los pobladores en absoluto —ni siquiera representantes falsos, sobornados— y sin voceros de las pequeñas empresas. El Consejo perteneciente a Carlos Slim y presidido por éste, estaba conformado por Jacobo Zabulowsky, ex conductor de televisión que apoyó la masacre contra los estudiantes ocurrida en esa misma zona en 1968 (mágicamente perdonado y políticamente revindicado por el partido de López Obrador), así como por académicos que no viven ahí pero que están a la orden para responder que sí. La única “verdadera residente” era la hija de un gobernador estatal que vivía en una mansión, la cual es además un tesoro histórico.
El ex alcalde de la ciudad de Nueva York, Rudolph Giuliani, fue contratado para “luchar contra el crimen”, es decir, para desalojar de la zona a la gente que vive en la calle, a instalar cámaras de seguridad y a permitir que Starbucks se adueñara.
Tampoco es ningún secreto que el sobrino de Slim, hijo del agente de la policía política, Julián Slim, es ahora el director de la compañía telefónica.
No tiene usted que ser Sherlock Holmes ni Bob Woodward** (especialmente este último) para saber que al yerno del magnate mexicano, el arquitecto Fernando Romero, junto con el arquitecto británico Norman Foster, se les ha concedido el contrato para la construcción de un aeropuerto en Atenco, en el estado de México, a pesar de la oposición inflexible de los comuneros.
La realidad resulta más obscena y menos divertida que Billions, porque 28 mujeres del pueblo rural de Atenco que se oponían a la construcción del aeropuerto fueron torturadas sexualmente por la policía federal en mayo de 2006, tal como lo autorizó el entonces gobernador Enrique Peña Nieto. Los tres principales dirigentes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo, fueron sentenciados a 112 años de prisión el primero y a 67 y medio los otros dos. Cinco años más tarde fueron absueltos debido a la protesta pública por todo el mundo, especialmente de la comunidad migrante mexicana en la ciudad de Nueva York, encabezada por el Movimiento por Justicia en el Barrio, cuyos integrantes protestaron dentro del consulado mexicano, forzando a los funcionarios a cerrar las oficinas el 4 de mayo de 2009.
Las mujeres violadas en Atenco continuaron luchando y movilizándose hasta la fecha■
*- Malú Huacuja del Toro es una novelista, dramaturga y guionista de la Ciudad de México, que radica desde hace una década en la ciudad de Nueva York.
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