Cerrar filas en 2020 o padecer otros cuatro años con Trump

Elecciones presidenciales en EE UU 2020. Foto: dreamstime.

Elecciones presidenciales en EE UU 2020. Foto: dreamstime.

Maribel Hastings
Washington, DC

A menos que fuerzas mayores lo impidan, Donald J. Trump se apresta a buscar su reelección en los comicios generales de 2020. Y también a menos que fuerzas mayores lo impidan, se supone que, en teoría, los demócratas pudieran dar una buena batalla que asegure que Trump se una a la lista de presidentes que sólo cumplen un período.

Pero de la teoría a la práctica, y de aquí al 2020 hay un gran trecho. Y los demócratas, como en tantas otras oportunidades, pueden hacer honor a la fama de que son especialistas en arrebatar la derrota de las fauces de la victoria.

Trump ya enseñó parte de sus cartas para 2020. Seguirá utilizando a los inmigrantes y a la inmigración como grito de guerra contra unos demócratas que, según él, “detestan” al país y quieren “fronteras abiertas”. Esta semana presentaría su presupuesto y pediría 8 mil 600 millones de dólares para el inútil muro, a pesar de que ya el Congreso rechazó la petición, reviviendo su lucha contra los demócratas con el solo objetivo de convencer a su base de que les está cumpliendo lo prometido, aunque no sea cierto.

De otra parte, ya está tildando a los demócratas de “socialistas” que sólo quieren que el gobierno controle nuestras vidas. Lo más irónico es que un sector del país le cree, a pesar de que es Trump el que tiene afinidad, no con socialistas, sino con dictadores y autócratas, sobre todo con uno, el ruso Vladimir Putin, que sólo sueña con que Rusia se convierta en una especie de Unión Soviética con mayor presencia y dominio en la escena mundial.

Pero nada de eso asusta o preocupa a los fieles seguidores de Trump, como los de Alabama, que le pidieron al presidente que les autografiara sus biblias. O el moribundo cuyo último deseo es hablar con Trump, y se le hizo realidad.

La pregunta es si sólo con el apoyo de su leal base, aproximadamente 40% del elector en el país, Trump puede repetir la hazaña de 2016 cuando ganó el Colegio Electoral por apenas 80 mil votos concentrados en tres estados: Wisconsin, Michigan y Pennsylvania.

Si los resultados de las intermedias de 2018 ofrecen alguna señal, los republicanos perdieron terreno en estos tres estados gracias al apoyo de votantes a candidatos demócratas en ciudades y suburbios, mientras las zonas rurales se mantuvieron a favor de los republicanos. Esto es indicativo de que en 2020, la ruta hacia los 270 votos del Colegio Electoral es complicada para Trump, quien tendría que mantener y sumar otros estados a su lista.

Pero como dije al principio, falta un buen trecho y todavía no se sabe quién emergerá como el abanderado demócrata entre los muchos que aspiran a esa nominación, y todavía desconocemos si surgirá un candidato independiente que venga a complicar todavía más la situación.

Es decir, lo bueno de la democracia es que el proceso electoral es abierto y cualquiera, dentro de algunos parámetros, claro está, puede a aspirar a ser presidente. Si no, mire quién ocupa la Casa Blanca.

Pero el problema es que no puede ser “cualquiera” el que le de la batalla a Trump. Tiene que ser un candidato viable, capaz de movilizar no sólo a la base demócrata, sino a los republicanos desafectos que, en silencio, se han apartado de su partido horrorizados por el espectáculo que es la presidencia de Trump, así como a independientes y minorías.

Pero tras la barrida demócrata en 2018, un sector de ese partido se siente invencible y cree que es buen momento para que el Partido Demócrata haga una introspección y decida qué es. Si es moderado y centrista, o es progresista, como si en una entidad tan diversa no hubiese espacio para todas estas tendencias.

Entiendo perfectamente que ante un Partido Republicano que claudicó ante el extremismo de Trump, se le quiera responder con un Partido Demócrata donde los progresistas lleven la batuta y dirijan la orquesta. Qué más me gustaría que así fuera.

Pero la realidad es que este no es el mejor momento para introspecciones o luchas de poder porque, para ganarle a Trump los demócratas tienen que cerrar filas y mostrar un frente unido que atraiga al más progresista de los progresistas, a los más moderados y a los republicanos que también aspiran a sacar a Trump de la presidencia.

La lección de 2016 no puede ser olvidada. La estrategia de que los votantes no apoyarán a Trump por todos sus escándalos y sus excesos no funcionó. Esa “gran idea” de pensar que Trump no tenía posibilidades de ganar hizo que muchos votantes se quedaran en casa o se permitieran decir que no votarían por Hillary Clinton porque son Sanderistas. Al final, ganaron los Trumpistas y aquí nos encontramos.

No creo que los políticos tengan que recular cuando se les tilde de socialistas si ser socialista es querer que todos tengamos acceso a cuidados médicos o a una educación de calidad, o que quiera encarar el cambio climático. Además, en este país el capitalismo es rey.

Pero no me parece que este sea el momento para una sangrienta batalla ideológica entre demócratas que tenga el potencial de desencantar a aquellos votantes que no se ubican en extremos y que pueden decidir una elección.

De cara al 2020, los demócratas deben concentrarse en nominar un candidato creíble y viable que apele a la mayor diversidad posible de votantes, porque lo que está en juego son otros cuatro años de Trump en la Casa Blanca, pese a sus bajos índices de aprobación y a sus escándalos legales.

Las diferencias ideológicas entre demócratas pueden dirimirse una vez que recuperen la Casa Blanca.

Maribel Hastings es Asesora Ejecutiva de America’s Voice

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