Maribel Hastings
America’s Voice, Washington, DC
El recién electo líder de la mayoría republicana de la Cámara baja, Kevin McCarthy, de California, tiene una ambigua relación con la reforma migratoria.
Como quien deshoja una margarita: la quiere…, no la quiere….
Antes de su elección, la publicación Roll Call citó una fuente cercana al congresista diciendo que el nuevo líder «sólo accederá a colocar la reforma migratoria en el calendario (legislativo) si Obama prueba que se puede confiar en él y si la conferencia (republicana) está unida en apoyo a un plan específico de acción».
En otras palabras, podemos descartar la idea de que McCarthy coloque la reforma en el calendario de la Cámara baja en julio, o en lo que reste de la presente sesión legislativa. A menos que haya un milagro la bancada republicana no planifica confiar en Obama de la noche a la mañana y mucho menos coincidir en un plan de acción.
La Casa Blanca, sin embargo, quiere creer y hacer creer que un nuevo liderazgo republicano en la Cámara de Representantes abre la posibilidad de acción legislativa sobre la reforma en ese organismo. Difícilmente, a menos que sepan algo que no se ha anunciado.
McCarthy debería entender muy bien las consecuencias políticas para su partido, de seguir entorpeciendo la reforma migratoria.
Su estado fue pionero de las iniciativas antinmigrantes. En 1994 California aprobó la Proposición 187, impulsada por el entonces gobernador republicano, Pete Wilson, que proponía negar a los inmigrantes indocumentados servicios médicos, educativos y sociales. Fue detenida en tribunales pero sus efectos fueron claros. Generó una movilización de los votantes latinos de California y hundió al Partido Republicano entre ese sector de electores.
Considerada una de las diez economías más importantes en el mundo, con un Producto Interno Bruto (PIB) de alrededor de mil 900 millones e dólares, California ha sido a lo largo de su historia un indiscutible polo de atracción migratoria. De los 11 millones de indocumentados que se calcula habitan el país, al menos el 25 por ciento se encontraría en el estado de California.
Los inmigrantes indocumentados han mantenido a flote cuatro de los sectores más importantes del estado: el agrícola, el textil, el de la construcción y el de los servicios.
Tan sólo el campo californiano, en el que casi el cien por ciento de la mano de obra es inmigrante, alcanzó en producción alrededor de 28 mil millones de dólares en 2010, según la Oficina del Censo; lo que confirmó a California como una potencia agrícola no sólo estatal, sino en el resto del país y a nivel internacional. De ahí que es fácil deducir que al menos la mitad de todo lo que llega a las mesas de los estadunidenses es producido por mano de obra indocumentada.
McCarthy lo sabe. Su distrito es 35% hispano y fuertemente agrícola. Ahí, los agricultores y los votantes apoyan la reforma migratoria por igual. ¿Servirá a los intereses de su distrito y de su partido? Está por verse, pues McCarthy ganó con el apoyo del establishment republicano, pero también del ala republicana del Partido del Té.
La prueba de fuego para McCarthy será determinar si como su antecesor, Eric Cantor, seguirá permitiendo que los extremistas controlen la agenda legislativa y, por ende, bloqueen cualquier posibilidad de reforma; o si finalmente alguien en puesto de liderazgo republicano reconocerá que abordar este tema -más allá de la seguridad fronteriza y ofreciendo una solución viable para los millones de indocumentados- coloca al Partido Republicano en una mejor posición para competir por el voto de latinos y de otros sectores que apoyan la reforma migratoria y que son necesarios para ganar la Casa Blanca.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice