Maribel Hastings y David Torres
¿Cuántas veces pueden tropezar los demócratas con la misma piedra cuando de inmigración se trata? ¿Hasta cuándo permitirán que los extremistas republicanos antinmigrantes los intimiden, al punto de obviar que la mayoría de la población y la mayoría de quienes votan por ellos en las elecciones apoyan una vía a la legalización de los indocumentados en este país?
Su comportamiento político en este específico tema ha caminado siempre por una fina y resbaladiza línea que funciona a la perfección en toda campaña, pero que se va en decidida picada cuando están en el poder.
Por ejemplo, el pasado viernes la Casa Blanca tuvo que dar reversa al anuncio de que dejaría el tope anual de refugiados al mismo nivel que la administración de Donald Trump, es decir, en 15 mil. Esto es algo que, como candidato Joe Biden había prometido incrementar. Las reacciones de grupos pro inmigrantes y de presión no se hicieron esperar, señalando el cambio de postura de inmediato.
¿Pensaban que nadie se iba a dar cuenta y que la legitimidad adquirida tras las elecciones era una carta blanca para modificar posiciones o, en todo caso, promesas? Esta prueba medianamente superada les debe arrojar luz sobre el momento político que están viviendo; el momento histórico por el que todos estamos atravesando y que el voto recibido no fue una prebenda fácil por parte de la sociedad, sino una nueva oportunidad para reivindicarse como opción político-electoral, ahora sí, ante sus electores y ante las diversas comunidades inmigrantes.
Esto es, en el caso de los demócratas siempre ha sido su guión el apoyar en teoría reformas migratorias que incluyan una vía a la legalización de millones de indocumentados. Pero en la práctica, cuando comienzan a enfrentar críticas republicanas o incluso de los moderados de su propio partido se paralizan o dan marcha atrás a sus promesas originales.
Su debilidad —su falta de agallas políticas cuando más se necesitan— queda de hecho evidenciada al apenas dar tres o cuatro pasos en el ejercicio de la función pública, como si caminar por el lado correcto de la historia fuera tan sólo el ensayo de una orquesta que jamás interpretará sus sinfonías.
Cómo olvidar que Barack Obama prometió una reforma migratoria, y aunque tenía a su favor un Congreso demócrata optó por buscar apoyo bipartidista. Y, para ello, recrudeció las deportaciones. Al final ni hubo apoyo republicano y mucho menos hubo reforma. Hubo separación familiar y millones de indocumentados vieron frustrados sus esfuerzos por alcanzar un mejor nivel de vida, para ellos y para sus familias. El “Deportador en jefe” quedará como alias permanente, siempre que se analice el tema migratorio durante su presidencia.
Por otra parte, nadie olvida que el jefe de despacho de Obama de enero de 2009 a octubre de 2010, Rahm Emanuel evadió el tema migratorio por considerarlo “perjudicial” para algunos demócratas. Pero estaba equivocado, y las elecciones subsiguientes lo demostraron. Ahora bien, abordar sin temor el tema migratorio ayuda a los demócratas a ganar elecciones. Biden es el más reciente ejemplo de ello. Como candidato, no titubeó en su apoyo a la reforma. Como presidente, presentó un proyecto de ley con una vía a la legalización de 11 millones de indocumentados.
Pero el incremento en el arribo de menores migrantes no acompañados a la frontera, las críticas republicanas, los titulares de prensa, algunos sondeos que le dan un pobre desempeño en el manejo del asunto fronterizo, así como los temores de demócratas moderados han comenzado a repercutir en las decisiones de la Casa Blanca.
Es decir, uno pensaría que a estas alturas ya los demócratas no caerían en la misma trampa. Después de todo, la mayoría de los actores son veteranos de batallas previas que deberían conocer al dedillo el libreto republicano. Pero lo ocurrido el viernes demostró que ese no es el caso. Y la interrogante es si la presión los llevó a romper una promesa de campaña de aumentar el tope de refugiados a 125 mil, aunque luego hayan revertido el curso, ¿qué pasará cuando enfrenten oposición a medidas que busquen legalizar a millones?
En una primera instancia, se podría concluir que la forma en que respondió la Casa Blanca fue, de algún modo, una “solución”; pero no hay que pasar por alto que lo hizo bajo presión. Y no se trata específicamente del problema de los refugiados, sino que pudo haber sido otro tema del ámbito migratorio.
Lo que no debe olvidar Biden es el momento histórico en que llega a la Casa Blanca, en medio de una pandemia, con un país políticamente dividido tras la presidencia de Trump, quien centró en los inmigrantes sus políticas públicas más crueles y nefastas. Una coalición de electores lo favoreció sobre Trump, buscando soluciones reales y humanas a nuestros problemas, incluyendo la urgente necesidad de una reforma migratoria que tiene el aval de la mayoría de los estadunidenses.
La situación en la frontera no debe echar por la borda los esfuerzos de legalizar a quienes llevan décadas aquí. Como tampoco debe hacerlo la parálisis demócrata cada vez que la oposición aprieta los tornillos.