Maribel Hastings
Washington, DC
A escasas tres semanas de las elecciones intermedias comienzan las especulaciones y los pronósticos en torno a qué partido dominará las cámaras del Congreso. Pero sobre todo, el papel que jugarán los diferentes grupos de votantes, ya sea en contribuir a que los demócratas les arrebaten las mayorías a los republicanos, o a que estos últimos permanezcan aferrados al poder.
Así, se analizará el comportamiento de los electores jóvenes, mujeres, hombres, de diversos niveles educativos y académicos; de los afroamericanos, de los asiáticos y, como siempre, de los hispanos, ese sector electoral que erradamente partidos, campañas y políticos tratan cual si fuera un bloque homogéneo motivado por los mismos intereses, cuando en realidad somos tan diversos como nuestras nacionalidades y orígenes, ideologías, niveles educativos, trasfondos e intereses.
Pueden pasar décadas y los partidos y las campañas siguen tratando a los hispanos con un paternalismo que raya en lo ofensivo, muchas veces imponiendo su criterio sobre cuáles son los temas que tienen que interesarnos o motivarnos.
Eso ha hecho que se sigan cometiendo los mismos errores, entre otros, pensar que una misma estrategia funciona para todos los electores hispanos. Pero no es lo mismo hablarle a hispanos de Colorado, Nuevo México o Texas, que a los de California y Nevada; a puertorriqueños de La Florida Central, a cubanos del Sur de La Florida, o a centroamericanos de Virginia o Maryland. Hay hispanos con varias generaciones en este país y están los inmigrantes naturalizados, quienes por cierto tienden a participar más de los procesos electorales que los nacidos en Estados Unidos.
Hay latinos de todos colores e ideologías. Conservadores y derechistas, centristas y liberales e izquierdistas, y los temas que los mueven son igualmente diversos: salud asequible, educación, viviendas costeables, economía y trabajos, inmigración o protección del medio ambiente. La lista es larga.
El interés en participar del proceso político también varía, del mismo modo que ocurre en el resto de la población. Algunos cumplen sin falta con su deber cívico; otros requieren más motivación porque hay circunstancias que pueden incidir en que no participen: desconocimiento del proceso, sentirse abrumados por las presiones diarias; o no hacen la conexión entre sus problemas y la importancia de elegir funcionarios públicos que les busquen soluciones a esos mismos problemas. Otros también sienten que aunque participen, sus circunstancias no cambian y tiran la toalla.
Y sin duda una de las razones para tirar la toalla es que han sido muchas las ocasiones en que partidos y candidatos enamoran a los electores hispanos, estos votan por ellos y luego las promesas que les hicieron se las lleva el viento. Dejan a los electores hispanos como “novia de rancho”, vestidos y alborotados.
No olvidemos que en 2008 Barack Obama prometió una reforma migratoria. Ganó la elección con 67 por ciento del voto latino, pero la reforma migratoria no llegó porque la reforma de salud fue la prioridad de Obama en su primer mandato. En el 2012, pese a su récord de deportaciones, Obama ganó la reelección con 71% del voto latino porque justo el verano antes de la elección giró la orden ejecutiva de DACA, que concedió permisos de trabajo y protección (temporal) contra la deportación a los Dreamers. Eso fue un factor decisivo en movilizar a votantes latinos a las urnas.
Pero otro de los problemas es que partidos y campañas, ya sea que ganen o pierdan, desaparecen y sólo reaparecen cuando buscan el voto hispano en el siguiente ciclo electoral. Es un amor de cada dos o cuatro años.
Lo anterior ilustra la falta de una inversión constante en mantener a ese votante informado y energizado. Si ven que una estrategia rinde frutos, ¿por qué no darle seguimiento para granjearse el apoyo constante de ese elector? ¿Por qué desaparecer del mapa y reaparecer cada dos o cuatro años? Y luego si no ganan, le echan la culpa a los latinos.
La elección general de 2016, que supuso el triunfo de Donald Trump, demostró que la estrategia de no mover un dedo para movilizar a los latinos pensando que los insultos de Trump serían suficientes para energizarlos, no funcionó.
Y ahora que Trump no sólo ha seguido insultando de palabra a diversos sectores de latinos, sino con acciones concretas, como por ejemplo, en materia migratoria; separando familias en la frontera; encerrando niños; persiguiendo incluso a residentes permanentes o minimizando las más de 3 mil muertes de ciudadanos estadunidenses tras el paso del huracán “María” en Puerto Rico, tampoco hay que asumir que serán razones para garantizar una oleada de votantes latinos que pueda contribuir a que los demócratas recuperen al menos una de las cámaras del Congreso para tratar de balancear los excesos de Trump.
Hasta el momento hay un aura de suspenso en cómo se comportará el voto latino considerando que son comicios intermedios donde los hispanos no suelen participar en grandes cifras. Pero si algo nos enseñaron los comicios de 2016 y el triunfo de Trump es que de nada valen las predicciones.
Ojalá que los latinos salgan a votar en grandes cifras, pues hay razones de sobra para hacerlo y, en mi opinión, siempre hay que hacerlo. Pero si así no ocurriera, la culpa no sólo recae en el elector al que le ganó la apatía. La culpa es compartida, y el Partido Demócrata y las fundaciones y donantes privados que financian a grupos encargados de registrar y movilizar votantes también deben hacer una introspección, su propia ‘autopsia’, para ver qué cosas no han hecho a lo largo de los años y qué cosas sí han funcionado cuando de movilizar a los hispanos se trata.
Después de todo, el 2020 está a la vuelta de la esquina■
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.