Maribel Hastings
America’s Voice
Si la crisis económica antes del huracán “María” había hecho que miles de puertorriqueños cruzaran el charco rumbo a Estados Unidos, el devastador meteoro acabó de convencerlos de que llegó la hora de partir.
Tras “María” he ido varias veces al aeropuerto a despedir familiares, a recibir familiares y a recoger algún paquete vital que me provea lo que es imposible conseguir acá en estos momentos. Y aunque quizá he visto un poco más de calma mezclada con resignación en los rostros de mis compatriotas, la misma escena se repite: lágrimas, abrazos y esas miradas de los que se van a lo desconocido y los que se quedan adaptándose a esta nueva realidad.
Muchos me dirán que la experiencia inmigrante y la de los puertorriqueños no es comparable porque al ser ciudadanos estadunidenses nosotros no pasamos por las vicisitudes de las personas sin documentos migratorios. Y entiendo el punto perfectamente. Pero me parece que hay similitudes y la parte humana, el dolor de la despedida, de la separación, la incertidumbre, el desarraigo, es algo que compartimos todos. Y es así aunque en su inmensa mayoría y contrario a los inmigrantes, los puertorriqueños pueden viajar con regularidad o sus familiares los visitan; esto, claro está, quienes tienen esa posibilidad; porque si algo desnudó “María” fue la enorme pobreza en la que viven miles de hermanos boricuas.
El éxodo era de esperarse. Digamos que “María” nos cambió la vida como la conocíamos hasta el 20 de septiembre de 2017. Llevamos más de un mes sin energía eléctrica; otros más están a oscuras desde “Irma”; ya muchos tienen agua, pero otros no somos tan afortunados.
Puerto Rico se ha tornado en la isla-generador, pues todo se hace a punta de generadores que operan con gasolina, diésel o gas. La densa capa amarillenta que vemos en la mañana no son únicamente los polvos del Sahara que suelen visitarnos. Huele a diésel por doquier. Pero no toda la población tiene plantas generadoras de energía, ya sea porque no consideraron necesario hacerse de una, por su costo, porque ya se agotaron o porque no son permitidas en condominios, como es mi caso. En mi condominio hay una planta que provee energía a áreas comunes y por algunas horas al día para permitir el uso de la cisterna de agua. Pero se prohíben generadores en cada apartamento, pues terminaríamos todos envenenados con monóxido de carbono. Pero me desvío.
La rutina nos cambió porque tenemos que hacer cosas que antes no hacíamos, por ejemplo lavar la ropa a mano o con las tablitas de antaño, un tanto modernizadas pero igualmente efectivas.
Pero si el agua es vida, la energía es la que permite encender máquinas que salvan vidas en nuestros hospitales que operan en precarias condiciones. Un joven doctor del Centro Médico de San Juan hizo noticia en las redes sociales al subir un video de lo que allí acontece, pues la energía eléctrica va y viene. A veces hacen cirugías con linternas.
Esa misma energía prendería literalmente el motor de nuestra economía que languidece sin un alivio a corto plazo.
Muchos negocios ya han cerrado sus puertas y otros lo harán pronto. El costo de operar un negocio con un generador es prohibitivo, a la vez que los obliga a subir el precio de sus productos, pues les cuesta más traerlos. El Viejo San Juan, por ejemplo, centro del turismo boricua, parece un pueblo fantasma con sus negocios cerrados y sin la humanidad de turistas, empleados, residentes y visitantes que atiborraban sus estrechas calles.
La inactividad económica genera desempleo y el desempleo o el prospecto del mismo hace que miles busquen una salida.
No hay que ser matemático para concluir que la cifra de boricuas que han salido en las pasadas cuatro semanas podría superar fácilmente la cifra de los que se iban cada año, que ya eran muchos.
Se informó que solamente a La Florida han arribado 58 mil puertorriqueños en las pasadas semanas.
Y según el cristal con que se mire, su presencia en comunidades a través de Estados Unidos será bienvenida o satanizada, como suele ocurrir con los inmigrantes.
Con la gran diferencia de que tan pronto arriban a Estados Unidos, esos boricuas pueden registrarse para votar, un elemento con el que pueden presionar a los políticos que están atendiendo —o no—, la crisis de los que quedan acá.
De manera que “María” le cambió el paisaje y la vida a Puerto Rico, y con su éxodo boricua promete interesantes cambios sociales y potencialmente políticos en Estados Unidos.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.