Foto: MVG.
Por Marco Vinicio González
Los danzantes Mexicas ‘conquistaron’ este Día de los Muertos un lugar emblemático en pleno corazón de Wall Street. Danzaron infatigablemente al ritmo de tambores y caracoles, en medio de decires en náhuatl traducidos al inglés y el español, en el interior de la nave principal del Museo del Indio Americano.
Este sábado 2 de noviembre más de 60 danzantes Mexicas invocaron tal vez a Huitzilopochtli, el ‘colibrí zurdo’ y a Tezcalipoca, el ‘espejo negro que humea’ o Quetzalcoatl, la ‘serpiente de plumas preciosas’ muentras daban vuelta en círculo alrededor de la gran arena.
Además del altar ofrendaron con cantos y rezos mientras danzaban en medio de centenares de plumas multicolor cruzando el inmenso espacio de la nave en múltiples direcciones, y se cruzaron imaginariamente con las plumas invisibles de los indígenas americanos flotando invisibles en el aire de la nave principal del museo, su casa en Nueva York.
Los danzantes Mexicas ‘conquistaron’ de esta manera por lo menos la atención y la curiosidad de cientos de personas que acudieron esa mañana al museo en el centro financiero de Nueva York. Danzaron infatigablemente al ritmo de tambores percutidos por la madera, y el soplo de los caracoles.
El evento era narrado por un danzante en náhuatl, español e inglés, mientras docenas de intrépidos guerreros de un antiguo ritual mexicano con su danza y sus cantos hicieron olvidar por algún tiempo las malas vibras de la zona. Pero el dinero ni se inmutó.
En tanto, por el techo de cristal del recinto, que visto desde abajo parece un platillo volador, fluyó de entrada por salida la energía de los danzantes, el estruendo de sus conchas sonoras atadas a los tobillos.
Viejos y jóvenes, niños y niñas, hombres y mujeres de muchas edades y diferentes partes del mundo presenciaron fascinados los excéntricos tocados de plumas sobre las cabezas de los danzantes, su atuendo hermoso lleno de signos y de clores, las máscaras de calavera cubriendo sus rostros, de jaguares y águilas, de una fauna mitológica que los distinguía sin duda como a personajes de noble linaje.
En un momento dado, tras unos 60 minutos aproximadamente bailando sin parar, invitaron al público a unirse con ellos, a pasar al círculo mágico de la danza, a la arena del tradicional festejo para recordar a sus respectivos muertos. Sin pensarlo dos veces niños y niñas, jóvenes y viejos se lanzaron a ese círculo, tomaron las manos de los danzantes y con ritmo y sin él repitieron los pasos y giraron en círculo de ida y regreso por unos 15 o 20 minutos más.
Cuando la danza terminó decenas de personas permanecieron admirando La Ofrenda, o El Altar que encabezaba la arena del ritual; y platicaron, se sacaron fotos y cmpartieron con los caballeros Jaguar y las mujeres Águila.
De regreso a casa, tras haber terminado la celebración de Día de Muertos en el Museo del Indio Americano y haber dejado atrás esa zona de la ciudad por donde pasa el dinero del mundo, ya en mi vecindario mediaba el día cuando me lancé sobre el cempaxúchitl por toda la avenida Broadway desde la parada del metro donde me salí hasta las dos estaciones siguientes.
En todos los puestos de flores que tienen en las esquinas lo mexicanos que vien en mi barrio, y que vienen mayormente del campo o de ciudades peñas, se vende flor de cempaxúchitl desde el primer día de noviembre. Le dan un pincelazo amarillo a las esquinas del vecindario todos los años por estas fechas.
La mujer danzante de la foto abajo es una oaxaqueña que no recuerda el nombre del pueblo donde nació en México porque llegó aquí muy pequeña. Se graduó de una universidad en esta ciudad. Sin embargo, ahora vive en Filadelfia. «Se me hace más fácil, y más barato”. Posa la pierna sobre la rodilla de su novio pero esto no simboliza nada, salvo un acto coreográfico para la foto, dijo.
Foto: MVG.
Para mi pesar en ninguno de los puestos de flores había ya más cempaxúchitl para mi ofrenda. “Mmh…, señor, llegó tarde”. ¿Ps cómo, a qué horas se acabó? “¡Desde ayer!”. En ese momento aparté de antemano un manojo para el año entrante con el vendodor de flores. ¿Si quiere se lo pago desde ahorita? “No. No hace falta”.
Los mexicanos llegaron a mi barrio hará un par de décadas. Lo fueron llenando lenta pero enjudiosamente de flores, tacos y tamales, pozole, parafernalia de día de muertos. Algunos ya son peluqueros y meseras, y eso sí, están en todas las cocinas y en los comercios del vecindario trenzando el color con los aromas.
Cuando me estaba yendo interrumpí al florero para recordarle mi encargo. Estaba haciendo cuentas con un hombre chino que ahí mismo supe le surte la flor de cempaxúchitl. ¿Ps de dónde la trae? “De China”. Mmh, me dije. Era cierto lo que había escuchado haría un par de días en Pulso de la Mañana, de Radio Educación.
Resulta que el 70 y tantos por ciento del cempaxúchitl en el mundo se produce en China. Pensé, sin comprobar el dato, ¿ps a qué hora se lo llevaron que ni cuenta me di? De seguro estarán a punto de patentarlo.
Antes, por la mañana esta misma mujer me había dado una ‘limpia’ con su sahumerio humeante. Bajaba las escaleras saliendo del museo mientras yo subía con apuros todos esos peldaños empinados para poder entrar al magno recinto. “Híncate”, dijo. No puedo. Porque tengo un problema con las piernas. Me miró un instante, y luego comenzó concentrada en el ritual hasta terminarlo. La gente, que venía detrás de mí haciendo cola como yo desde hacía rato y con algo de enfado toleró sin embargo pacientemente y más bien intrigada los 3 o 4 minutos que duró el numerito■
Foto y Video: Marco Vinicio González.