Maribel Hastings y David Torres
A juzgar por la cobertura mediática, “Un Día Sin Inmigrantes 2022” cumplió sus objetivos de plasmar la importancia de los indocumentados en el quehacer económico diario de Estados Unidos mediante sus servicios, mano de obra y poder adquisitivo. Estas manifestaciones no son nuevas y se han dado en medio de administraciones republicanas y demócratas, como es el caso ahora.
En efecto, la otra gran oportunidad en que se pudo demostrar el poder de convocatoria que siempre ha tenido el tema migratorio fue en febrero de 2017, durante uno de los gobiernos más racistas y antinmigrantes que ha tenido este país, como lo fue el de Donald Trump, que seguía a pie juntillas lo que le dictaban al oído personajes tan xenófobos como Steve Bannon y, sobre todo, Stephen Miller.
Más importante aún, este tipo de eventos mantiene sobre el tapete la realidad de que una reforma migratoria que legalice a los casi 11 millones de indocumentados en Estados Unidos, concediéndoles una vía a la ciudadanía, sigue siendo el elefante en medio del salón que muchos demócratas quieren ignorar en pleno año electoral, con la esperanza de que nadie se dé cuenta de que, una vez más, sus promesas no pasaron de ser eso: promesas.
El reclamo ahora mismo adquiere el rostro de la frustración y el desengaño, pues la evidencia palpable de que nada se ha cumplido tiende a abrir aún más los ojos a un segmento de la población como el de los inmigrantes, que constata ahora que solamente fue utilizado con fines políticos.
Y como si el estancamiento legislativo no fuera suficiente, hay que sumarle que por ser año electoral es casi seguro que los republicanos recurran, cuando lo necesiten, al conocido libreto de usar también a su manera a los indocumentados como chivos expiatorios, dependiendo de los estados y distritos electorales donde el mensaje de odio les sea provechoso.
Ante esa nueva ola de retórica antinmigrante que emerge cada vez con más intensidad conforme la presente administración no logra articular una sola de sus promesas a los 11 millones, la otra parte —la que sí sabe cómo atacar a los sectores más vulnerables—retoma su rencor contenido y lo convierte en mensaje político lleno de violencia. Basta ver, por ejemplo, la barbaridad que ha hecho el aspirante a senador por Arizona, Jim Lamon, en cuyo mensaje de campaña dispara su revólver al estilo Viejo Oeste contra caracterizaciones de la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, el presidente Joe Biden, y el senador demócrata de Arizona, Mark Kelly.
Pero hace un año, la organización fwd.us reportó que más de 5 millones de los trabajadores esenciales de Estados Unidos son indocumentados, lo que se traduce en que 1 de cada 20 trabajadores esenciales de este país son indocumentados y laboran en todas las industrias vitales; de salud, agricultura y servicios alimenticios, así como de la construcción y otros rubros primordiales.
Asimismo, el Center for American Progress reportó que los aportes económicos de los indocumentados en diversos frentes son vastos. Los indocumentados pagan casi 78mil millones de dólares en impuestos federales anualmente, y 41 mil millones en impuestos estatales y locales. Y aunque no pueden beneficiarse del Seguro Social o del Medicare, siguen haciendo las aportaciones a través de sus empleadores, totalizando 17 mil millones de dólares anuales a las arcas del Seguro Social, y 4 mil millones al Medicare.
Estos datos reflejan, por supuesto, la enorme importancia económica de los indocumentados, sin los cuales muchas de las instituciones y empresas de servicios y de producción no tendrían ni el mismo auge que tienen hoy, ni mucho menos el mismo alcance en el ámbito de la competitividad de una nación desarrollada.
Si a eso se suma, según el mismo reporte, que un total de 1.6 millones de indocumentados son propietarios de su hogar y pagan 20 mil 600 millones de dólares al año en hipotecas y 49 mil millones de dólares anuales en alquiler, el panorama de sus aportaciones se completa, sin que nadie —ni el más antinmigrante de los seguidores de Trump y de los republicanos— pueda refutarlas, sino a riesgo de caer en el absurdo de darse un “tiro en el pie”.
Y por ahí podemos seguirle. Lo que gastan en comida, ropa, autos, servicios. El país se beneficia de la mano de obra indocumentada y sus servicios, y de lo que gastan esas millones de personas y sus familias; pero cuando se trata de legalizarlos para que puedan contribuir todavía más, la xenofobia y el mensaje de odio pesan más.
Así, los republicanos pecan de racistas y los demócratas de miedosos porque le huyen al tema como el diablo a la cruz.
“Dame unas palabras en español”, le dice un personaje de aquella legendaria película Un día sin mexicanos, de 2004, que ya abordaba el tema de la importancia de la mano de obra inmigrante y del caos que provoca su repentina y total desaparición del estado de California. “Familia, qué pasa, 5 de Mayo”, le responde el otro personaje utilizando los consabidos clichés. “Y cómo se dice: ¿realmente te extraño?”, vuelve a preguntar el primero, para dar a entender que, en efecto, esa ausencia de seres humanos indispensables será difícil de sustituir, tal como en esta nueva jornada de “Un Día Sin Inmigrantes 2022”.