El legado del cruce cultural del frijol negro

frijolesJacob A. Jones

Hispanic Link News Service

¿Frijoles negros otra vez?

Parecía que el plato preferido de mi madre de alguna manera llegaba a la mesa casera más de una vez cada par de semanas. Moros y cristianos, o frijoles negros con arroz, agracian la mesa familiar cada vez que visito desde la universidad. Mi madre aprendió a preparar esta especialidad cubana de Emiliano’s Latin Café en Gainesville, Florida, donde hasta el día de hoy sirven el plato, aunque mi madre lo prepara mejor.

Yo sé que lo va a preparar mucho antes de pasar por el umbral de la cocina. Las perlas negras las cuece lentamente todo el día con cebollas, ajo, hojas de laurel y, naturalmente para los sureños, pierna de jamón ahumado. En lo que van cociéndose los frijoles, su aderezo, el pan de maíz, se prepara en una sartén de hierro forjado.

Por mis venas no fluye ninguna herencia cubana, aunque mi abuelo alemán de tez color oliva podría pasar por cubano si fuera yo a ponerle el estereotipo, pero con este plato, nuestra familia es cubana por una tarde. Aquí en la universidad, Flagler College, en Florida, lo llevo para almorzar, calentándolo en el microondas. La mayoría de mis amigos me pregunta qué es, asombrados que tan sabrosa delicia se pudiera preparar sin nunca franquear los límites de la ciudad de Santiago de Cuba.

Durante los días siguientes, nuestra familia puede anticipar una amplia variedad de comidas con base en los frijoles negros, incluyendo sopa de frijoles negros, enchiladas de frijoles negros, y de nuevo, frijoles con arroz amarillo.

Si bien la mayoría de los vecinos del barrio familiar llegaría a las reuniones con bandejas de sándwiches, cóctel de camarones o ensalada de papa hecha en casa, mi madre siempre llega con sus frijoles negros. Los curiosos siempre están recelosos, pero pronto todos tienen su porción y se vuelven cubanos por una noche.

Desde entonces, yo he aprendido a preparar el plato, sabiendo que lleva poco tiempo prepararlo, pero mucho tiempo cocerlo. Me está esperando cuando llego tarde a mi apartamento, o si quiero sentarme a rememorar con los amigos del hogar que dejé hace no mucho ya.

He probado los preparados negros y asopados de muchos restaurantes, cada uno intentando hacer los moros y cristianos como los preparaban los ancestros del dueño, o como se imaginan el chef por televisión, Bobby Flay, los haría, pero como los de mamá no hay nada. A la mayoría le falta la profundidad del sabor que infunde ella en los suyos. ¿Dónde está el ajo? ¿El jamón? ¿Dónde están los trocitos de cebolla que se te derriten sobre la lengua?

Ahora se adorna mi mesa no sólo de los frijoles negros de mamá, sino también con puerco adobado en mojo -y montones de arroz amarillo y cantidades de cilantro, lima y plátanos. Mi mesa ha progresado mucho.

Yo espero que un día esta comida la hereden las generaciones futuras de mi familia y mis amigos. A pesar de que mamá no siempre estará con nosotros para decirnos que debíamos haber usado menos limón o agregado más comino, siempre tendré el recuerdo de la mesa familiar. El aroma de los moros y cristianos ha grabado la tradición en mi memoria para los años y, esperemos, para las generaciones venideras.

(Jacob A. Jones se graduará de Flagler College con un título en literatura inglesa este año. Para su versión de la receta de su mamá, comuníquese con él a: jjones550@flagler.edu.)

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