Maribel Hastings
America’s Voice
Mientras la élite del Partido Republicano busca cómo detener al aspirante a la nominación presidencial, Donald Trump, me pregunto cuál es la diferencia entre el magnate y quien ocupa el segundo puesto en la carrera por los delegados, el senador de Texas, Ted Cruz. ¿Que Cruz piensa las mismas atrocidades que Trump y las dice de forma más velada y elegante?
¿O qué diferencia a Trump de la plana mayor del partido? ¿Que Trump dice lo que ellos piensan y lo que ellos han solapado por años?
Desde que perdieron la presidencia ante Barack Obama en 2008, el Partido Republicano comenzó a irse en picada entre los votantes de minorías, mujeres e independientes, entre otros, por su narrativa de exclusión. En 2012 perdieron la elección general tras nominar a Mitt Romney, un multimillonario que propuso que los 11 millones de indocumentados se autodeportaran y que prometió vetar el proyecto DREAM Act para legalizar a jóvenes indocumentados. Sí, el mismo Romney que el viernes atacó a Trump.
Luego vino la introspección y le hicieron una autopsia al cadáver de su partido y descubrieron la causa de su muerte en las urnas: hay que atraer minorías, particularmente a los latinos, y a otros sectores requeridos para ganar la Casa Blanca.
Pero luego enterraron la autopsia con todo y el cuerpo inerte de su partido, o dicho más claro, se pasaron la autopsia por el arco del triunfo.
Después de 2012 el Partido Republicano permitió que sus voces más extremistas dictaran su discurso y su agenda en el Congreso, no sólo en inmigración sino en otros asuntos.
En materia migratoria, por ejemplo, luego de que en 2012 Obama girara la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA), los extremistas del Congreso, con el aval del liderazgo republicano le declararon la guerra a los inmigrantes y a la administración Obama por emitir la orden ejecutiva que ampara de la deportación y concede permisos de trabajo a jóvenes que fueron traídos sin documentos por sus padres.
No sólo eso. En 2013, el Senado, entonces de mayoría demócrata, aprobó una reforma migratoria amplia apoyada por el senador republicano de La Florida, Marco Rubio, actual precandidato presidencial, quien integró el grupo bipartidista que redactó la medida.
Pero el proyecto, aunque imperfecto, nunca fue ni debatido ni enmendado en la cámara baja de mayoría republicana porque, una vez más, el liderazgo de este partido permitió que los antinmigrantes dictaran la agenda legislativa. Ni siquiera presentaron una propuesta alternativa que pudieran conciliar con la versión del Senado.
Posteriormente han intentado por todos los medios revocar DACA, y cuando ante la inacción del Congreso, Obama, por poder ejecutivo, propuso en 2014 ampliar DACA y ofrecer una Acción Diferida para los Padres de Ciudadanos y Residentes Permanentes (DAPA), los extremistas, sumados a gobernadores republicanos de una veintena de estados frenaron las acciones ejecutivas y el caso está ante la Suprema Corte del país.
En otras palabras, el Partido Republicano y su plana mayor o establishment llevan años solapando el extremismo de sus legisladores y gobernadores; pero ahora, en medio de la contienda para elegir a su nominado presidencial, intenta frenar la rápida marcha de un extremista, Trump, para convertirse en ese nominado y afirma, con descaro, que las propuestas del empresario no tienen cabida en el Partido Republicano. Propuestas como construir un muro en la frontera con México, deportar a 11 millones de indocumentados, usar la tortura en la lucha antiterrorista, impedir controles a la venta indiscriminada de armas en este país, y la lista continúa. Todo esto lo ha avalado el Partido Republicano. Y ahora se mira en el espejo, ve a Trump y lo ataca. O más bien se autoataca. Es el colmo de la hipocresía.
El caso es más patético porque si todo pinta como va ―hay que ver qué pasa en Florida― Rubio parece desinflarse cada vez más y la alternativa del establishment para tratar de frenar a Trump sería otro extremista, Cruz, que ellos ni quieren. Porque, ¿qué es Cruz? ¿Un Trump con más clase? Cruz es como Trump, sólo que menos bocón e irreverente y quizá hasta más peligroso. Sus propuestas son igualmente extremas, sobre todo en inmigración.
Ya veremos qué pasa en la primaria de Florida, que podría ser definitoria.
Pero mientras tanto, ver a la élite del Partido Republicano atacando a Trump, quien dice sin filtro lo que esa plana mayor piensa y lo que ha solapado por los pasados años, es como el comal diciéndole a la olla: ¡Qué tiznada estás!■