Hay quienes se preguntan ¿qué tienen que ver los bombardeos que destruyeron recientemente Siria con el éxodo de migrantes de esa convulsionada región del Medio Oriente hacia Europa. Una migración que abunda en la crisis humanitaria, de un mundo de por sí afligido hoy día. Entre tanto, este fin de semana la fuerza aérea de Afganistán y la de Estados Unidos bombardean cada una por su parte la ciudad de Kunduz, en el norte de Afganistán, en su guerra contra los talibanes. Pero bombardean además un hospital que se hallaba operando en medio de la crisis de esa ciudad. Diez pacientes y 12 miembros de la organización humanitaria, Médicos Sin Fronteras (MSF) fueron asesinados por las bombas de ambos países el sábado pasado. Se trata de bajas colaterales en el argot de la guerra, en este caso de la guerra contra el terrorismo, que los Estados combaten con mayor terror. Hoy Médicos Sin Fronteras abandona Kunduz, dejando en una mayor orfandad a esa población civil que se halla inerme en medio de un fuego cruzado a nombre de la democracia y de la paz.
En esa disputa por el territorio entre los terroristas y el Estado, según The New York Times las fuerzas de seguridad afganas levantaron hoy la bandera con los clores negro, rojo y verde de esa nación, que ondea sobre la casa del gobernador en Kunduz. “Por primera vez en una semana parecen haber tenido éxito en la limpieza de los talibanes de algunos barrios, según funcionarios de seguridad afganas y residentes”, dice este periódico.
Como un “crimen de guerra” calificó este hecho el director de MSF, Christopher Stokes, y exigió una “investigación exhaustiva y transparente”, llevada a cabo por un “organismo internacional independiente”. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama también exige una investigación. Por su parte, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon no procede de otra manera, y pide se lleve a cabo una investigación imparcial, al tiempo que admite que podría tratarse de un crimen de guerra.
Media docena de residentes de Kunduz contactados a través del teléfono por The New York Times describen sin embargo una ciudad sólo en parte bajo el control del gobierno, con los talibanes en pie de lucha. “Un residente dijo que sus parientes estaban viendo desde las ventanas de su casa qué bandera ondeaba sobre el Cine Plaza, cercano al centro de la ciudad”.
Por su parte la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) impulsa también una investigación multinacional preliminar, que está a punto de concluir, dice el periódico La Jornada, “sobre el ataque aéreo contra el nosocomio donde operaba Médicos Sin Fronteras”.
Dejando atrás a sus familiares, Faraidón huyó de Afganistán ante la imposibilidad de seguir viviendo en la incertidumbre y en medio de los horrores de la guerra. Dice que «las fuerzas de seguridad nacional afganas han hecho algunos avances en la ciudad, aunque hay fuertes combates todavía».
Son impactantes las imágenes que dieron la vuelta al mundo recién, de niños y adultos que salían de debajo de los escombros de la ciudad de Siria bombardeada, durante las treguas que daba el fuego bélico a esa población apaleada; una ventana de apenas pocas horas al día durante el cese de las hostilidades, que permitía a los habitantes de Siria salir en busca de agua y alimentos. Lo mismo pasa hoy en Kunduz.
“Residentes hambrientos y sedientos de Kunduz comenzaron a salir de sus hogares en las zonas en las que las fuerzas de seguridad habían tomado el control. En algunos barrios, la gente caminaba alrededor haciendo un balance de los daños causados por la ocupación de una semana de los talibanes”, señala el Times.
La ciudad ha quedado en ruinas. Es una ciudad que le costó a muchas generaciones construir durante siglos. Y como si fuera poco, son los vencidos quienes pagan siempre -o casi siempre- la reconstrucción. Con frecuencia la guerra contra el terrorismo cobra más bajas entre la población civil que en las filas del enemigo, ante un mundo que mira y calla frente a la tragedia que se despliega ante sus ojos impávidos■