Maribel Hastings
Washington, DC
Previo a “liberar” la versión revisada del reporte Mueller, el secretario de Justicia, William Barr dijo algo que todavía me causa agruras. Resulta que cuando Barr se quitó el sombrero de defensor de las leyes de este país para colocarse el de marioneta de Donald Trump, señaló que al analizar si el presidente obstruyó o no la justicia tratando de entorpecer la pesquisa del Rusiagate había que poner las cosas “en contexto” y entender que Trump estaba “frustrado y molesto por la sincera creencia de que la investigación estaba minando su presidencia”. Pobrecito.
Es decir, que las 10 instancias que cita el reporte sobre el presidente, tratando de frenar de algún modo la pesquisa o de presionar a subalternos para que la descarrilaran son producto de la “frustración” de un individuo y no del hecho comprobado por el referido reporte de que Trump sabía y sabe que tiene cola que le pisen y temblaba de miedo por lo que podía emerger. Porque quien nada debe ni teme no se refiere a la pesquisa como “el final de mi presidencia”, ni declara que “estoy jodido”.
El reporte plasma, una vez más, los beneficios de ser un hombre blanco en este país; o para ser más específica, un presidente blanco y republicano en esta era donde todo se vale y nada importa.
Primero se beneficia de la absurda regla del Departamento de Justicia que no figura en ninguna parte de la Constitución, acerca de que un presidente en funciones no puede ser procesado criminalmente. Me pregunto por qué o a cuenta de qué. Se trata de un funcionario electo que supuestamente le responde al pueblo y que si comete un crimen debería ser procesado como cualquier hijo de vecino. O sea, que si un presidente mata a alguien, ¿tenemos que esperar a que cumpla su término para procesarlo? ¿Para qué tenemos entonces a un vicepresidente que se supone asuma las riendas si las circunstancias lo ameritan?
Aunque el reporte de Mueller no exonera a Trump, particularmente en torno a la obstrucción de justicia, Barr ya lo exoneró al menos criminalmente. Es decir que, según Barr, las pruebas en contra de Trump no se sostendrían en un juicio criminal más allá de toda duda razonable. No obstante, dichas pruebas son lo suficientemente amplias como para que la Cámara de Representantes inicie un juicio de destitución que sí está previsto en la Constitución, si el presidente comete “altos crímenes y faltas”. Al menos eso es lo que argumentan analistas legales, que Mueller le entregó al Congreso una hoja de ruta para iniciar un juicio de destitución contra Trump.
Pero como siempre estamos en temporada electoral, hay sectores demócratas que consideran que enfrascar a una nación ya dividida en un juicio de destitución, no vale la pena porque al fin y al cabo el Senado, de mayoría republicana, no enjuiciaría a Trump.
Si no se han dado cuenta, desde que se dio a conocer el informe Mueller los republicanos del Congreso están bastante calladitos.
Muchos de esos republicanos fueron los que querían crucificar a Bill Clinton por mentir bajo juramento sobre una relación extramarital. Para esos republicanos las acciones de Clinton constituyeron “altos crímenes y delitos”, pero el contubernio de Trump con los rusos y sus constantes esfuerzos por descarrilar la pesquisa, incluyendo despedir al director del FBI, James Comey, y pedirle al abogado de la Casa Blanca que le ordenara al subsecretario de Justicia, Rod Rosenstein, despedir a Mueller son peccata minuta, no tienen la menor importancia, y se deben a que el pobre Trump estaba “frustrado”.
Y, claro está, les conviene que los demócratas empiecen a ‘agarrarse del chongo’ sobre si autorizar o no un juicio de destitución contra Trump, porque le quita presión a ellos, que se hacen de ‘la vista larga’ y solapan a este presidente amoral para conseguir jueces conservadores a todos los niveles; algo que lo podría haber hecho otro presidente conservador con un ápice de decencia y sin mentarle la madre a la Constitución.
Porque, volviendo al privilegio de ser presidente blanco y republicano, solamente imaginen que el reporte Mueller se refiriera a un presidente afroamericano o latino, o a una mujer.
Los republicanos estarían pidiendo su cabeza y rasgándose las vestiduras por el atropello a la moral, los valores y las buenas costumbres. Y es que, como dijo en CNN la semana pasada Rudy Giuliani, el consigliere de Trump, no hay que ver todo esto desde el prisma moral “porque si comenzamos juicios morales sobre todo mundo en cargos públicos”, no habría nadie en estos puestos.
Porque recuerden: Trump no tuvo intención de corromper la pesquisa, solo actuó por “frustración”. Y es que los ricos también lloran.