De la Redacción
I
La violencia doméstica es un problema de salud pública, una epidemia que sufre una de cada cuatro mujeres en este país al menos una vez en su vida, lo que se traduce en 1.3 millones de mujeres (85% de los casos) que son asaltadas al año en incidentes perpetrados mayormente por una persona conocida, que puede ser el novio, el esposo o el exmarido. Las expresiones de esta violencia van desde la intimidación intencional, el asalto físico y otras conductas abusivas; la explotación, la violación sexual y el acoso, y con frecuencia esta violencia llega a causar hasta la muerte. La violencia contra las mujeres es a menudo acompañada por un comportamiento emocionalmente abusivo y controlador, y por lo tanto es parte de un patrón sistémico de dominación y control, de poder, dice un estudio de la Coalición Nacional contra la Violencia Doméstica (NCADV).
En este penoso cuadro general de violencia se inscribe la historia de María Hernández, una mujer mexicana ‘sin papeles’ que tras haber sido abusada por su esposo durante varios años, y luego de superar muchas y formidables barreras se convirtió en defensora de las mujeres inmigrantes que son maltratadas por este flagelo. “Su historia refleja la de muchas otras mujeres cuyos relatos no salen a la luz… Las mujeres inmigrantes tienen de 3 a 6 veces más probabilidades de sufrir violencia doméstica que las que han nacido en Estados Unidos”, dicen los datos introductorios de María al programa estelar de noticias de Radio Bilingüe, Línea Abierta, donde contó recientemente a Chelis López, conductora de dicho programa, su difícil historia.
“Primero venía con mi sueño americano…, de tener una vida mejor, libre de violencia; porque de niña vivía en un hogar muy violento”, dijo María en tono pausado pero firme. Tras una larga travesía para cruzar la frontera sin documentos legales, como hacen millones de otras personas y mujeres, cuenta que el primer día que llegó a Estados Unidos conoció al hombre que sin saberlo se convertiría más tarde en el padre de su tres hijas…, y en su depredador.
“Bueno, aparte de la -violencia- física, la verbal: ‘No sirves para nada, eres estúpida, no vales nada… ¿Quién te va a querer así como te ves, como luces?… ¡Ignorante!’,porque no tuve una educación formal”, explica María cómo era tratada por su esposo. Esta violencia comenzó a insinuarse sutilmente al año siguiente de haberse conocido.
Esto que pasaba a María, y que en este preciso momento muy bien puede estar pasando a otra mujer en este país o en casi cualquier parte del mundo, es una conducta tipificada por la NCADV como el Privilegio del Hombre. Un falso privilegio que se arroba el hombre para tratar a una mujer (o en mucha menor medida, una mujer a un hombre, o una persona a otra), como a un sirviente; él es quien hace todas las decisiones y define el rol del hombre y el de la mujer. Para esto se aísla a la víctima, se la controla en todo lo que hace: a quién ve, con quién habla, qué lee y a dónde va. Se limita su socialización, y se utilizan los celos como pretexto para la agresión.
Un estudio reciente de la ciudad de Nueva York muestra además que en casi el 50 por ciento de los casos la violencia doméstica contra la mujer inmigrante se incrementa una vez que cruza la frontera. Otros mecanismo de control que se ejercen es atacar el autoestima de la pareja victimizada, llamándole con nombres y epítetos peyorativos.
“Y yo me decía: No, pues habla así porque es que me quiere, y por eso dice estas cosas… Yo pensaba que me amaba… Él decía cómo había que vestirme, cómo debía peinarme, cómo debía sentarme, cómo debía comportarme… y si era mejor, que no hablara, porque entonces si hablaba, descomponía…, lo avergonzaba”.
El Instituto Nacional de Justicia sostiene además que las mujeres inmigrantes casadas (59.5%) experimentan niveles más altos de violencia física y sexual que las inmigrantes solteras (49.8%).
“Y yo decía: Sí, sí me quiere… él está cuidando estas cosas por mí”. Y cuando a María le pegaba su marido ella “pensaba que eso es amor: a las personas que se les quiere, se les pega”, dijo, sin saber en ese momento qué hacer.
En el caso de la mujer latina el problema de la violencia doméstica se agudiza, porque éstas mujeres acuden en mucha menos proporción a la ayuda institucional, entre otras razones por la desinformación, las barreras del lenguaje y el temor a ser deportadas, sobre todo cuando como María se hallan en este país indocumentadas, y sin las redes de apoyo familiar.
“La otra cosa es el no tener una familia, alguien que te apoyara, ni una amiga, no conocía absolutamente a nadie… entonces lo único que yo tenía en este país era él”.
Otro dato importante señala la existencia de un patrón de conducta en los esposos abusivos, que consiste en evitar que la mujer consiga trabajo; y con pequeñas cantidades de dinero que les otorgan mantienen la dependencia económica con el abusador, que al ser el dueño de la casa donde habita la pareja ejerce el control sobre la situación de violencia en la familia.
“Eso sucedía con mis padres, lo mirábamos todos los días mis hermanos y yo… entonces, al estar en esta situación, yo lo veía, la verdad, normal… Eso tenía que vivir, tenía que pasar, nadie me dijo que era malo… y eso era lo que me mantenía en esa relación, y también, él era lo único que tenía yo en este país”.
La NCADV sostiene además que las personas que crecen en hogares donde hay violencia tienen más posibilidades de repetir la violencia contra sus seres queridos, esposas o hijos, pero no sólo la violencia física. Los efectos de la violencia sicológica son aun mucho más profundos y duraderos, porque dejan traumas y cicatrices indelebles que se transmiten a los hijos y van normando patrones de conducta en las nuevas generaciones. Niños de hogares donde ocurre cotidianamente el abuso son dos veces más propensos a abusar de sus mujeres y sus hijos que los niños con padres no violentos. Esto no quiere decir sin embargo que un menor que crece en un hogar donde hay violencia intrafamiliar tenga que ser forzosamente un depredador sexual o un abusivo cuando se convierte en adulto.
Tras un primero y “muy doloroso” aborto al que María fue forzada, ante la persistente presión para que hiciera lo mismo en su segundo embarazo, aun cuando éste llevaba seis meses de gestación, María se negó rotundamente a abortar y tuvo su primera hija. Además de golpearla, el abuso emocional era muy fuerte, cuenta María.
“Yo decidí que no. Yo iba a tener mi hija como fuera. Y ha sido y es mi rayo de luz… mi hija”, quien el próximo mes de enero cumple 18 años de edad”. Pero cuando nació la niña la situación se tornó en un pretexto más para el abuso.
“Entonces él me decía que éramos una carga, que no merecía eso, que él quería su libertad y me mandó a México… Y decidí irme”. María siempre trabajó, y sin embargo esto no impidió que le siguiera diciendo que eran una carga, y la violencia continuó. “Claro, no ganaba lo que él ganaba, pero siempre aportaba”.
Como suele pasar en casos donde la víctima se separa de su abusador, esta separación provoca la reincidencia, por lo que él viajó hasta México para convencer a María que regresara a Estados Unidos, asegurándole que él ya había cambiado y que las cosas sería diferentes de ahí en adelante, dijo.
“Y yo con el sueño de tener una familia, de que mis hijas crecieran con sus dos padres, ese sueño que tuve también, entonces quería que se llevara a cabo”.
Antes de nacer la tercer hija, en México, la tortura sicológica creció hasta agotar el límite de la paciencia. Fue entonces que María convenció con mucho trabajo a su suegra para que la ayudara a escapar. “Le dije: Me voy. Si usted no me ayuda, o termino haciéndole no sé qué, cuando esté dormido… porque yo ya no soporto esto…”, y María se vino a Estados Unidos de nuevo con ayuda de la suegra. “Y así es como logré cruzar -la frontera- embarazada de mi hija, tenía tres meses, casi cuatro… ya no podía más con la violencia física y sicológica, y mis hijas lo estaban viviendo todos los días. Mi hija la grande tuvo que tomar terapia y hacer muchas cosas cuando llegamos a este país”.
Este ángulo del asunto es de suma relevancia para la economía del país también. Una Lista de Datos contenida en The National Intimate Partner and Sexual Violence Surve, dice que el costo en la atención a los menores que sufren violencia en sus hogares es de 124 mil millones de dólares anuales. Agrega que más de tres millones de niños y niñas son referidos a agencias locales para tratamiento terapéutico cada año; o sea, cada dos minutos seis menores son enviado a un centro de ayuda. Además, el número y la naturaleza de las muertes debidas a la violencia contra los niños y los jóvenes es asombroso. Cada año, continúa la fuente, más de mil 500 niños de 0 a 17 años de edad mueren a causa de abuso y negligencia infantil; el 80% de las muertes ocurren en niños menores de 4.1 años de edad. Y más de cinco mil jóvenes de edades entre 1 y 24 años fueron asesinados, por lo que el homicidio es la segunda causa principal de muerte para este grupo.
Cuando María se vino a Estados Unidos de vuelta dejó a sus dos hijas bajo el cuidado de su suegra, hasta que pudo mandar por ellas. Recomenzar fue difícil, porque María seguía sin conocer a nadie ni tenía los recursos necesarios para establecerse en condiciones seguras.
“Entonces, llegué desde cero, no tenía donde vivir, no tenía zapatos, no tenía qué comer (sollozos); pero mi embarazo era lo que me mantenía”. Con esfuerzos y buscando ayuda María encontró a personas que la condujeron hasta un refugio de la ciudad, y ya teniendo ese lugar ‘seguro’ pudo traerse a a su hijas, y allí vivieron medio año.
“Eso me ayudó también a ir conociendo las organizaciones, los lugares que apoyaban; qué tenía que hacer, a dónde tenía que ir. Y llegó el momento del parto, que fue otra cosa de miedo. Porque no sabía dónde iban a dormir mis hijas, no sabía qué iban a hacer mientras yo iba a aliviarme…”.
Pero a pesar de las tremendas dificultades, “quiero decirles que si quieres que tus hijos crezcan con una autoestima alta, si quieres cambiar la vida de tus hijos, que pidas ayuda, busca ayuda, que no tengas vergüenza; y que también hay muchas personas que te apoyan, hay organizaciones, no te lo calles, no acabes con la vida de tus hijos, no vale la pena”.
Sobreponiéndose a estas vicisitudes, sintetizadas al máximo por razones de espacio, María ahora se dedica a ayudar a otras mujeres que como ella han sido víctimas de este flagelo social de la violencia doméstica, y se desempeña como coordinadora de la Línea de Crisis y Asalto Sexual de Mujeres Unidas y Activas.
“A mí me motivó mucho, y lo recuerdo con mucha alegría, todo el apoyo que me dieron; llegué a la organización cuando mi bebé tenía nueve días de nacida. Y yo quería un alivio, yo quería un descanso. Entonces, hasta me cuidaron a mi hija. Me escucharon, pusieron atención a mi historia, a mi situación difícil. Y se enfocaron en mi mayor necesidad, verdad (sollozos). Tal vez mi mayor necesidad no era tanto que me dieran algo económico, pero alguien que me escuchara, que me apoyara, que me dijera: Sí se puede, si vas a salir… Mujeres Unidas me dio eso”.
Entonces recibió este apoyo de Mujeres Unidas, para ella y sus hijas. “Y de ahí, fui fortaleciéndome, me dieron mi tiempo, para escucharme muchas veces, y me fueron incluyendo en ciertas actividades, poco a poquito, y sin darme cuenta ya estaba tomando entrenamientos. De repente, ya estaba participando, escuchando a las mujeres sobrevivientes de violencia doméstica; ya estaba yo acompañándolas a recibir servicios, como me habían enseñado. Y de ahí esto me ayudó a aliviar mi dolor y mi situación, me empecé a sentir mejor, y empecé a sentir que no era estúpida ni tonta; que sí valía, y que era importante, y que era inteligente”, y se le hace un nudo en la garganta.
Parte de la rehabilitación e instrucción que reciben las mujeres en organizaciones como Mujeres Unidas, es el entrenamiento en el cuidado de los niños, señala María. “Y me di cuenta de todos los errores que su papá y yo habíamos cometido con mis niñas”, una situación que hubiera pasado desapercibida si ella no hubiera tomado ese entrenamiento, dijo. “Entonces me di cuenta de cuánto daño habíamos hecho a nuestras hijas y a su autoestima, hasta qué nivelo estaba”. Agrega que fue entonces cuando “abrió los ojos” y empezó a buscar terapia para la hija mayor y para ella misma. “Fue difícil el proceso de llorar, y volver a revivir, y ha sido lindo porque mi hija ha recuperado su autoestima. MI hija va a ir a la universidad. Sí vale la pena el cambio, me siento orgullosa de mi hija, tenemos más comunicación, podemos hablar más libremente, sin miedo a compartir; y que también, ella a mi me los hizo entender, yo soy su modelo, y todo lo que ve en mi, ella lo va aprender; y yo no quiero que repita la historia, yo no quiero que nadie toque a mi hija, y quiero que ella lo sepa”.
Una vez que el abuso físico y sicológico había hecho víctima a María Hernández, esta violencia se trasladó a las niñas. “Ya eran ellas estúpidas, ya eran ellas tontas, porque no aprendían rápido los números… entonces por eso merecían golpes, gritos, merecía que aventara las cosas”. Esto empujó a María a ir tomando la decisión de separarse de nuevo. Se dijo: “No vale la pena tener una familia así, que esté destruyendo a mis hijas, me han costado mucho y las amo tanto que no quiero que nadie me las lastime”.
Un día María presenció cómo el marido golpeaba excesivamente fuerte con un cinturón a la hija mayor, cuando ésta tenía sólo cuatro años. En un conato de llanto, conteniendo la emoción, continúa: “Entonces me armé de valor, y fui y le dije que era la última vez que tocaba a mis hijas; y que se tenía que ir en ese momento, y él todavía me preguntaba si estaba segura, si eso era lo que quería. Y entonces tuve que reafirmárselo, que se fuera”. Pero la violencia continuó, “porque él me seguía, me llamaba, me ponchó las llantas del carro, quebró los vidrios del carro… o sea, es un camino largo, y tienes que ser persistente, y enseñarles que no mereces eso”.
Aunque el esposo no ha desaparecido del radar de María, las cosas no obstante son diferentes, dice: “Ahora él sabe que yo sé mis derechos; él sabe que ahora tengo muchas herramientas para defenderme, sé a donde acudir, sé qué hacer, y eso es lo que a él ahora lo detiene”, de actuar con violencia.
En su actual trabajo cotidiano María afirma que con muchas mujeres que como ella han sido violentadas y que acuden por ayuda a su organización, está repitiendo lo que aprendió a hacer en Mujeres Unidas. “Muchas veces tienes que llevarlas de la mano a recibir un recurso, a perder el miedo de acudir a una agencia a pedir ayuda. Así me pasó a mi también, me daba vergüenza, miedo. Entonces, que vaya alguien contigo te da seguridad… Y es lo que hacemos: no sólo escuchamos a las mujeres, sino también las acompañamos”.
Las mujeres tienen mucho que perder sin no pasa la reforma migratoria
María Hernández se ha convertido ahora, también en luchadora por la reforma migratoria, un proceso en el que ella ve no sólo un asunto de justicia social sino también algo que allanaría el camino a la lucha de las mujeres victimizadas por dicha violencia. Sin importarle ser indocumentada, por ejemplo, María fue una de las 100 mujeres detenidas el mes pasado en la ciudad de Washington durante una protesta de desobediencia civil que hizo titulares nacionales.
“Con las Mujeres Unidas ya aprendí que si no arriesgas no ganas, entonces tienes que tomar riesgos, y en riesgo estamos todos los días; estoy en riesgo cuando voy a dejar a mis hijas a la escuela, cuando voy al trabajo, estoy en riesgo cuando voy a hacer mis compras”, apunta María.
Y también está el riesgo de salir a la calle sin papeles y ser atrapado por las autoridades de Inmigración. Sin embargo, dice María, llegó el tiempo de hacerse visible:
“Me cansé de estar en las sombras” continúa, “y muchas de mis compañeras están en las sombras. Estamos en las sombras y creo que este es un buen momento de que escuchen y vean que la mujer inmigrante, trabajadora, aporta mucho a este país”. Recalca que “no somos las que dicen que venimos solamente a pedir ayuda económica a este país. Venimos a aportar muchísimo a este país. Desde cuidar a los hijos, cuando eres profesional, para que te sigas desarrollando profesionalmente, aparte la atención y el cariño que das a esos niños”.
Respecto al arresto del grupo de mujeres en Washington, en donde María fue arrestada también siendo indocumentada, comenta que no fue fácil. “Sí te da miedo, incertidumbre, pero también está la emoción, de ser visible, hacer el cambio. Desde que me preguntaron si quería participar en esta acción yo dije que sí, que estaba dispuesta a hacer esta desobediencia civil, y más porque eran puras mujeres; y también es una muestra de fortaleza, de valor, de mucha valentía, de lo guerra que somos, que no nos vean como las mujeres débiles”.
María Hernández añadió que sus hijas están orgullosa de ella, “y también algunas participan en la organización, les gusta ir, saben del movimiento, siempre les platico, a ellas les gusta… les gusta más la mamá de ahora, jajaja”.
Continúa…..