El excongresista Beto O’Rourke se postula por el Partido Demócrata para la contienda por la presidencia de EE UU en 2020. Foto: www.kiplinger.com.
Maribel Hastings
Washington, DC
Y ya están en carrera. Beto O’Rourke, el carismático excongresista demócrata de Texas que en noviembre casi le arrebata el escaño senatorial a Ted Cruz en un estado tradicionalmente republicano, se lanzó al ruedo buscando la nominación presidencial de su partido. Con él ya son 15 los demócratas en la contienda.
Como era de esperarse, muchos de los mismos demócratas que el año pasado se deshacían en elogios hacia O’Rourke porque puso a correr a Cruz y, al hacerlo, colocó a Texas en competencia para los demócratas, ahora le buscan defectos por todas partes, pues su presencia puede diluir el apoyo a los otros precandidatos.
Ahora, según los críticos, Beto, de 46 años de edad, está “muy verde”; no es lo suficientemente progresista, es hombre y es blanco. Además, dicen, O’Rourke perdió ante Cruz, pero no dicen que fue por menos de 3 puntos porcentuales en un estado como Texas.
Quizá el bando que más resiente a O’Rourke es el de Bernie Sanders, de quien otros podrían decir que perdió la nominación en 2016, es progresista, es hombre, blanco y tiene 77 años de edad. Ambos, eso sí, tienen mucho talento para recaudar fondos.
Y por ahí podemos seguir. Los demócratas seguirán dirimiendo entre ellos quién es más progresista, o si es mujer o si pertenece a una minoría étnica, si es o no blanco, o si es lo suficientemente afroamericano, como le ocurrió a Barack Obama en 2008, y como le está ocurriendo ahora a la senadora Kamala Harris.
Comprendo perfectamente que el proceso de primarias es para que los precandidatos expongan sus posturas de política pública y se den a conocer ante los votantes que al final decidirán, primero quién será su abanderado y luego quién será presidente.
Pero espero de corazón que el proceso de elecciones primarias de los demócratas no se torne en un baño de sangre, porque el único que se beneficiará de ello es Donald Trump.
Cuando escucho a un analista decir que O’Rourke tiene que ofrecer más “sustancia”, me pregunto si no se ha dado cuenta que Trump es presidente, con cero sustancia, pero repleto de políticas racistas y de odio.
Cuando veo a figuras demócratas criticándose entre sí, me pregunto si han olvidado que Trump es el verdadero peligro.
Solamente en este fin de semana Trump vetó el proyecto que anula su falsa declaración de emergencia en la frontera y lo hizo en la Casa Blanca, donde siguió diciendo que estamos siendo “invadidos” por inmigrantes criminales. Lo hizo el mismo día en que un supremacista blanco de Australia segó la vida de 50 musulmanes en dos mezquitas de Nueva Zelanda.
Cuando un periodista le preguntó si el terrorismo por parte de supremacistas blancos va en incremento, Trump respondió que no. “Es un pequeño grupo de personas que tienen problemas muy serios, muy serios”.
El implicado en la masacre de Nueva Zelanda habría escrito en su manifiesto que Trump era un “símbolo de renovada identidad y de propósito común”.
Trump es el mismo que en 2017 no condenó a los supremacistas blancos que marcharon en Charlottesvile, Virginia, luego de que uno de los asistentes embistió una contraprotesta matando a la joven Heather Heyer.
Este fin de semana, vía Twitter, Trump arremetió contra un difunto, el senador republicano de Arizona, John McCain, por reportes de que un asociado de McCain habría entregado al FBI un informe vinculado con la pesquisa rusa que contendría alegatos sobre qué le saben los rusos al presidente. Trump evidenció una vez más su mezquindad y su obsesión con McCain aun después de 7 meses de muerto, del mismo modo en que está obsesionado con Hillary Clinton y con Obama en el tercer año de su presidencia.
Es Trump el que impulsó el veto musulmán, quien quitó DACA a los Dreamers y el TPS a cientos de miles de personas con décadas viviendo en este país. Es Trump quien separó familias en la frontera como mecanismo de disuasión, es Trump quien ha enjaulado a niños en centros de detención, y al sol de hoy muchos no han sido reunificados con sus padres.
Es Trump quien de un plumazo ha debilitado las leyes de asilo a este país y a diario les impide esa posibilidad legal a miles de centroamericanos que huyen de la violencia sin cuartel que mina sus países.
Es Trump quien cerró el gobierno federal durante 35 días por un muro en la frontera que nadie apoya y nada resuelve, un muro de odio que insiste en levantar.
Es Trump quien promueve medidas fiscales que sólo favorecen a los más ricos y poderosos del país en detrimento del resto; es Trump quien se burla del cambio climático impulsando prácticas y políticas que ponen a la humanidad en mayor riesgo.
Y es Trump quien a diario y por los pasados casi tres años no ha cesado de ofender, denigrar y minar a mujeres, inmigrantes, minorías, a la prensa y a nuestras instituciones democráticas. Eso sin contar todas las pesquisas criminales de la que es objeto.
Por eso espero que los demócratas dediquen el proceso de elecciones primarias a realzar sus contrastes con Trump, y que lo hagan sin destrozarse unos a otros. La lección de 2016 no puede ser olvidada.
No pueden perder la brújula ni la perspectiva, porque el precio a pagar es demasiado alto.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.