El superpeligro del supermartes

Foto: timesfreepress.com

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Maribel Hastings
America’s Voice

Todo parece indicar que habría dos cuasi nominados en ambos partidos. Donald J. Trump solidificó su delantera en la lucha por la nominación republicana en el Supermartes al ganar 7 estados con diversidad ideológica y regional, desde el Sur hasta Nueva Inglaterra; y por el bando demócrata, Hillary Clinton aparentemente comenzó a frenar la “revolución” del senador de Vermont, Bernie Sanders, en la pelea por la nominación presidencial demócrata.

El senador republicano Ted Cruz ganó en tres estados, incluyendo el que representa, Texas, e intenta presentarse como la «alternativa real» a Trump, aunque sus posturas, también extremistas, no consuelen a otros sectores requeridos para ganar la Casa Blanca, sobre todo a los latinos.

Aunque no se ha dicho la última palabra y la marcha continúa hacia el 15 de marzo, cuando hay primarias en 5 estados, incluyendo Florida y Ohio, este martes demostró que ambos partidos enfrentan serios retos.

El Partido Republicano, el Grand Old Party (GOP) de Abraham Lincoln y de Ronald Reagan, parece encaminado a nominar a un individuo: Trump, que tiene el apoyo de supremacistas blancos y neonazis como David Duke, ex Grand Wizard del Ku Klux Klan, y de los líderes y legisladores más extremistas y antinmigrantes dentro y fuera del Congreso.

Las declaraciones del presidente de la cámara baja, Paul Ryan, plasman la disyuntiva republicana. Ryan condenó a Trump por no distanciarse vigorosamente de Duke, pero reiteró que apoyará a quien resulte nominado, así sea Trump. El GOP, dijo Ryan, «no saca provecho de los prejuicios de la gente, sino que apela a sus más altos ideales. Este es el Partido de Lincoln».

Pues al partido de Lincoln lo secuestraron los prejuiciosos, Sr. Ryan.

Si no fuera tan trágico y peligroso, daría risa pensar que un sujeto como Trump, con sus comentarios racistas, su retórica incendiaria y su mensaje nativista y divisivo esté a un paso de ser el abanderado republicano a la Presidencia de una nación donde las minorías en conjunto ya son mayoría.

Y también daría risa si no fuera trágico que la plana mayor del Partido Republicano y algunas figuras clave estén dando la «voz de alarma» y lamentándose, como si Trump y su campaña hubiesen aparecido de sopetón. Este señor lleva meses insultando a diestra y siniestra, y los «adultos» del partido, temerosos de que Trump se sintiera «rechazado» y optara por una candidatura independiente, le soportaron todo.

El Partido Republicano creó este monstruo, permitió que la situación se saliera de sus manos y ahora se rasga las vestiduras.

Pero, ¿qué hacer? ¿Qué opciones tiene el Partido Republicano si se trata de una democracia y aparentemente esto es lo que los electores republicanos quieren? ¿Cómo pueden apelar a los votantes que Trump ha ofendido y que requieren para ganar la Casa Blanca, como hispanos, asiáticos, musulmanes, mujeres? ¿O llevarán en julio a la Convención Nacional Republicana en Cleveland, Ohio, la batalla entre los extremistas y los moderados, que los primeros van ganando?

¿Buscarán los republicanos un tercer candidato que termine dividiendo a su partido más de lo que está?

¿O apoyarán al nominado Trump con la esperanza de que movilice a una base anglosajona tan grande que los porcentajes requeridos de los otros sectores electorales sean menores?

Y aquí entra el gran reto demócrata. Con tantos votantes insatisfechos y rabiosos, como lo demuestra la candidatura de Trump, sería un craso error pensar que sólo el extremismo de un candidato basta para garantizar que los votantes más afectados, los hispanos, salgan a votar.

Los demócratas tienen que invertir en campañas de registro y movilización de votantes, sobre todo porque la falta de entusiasmo es palpable entre algunos sectores de ese partido, al compararlos con los republicanos. Clinton perdió Colorado ante Sanders. Si todo pinta como parece, nos estamos adentrando en una campaña donde no sólo está en juego el futuro y el alma del Partido Republicano, sino la esencia de lo que queremos ser como nación en el Siglo 21: un país temeroso de la diversidad y cegado por el prejuicio, o uno impulsado por la riqueza que suponen la inclusión y esa diversidad.

El miedo al extremismo puede ser un aliciente para que la gente vote, pero puede generar temor entre la comunidad cuando se intente registrarla o movilizarla para sufragar.

No hay peor consejero que la autocomplacencia, y los demócratas lo saben por experiencia.

Los resultados del Supermartes suponen un superpeligro ante el cual hay que estar superalertas.

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.

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