Maribel Hastings
Aunque ya como puertorriqueña había experimentado la incertidumbre de tener a Donald J. Trump como presidente en medio de un desastre natural como lo fue el huracán “María” en 2017, mis mayores temores se han hecho realidad con la crisis del coronavirus. Es decir, siempre me preguntaba qué sería de nosotros si se desataba una guerra mundial o una crisis internacional con un presidente peligrosamente inepto que cree saberlo todo y no sabe nada.
Y vaya que no me equivoqué. El presidente que se burla del cambio climático, que no respeta a los científicos y que en 2018 desbandó la unidad del Consejo de Seguridad Nacional enfocada en la preparación nacional ante una pandemia, ha quedado en evidencia por enésima vez como lo que es: un individuo que carece de la preparación y del liderazgo necesarios para encarar este tipo de crisis. Es alguien incapaz de ofrecer un ápice de confianza o seguridad. Peor aún, es un politiquero que explota una crisis de grandes proporciones en la que está en juego nuestra vida, con el fin de promover el prejuicio, la división y la xenofobia contra grupos étnicos e inmigrantes.
En estos días de cuarentena, una de mis rutinas es seguir la rueda de prensa diaria del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, para ver la diferencia entre un líder y Trump. Cuomo es asertivo, las canta como las ve y declara que si a alguien no le gustan las decisiones que está tomando para frenar el avance del virus en su estado, que el único responsable es él. En cambio, Trump nunca admite errores y siempre busca a quién achacarle la responsabilidad y en este caso a los muertos. Y es que tras minimizar la amenaza real del virus, ahora trata de convencernos de que está en control y de que no tenemos nada qué temer.
En estos momentos de crisis es cuando uno entiende la importancia de elegir líderes verdaderamente capaces, que al mismo tiempo se rodeen de funcionarios que también lo sean. Pero sabíamos que el empresario Trump, rey de las bancarrotas, los escándalos y los negocios turbios no auguraba nada bueno para la nación. Claro está, se subió en la cresta de la ola de la buena economía que le dejó Barack Obama, con los bajos índices de desempleo y asumió que así sería hasta buscar la reelección. Pero el coronavirus tenía otros planes en puerta para Trump. Su principal carta de presentación ha sufrido un severo golpe y eso lo tiene descontrolado. De ahí que en medio de una crisis que debe ser enfrentada con unidad, Trump siga politiqueando y buscando culpables por su ineptitud.
Hay crisis que hacen o deshacen líderes. Hasta ahora Trump, el rey del “hacer creer” que está en control y todo va de maravillas, vuelve a demostrar que el puesto le queda grande. Peor aún, no sólo enfrentamos a un asesino invisible y silencioso como el coronavirus. La ineptitud y la improvisación de esta Casa Blanca ante una crisis de esta magnitud pueden ser tan peligrosas como el mismo virus■