Maribel Hastings y David Torres
Mientras se tabulan los votos de los estados pendientes, ya sea que gane Joe Biden o se reelija Donald Trump, la elección presidencial de 2020 evidencia muchas cosas. Entre otras, revela un país lastimosamente dividido en bandos con visiones diametralmente opuestas en el ámbito ideológico, pero también en prioridades de política pública matizadas además por una guerra de identidad entre quienes añoran el dominio blanco y los que integran y acogen la diversidad de este país.
En efecto, esa larga e intensa noche del 3 de noviembre se convirtió en el abismo numérico en el que, uno a uno, los votos de ambos bandos iban reflejando un desdén por la unidad nacional y una ansiedad irremediable al ver cómo el sentido común por salvar un país se iba al traste por la vía menos pensada, añadiendo de inmediato en el imaginario colectivo escenarios de repercusiones sociales insospechadas.
Hace unos días escribimos que si Trump retenía la presidencia, la pregunta a responder era qué diría eso de esta sociedad. Y vaya que ahora las enseñanzas son amplísimas, en tan sólo una noche y un día en que literalmente se decidía el futuro de Estados Unidos.
Así es, pues aunque Trump no fuera reelecto, el hecho de que 67 millones de estadunidenses lo hayan apoyado, incluyendo a un amplio sector de latinos que han salido a vociferar y a aplaudir una elección que aún no ha arrojado resultados definitivos, deja más que claro que Trump no es él mismo una aberración, sino un reflejo y un producto de eso en que se ha convertido un sector de la sociedad estadunidense que ahora lo encumbra y que al parecer se conforma con el discurso de odio que ha despertado lo que en el fondo seguramente siempre fueron.
De hecho, que esto haya ocurrido después de la presidencia de un afroamericano como Barack Obama es evidente que se debió a que por ocho años ese sector estuvo como olla de presión aguardando por un Mesías que los representara en su lucha por la “identidad de la nación”. No es extraño entonces escuchar una y otra vez decir a más de uno de sus seguidores que a Trump “lo envió Dios”, otorgándole una especie de “santidad” a quien es el maestro de la mentira, de la infidelidad, del vituperio, de la crueldad, de la xenofobia y del racismo. ¿Qué clase de pensamiento religioso puede sostener a un ser así? Eso también habla mucho de esa parte de la sociedad.
Durante los pasados años la respuesta ante los excesos, el racismo y la xenofobia de Trump era que él no representa “los valores de Estados Unidos”. Incluso se decía que su insistencia en repetir esa grosera retórica incendiaria en contra de minorías le iba a ser contraproducente e iba a debilitar la fuerza de su movimiento. Pero, ¡oh, sorpresa!: la votación plasma que sí representa los “valores” de un sector de Estados Unidos, de esa mitad de electores que apoya ciegamente a Trump a pesar de sus mentiras, de sus engaños, de su evasión fiscal, de su xenofobia y de su racismo, además de su desdén por la vida humana en medio de una pandemia. “Es lo que es”, como dijo al referirse a la contundente realidad de la cifra de fallecidos por Covid-19, frase que se acumulará a la lista de agravios contra su propia sociedad, pero que ahora mismo incluso pasan por alto sus partidarios.
Si existe la percepción de que la economía anda bien, aunque muchos de ellos estén desempleados, no puedan costear sus gastos o no tengan seguro médico, nada de eso les importa; porque Trump es su escudo en la guerra cultural a la que ellos han dado cabida sustentados en sus temores y prejuicios. Ese es el verdadero meollo de tanto encono contra “el otro”, y en las profundidades de esa realidad insuperable debido al prejuicio se hunde cada vez más el otrora país que servía de ejemplo, de avanzada social ante el mundo.
Lo increíble es que ese sector no sólo incluye a anglosajones, sino a latinos y afroamericanos que discriminan contra los suyos. Y han sido tan útiles en esta cruzada xenófoba, que seguramente no les costará trabajo entender el porqué no serán tomados en cuenta como parte de ese mundo ajeno en que se desenvuelven Trump, su familia y sus compinches cuando todo esto haya concluido.
Mientras las piezas se acomodan donde caigan, tenemos que hacernos a la idea de que ese “otro” sector también son nuestros vecinos, familiares o conocidos y que, como su líder, no les incomoda intimidar a quienes consideran sus enemigos políticos. Ya lo vemos en redes sociales, en llamadas en tono de burla, en mensajes llenos de ironía o en la retórica fundamentalista que hace cortar la respiración a cualquiera.
En tanto, el «otro» sector no los vio venir o ignoró las señales, subestimó su fuerza o trató de despacharla diciendo que eran excesos de Trump que no nos representan como nación. Ya se ve que no.
Pero los supremacistas blancos, o los que trataron en Texas de desviar un autobús de la campaña de Biden; o los asistentes a los rallies de campaña que se burlan del Covid-19 y de las mascarillas son el espejo donde se refleja Trump. Y él sonríe.