Maribel Hastings
La conducta de Donald J. Trump ha sido vergonzosa no sólo en medio de su juicio político de destitución, sino en las medidas tomadas por su administración en diversos rubros. Entre otros el de inmigración, como la regla para restringir las visas a Estados Unidos a mujeres embarazadas, si las autoridades consulares sospechan que sólo quieren llegar aquí para dar a luz y que el bebé obtenga la ciudadanía estadunidense.
Mientras el proceso de residenciamiento sigue adelante, Trump continúa tomando medidas para financiar su muro, así sea desviando fondos de El Pentágono; sus funcionarios siguen dando qué hablar con sus declaraciones, como las del director interino de ICE (Inmigracion y control de Aduanas), Matthew Albence, quien afirmó que si la Corte Suprema termina con DACA, los Soñadores estarán sujetos a la deportación; y sus políticas de separación familiar y contra el asilo siguen generando dolor y caos.
Es decir, Trump ha demostrado que puede caminar y mascar chicle a la vez, enfrentar un juicio de destitución con una desfachatez sin precedentes y pisoteando la verdad, e implementar política pública extremista y discriminatoria.
En el juicio en contra de Trump por abuso de poder y obstrucción al Congreso por frenar ayuda exterior a Ucrania a cambio de que ese gobierno investigara a su potencial contendiente en 2020, Joe Biden, el presidente y los republicanos de ambas cámaras han tenido una conducta no sólo bochornosa, sino peligrosa.
La manera tan descarada en que Trump y su comparsa republicana aseguran que las contundentes pruebas en su contra no significan nada; la defensa de una conducta no sólo ilegal sino deplorable. La burla ante la verdad; la cobardía republicana de anteponer la conveniencia política a la Constitución. Todo ello ha sido un espectáculo realmente triste y lamentable.
La conducta desplegada por Trump y los republicanos semeja la de mafiosos ante el desfile de pruebas de la fiscalía. Bostezos, risitas burlonas, desdén, aburrimiento. Es la conducta del que sabe que, digan lo que digan y pase lo que pase, saldrá bien librado porque el juez y el jurado están comprados.
Claro está, a nadie debe sorprenderle la conducta de Trump porque como empresario y civil siempre se portó como un mafioso y se codeó con mafiosos. Quienes por él votaron, sabían claramente lo que estaban haciendo: cediéndole las riendas del país a un demagogo de muy cuestionable reputación que ganó el Colegio Electoral gracias a la intervención de una nación hostil, Rusia, que sigue interfiriendo en nuestra democracia con el aval de la Casa Blanca y de los republicanos que han decidido venderle el alma al diablo a cambio de poder.
Adam Schiff, congresista demócrata de California que preside el panel de Inteligencia de la cámara baja, y uno de los fiscales camerales del proceso, presentó los argumentos de cierre a favor de la destitución de Trump detallando un caso con pruebas claras y contundentes contra el presidente y apelando todavía a la conciencia y la decencia de los 53 senadores republicanos, inamovibles en su intención de absolver a Trump de toda culpa.
“Lo correcto importa. La verdad importa”, dijo Schiff. Fue, para mí, uno de los momentos más tristes de este proceso. La necesidad de recordarle a estos descarados políticos que la verdad importa, que su deber es con la nación y la Constitución y no con un farsante que sólo busca su enriquecimiento personal. Este domingo, Trump acudió a Twitter para atacar a Schiff diciendo que “todavía no ha pagado por lo que le ha hecho al país”. Schiff acusó a Trump de intimidarlo y otra vez, pobrecito, instó a los republicanos a encontrar “el coraje moral para enfrentar a un presidente iracundo y vengativo”.
Es también triste pensar que este juicio no tendrá un final feliz estilo Hollywood, donde la verdad y la justicia triunfan; pues el timador será exonerado y podrá ofrecer como si nada su discurso sobre el Estado de la Unión. Triste, porque al pueblo estadunidense nada de lo que está ocurriendo parece importarle. Y más triste aún porque si no nos ponemos las pilas como electores y salimos a votar, y si el Partido Demócrata no intensifica sus esfuerzos para unirse, registrar y sobre todo movilizar votantes, este verdugo de la verdad permanecerá entronado por otros cuatro años para finiquitar todo el daño que ha ocasionado a nivel doméstico e internacional■