Por Maribel Hastings y David Torres
Hay quienes piensan que el clima antinmigrante que se vive en Estados Unidos debido a la retórica y las políticas públicas de Donald J. Trump sólo afecta a los inmigrantes que no tienen sus documentos de migración en regla. Nada más lejano de la realidad que nos ha obligado a enfrentar esta aún insuperable ola de prejuicios desatada implacablemente contra las minorías, en especial la comunidad latina de color.
Sabemos de ciudadanos de origen latino nacidos y criados en Estados Unidos, que en todo momento ya cargan consigo pasaportes, certificados de nacimiento y tarjetas de Seguro Social, “por si acaso”; como si se estuviera en un estado de sitio, como si hubiese un “toque de queda” permanente, igual que en los regímenes militares totalitarios.
Hay también puertorriqueños con más de tres décadas viviendo en Estados Unidos que llevan consigo sus documentos. Uno de ellos ha dicho hace unos días que los trae “porque con mi piel oscura y mi acento, cualquier cosa puede pasar en estos tiempos”. No es para menos, pues la “cruzada racial” que se ha empeñado en llevar a cabo este gobierno ha avanzado a pasos tan violentamente agigantados que incluso ciudadanos estadunidenses en toda regla no se sienten seguros ante un gobierno que los amenaza e intimida de manera sistemática.
De hecho, son tiempos en que hablar en español en público también puede dar pie a algún ataque verbal o incluso físico de parte de racistas que se han envalentonado gracias a que el ocupante de la Casa Blanca ha normalizado el prejuicio.
Ejemplos de ataques a nuestro idioma —el que por cierto se hablaba aun antes del inglés en esta parte del mundo— ha habido bastantes; y en cada uno de los ataques o amenazas de parte de supremacistas se ha incluido específicamente el odio furibundo hacia est idioma, además de buscar su exterminio. De tal suerte que se han declarado seguidores de Trump y admiradores de Hitler, como el atacante que dejó 22 muertos en El Paso, Texas. Y como él, por lo menos ha habido otros 26 arrestados por las mismas causas alrededor del país.
Del mismo modo hay latinos que apoyan a Trump y que están convencidos de que el presidente está haciendo lo correcto. Bueno, quizá hasta que uno de los suyos sea afectado por las políticas migratorias de este presidente. Han sido varios los casos de estadunidenses casados con inmigrantes que votaron por Trump y aplaudieron sus medidas de mano dura en inmigración, y que luego se toparon con la realidad de que esas mismas medidas culminaron en la detención o deportación de sus cónyuges. La respuesta siempre era igual: pensaron que sólo se centraría en delincuentes.
Sucede que la red que lanza Trump en materia migratoria es tan amplia como la comunidad a la que afecta. Se basa también en el prejuicio contra las personas de color, particularmente latinoamericanos, aunque los de origen musulmán también guardan un lugar especial en el corazón de Trump.
El objetivo es la crueldad y las víctimas son las minorías. Dicha crueldad se va intensificando y algunos sectores no lo consideran problemático porque las víctimas lucen diferente o hablan diferente. Incluso entre la misma comunidad hispana hay sectores que no consideran un problema lo que está ocurriendo porque su realidad es diferente.
O porque las condiciones en las que arribaron a este país fueron distintas. Creen que el prejucio antilatino o antinmigrante no los toca a ellos. Claro, hasta que los hiere directamente y entonces se dan cuenta de que la lucha no es político-ideológica, sino meramente racial. Los arrepentimientos, sin embargo, llegan siempre demasiado tarde.
Pero también hay que recordar que el prejuicio no es exclusivo de este país. En nuestras naciones de origen el prejuicio y la discriminación contra las clases marginadas que son las que emprenden el viaje al norte son brutales.
Lo que parecen ignorar es que los latinos, sean blancos o morenos, no tenemos un símbolo que diga que nacimos aquí o que somos naturalizados o residentes permanentes o indocumentados. Para el presente régimen todos somos el objetivo a eliminar del camino de su plan mayor. Porque esto que estamos viendo y viviendo sólo es seguramente la primera parte de un proyecto mucho más amplio en el que por supuesto no quieren que tengamos cabida.
Es decir, irónicamente ante los racistas o prejuiciosos todos somos iguales, concepto practicado por el propio Trump cuando le dijo a un grupo de congresistas demócratas, incluyendo a la neoyorquina de origen puertorriqueño, Alexandria Ocasio Cortez, que regresaran a sus países de origen cuando ese país es precisamente Estados Unidos.
Si ese ataque lo recibe una congresista a nivel federal, es entendible que ahora muchos optemos por cargar nuestros documentos, porque en esta era de Trump nunca se sabe cuándo un papel dejará de ampararnos.