Maribel Hastings
America’s Voice, Washington, DC.
El pasado jueves el Comité de Energía y Recursos Naturales del Senado condujo una audiencia para discutir la crisis fiscal de Puerto Rico, finalmente una audiencia importante que lamentablemente se celebró el mismo día en que la aspirante a la nominación presidencial demócrata, Hillary Clinton, testificó ante el Comité Judicial de la cámara baja sobre la tragedia de Bengazi, en Libia. Ni preguntemos quién acaparó la atención.
Pobre Puerto Rico mío. Circunstancias familiares hacen que divida mi tiempo laboral entre la Isla y Washington, DC, donde resido hace 23 años. Hace casi 28 años que salí de la Isla. Me vi recién graduada de la universidad y con limitadas opciones, por lo que salté el charco buscando otros horizontes.
Ahora que presencio lo que viven mis compatriotas, no desde la perspectiva de una vacación navideña, sino del diario vivir, la situación me indigna.
En la Isla, como siempre, todo se ve desde la perspectiva de los colores de cada partido, y nuestro deporte nacional, la politiquería, evita la colaboración bipartidista que ataje un problema económico que reventó en la presente administración del gobernador, Alejandro García Padilla, del Partido Popular Democrático; pero que se arrastra por años como resultado de la irresponsabilidad y la corrupción de administraciones previas de los dos principales partidos, siendo el otro, el Partido Nuevo Progresista, que aboga por la estadidad.
Aparte de la corrupción, los amiguismos, el despilfarro y la mala administración muchos atribuyen la debacle a nuestro indefinido estatus político. Como colonia, dicen, no podemos desarrollar relaciones comerciales que redunden en nuestro beneficio o estamos sujetos a leyes federales que nos ahorcan. No soy economista, pero pienso que la mala administración no tiene colores ni estatus, y como colonia, estado o nación independiente, si eres un mal administrador, igualmente te fastidias.
Pero la Perla de los Mares está en crisis. A veces uno se olvida. Ve sus hermosas playas, sus centros comerciales y restaurantes abarrotados y uno pregunta: ¿Crisis, cuál crisis? Pero luego lee o ve las noticias, o habla con la gente en oficinas médicas o resolviendo asuntos en la calle y ve más pobreza, una clase media asfixiada y a punto de desaparecer, el éxodo de profesionales y sus familias migrando a Estados Unidos por miles semanalmente; negocios cerrados, casas en venta o abandonadas, pueblos deprimidos, ancianos solos porque sus familias inmediatas se van para subsistir.
También ve esperanza en quienes apuestan a Puerto Rico y permanecen poniendo su granito de arena.
Las responsabilidades son compartidas. El gobierno de Estados Unidos, el Tesoro y el Congreso republicano miran impávidos esta crisis que aplasta a sus ciudadanos mientras meten sus narices en asuntos de otros países a miles de millas de distancia. A ese Congreso republicano le ocupa más el bienestar de los acreedores a los que Puerto Rico no puede pagarles. Los mismos que invirtieron sabiendo el riesgo que suponía.
En la Isla somos ciudadanos de segunda clase que no pueden elegir al presidente, pero a quienes se les aplican leyes federales, incluyendo algunas leyes comerciales que evitan que salgamos del hoyo; pero no otras, como la ley federal de quiebra, que ayudaría a la Isla a reestructurar su deuda.
Pero vienen las elecciones y estos ciudadanos de segunda clase sí cuentan en las primarias y los visitan aspirantes de los dos partidos buscando simpatías y, sin ninguna vergüenza, dinero de campaña de los sectores privilegiados.
Esos políticos saben que los miles de puertorriqueños que abandonan semanalmente la Isla rumbo a Estados Unidos pueden votar en elecciones tan pronto pisan territorio estadunidense y se registran. Y la mayor parte llega a estados clave en la pelea por la presidencia, como Florida.
Esos puertorriqueños en Estados Unidos dejan familiares en la Isla y se mantienen al tanto de lo que no han hecho la presente administración demócrata y el Congreso republicano para ayudar a Puerto Rico.
Mientras ambos partidos cortejan ese voto puertorriqueño, tienen mucho que responder.
¿Qué será de Borinquen, mi Dios querido?■