Año nuevo con problemas migratorios añejos

Campesinos indocumentados en la dura labor y sin seguro de salud. Foto ni esperanza de alivio migratorio Heidi de Marco.

Campesinos indocumentados en la dura labor y sin seguro de salud. Foto ni esperanza de alivio migratorio Heidi de Marco.

Maribel Hastings y David Torres

El Nuevo Año arranca con viejos problemas. Los inmigrantes indocumentados ya radicados por décadas en este país y los que abarrotan la frontera sur buscando asilo siguen estando entre la espada de un Partido Republicano negado a solucionar el tema migratorio que explota políticamente; y una pared demócrata que aunque afirma estar del lado de los inmigrantes, sus promesas han muerto en el intento.

Es una realidad migratoria innegable en la que miles de seres humanos se mantienen a la expectativa de que algo ocurra en su favor por primera vez en tanto tiempo. Pero la politiquería se ha adueñado de todo el panorama nacional, de tal modo que ha terminado por desplazar incluso la más mínima compasión y la esencia moral estadunidense.

Porque si algo quedó claro en el circo de tres pistas que fue la elección del republicano de California, Kevin McCarthy, como presidente de la cámara baja, es que el extremismo republicano dominará ese cuerpo legislativo al menos durante los próximos dos años. Es irreal, por otro lado, pensar que pueda impulsarse una reforma migratoria verdadera y amplia que aborde todos los problemas que el sistema ha acumulado en los 36 años desde que se promulgó la amnistía de 1986 por un presidente republicano, Ronald Reagan.

Es decir, después de casi cuatro décadas de vanos intentos, al parecer va siendo tiempo de aceptar que lo que está atestiguando el resto del mundo es que Estados Unidos no es capaz de resolver su cuestión migratoria en este momento; un país que tradicionalmente resuelve los problemas de otros pueblos, para bien o para mal. Y ante ese panorama, toda esperanza pierde sentido, incluso en los discursos donde se conmina a los migrantes, que lo han dado todo, a “resistir”.

Por ejemplo, Biden finalmente fue a la frontera sur, un tema que debería conocer al dedillo, pues antes fue vicepresidente de Barack Obama, quien prometió una reforma migratoria que nunca se concretó. Y antes de eso, el actual presidente fue senador federal por el estado de Delaware durante 36 sólidos años viendo ir y venir propuestas de reforma migratoria que no rindieron fruto. A estas alturas, en ese sentido, él y los demócratas ya deberían tener un abanico de opciones entre lo que no ha funcionado y lo que ha tenido potencial de fructificar durante todo ese tiempo para, rescatando lo mejor, concretar un plan real que ni siquiera los más antiinmigrantes del Partido Republicano o la esfera del movimiento MAGA pudieran refutar, mucho menos destruir.

Sin embargo, habría sido más real y convincente que el mandatario viera de primera mano el drama humano que viven los miles de migrantes que llenan las calles de El Paso y de otras ciudades fronterizas con la esperanza de solicitar asilo. Biden, es cierto, ha tomado medidas para reducir esa inmigración indocumentada en la franja, otorgando 30 mil permisos mensuales a inmigrantes de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela que pueden solicitar desde sus países de origen y venir a Estados Unidos legalmente a pedir asilo, siempre y cuando viajen en avión, tengan un patrocinador y aprueben las verificaciones de antecedentes.

Pero quienes se presenten en la frontera e intenten cruzar sin documentos serán expulsados con base en el Título 42, un programa originalmente de salud pública, pero a todas luces revivido y aplicado desde uno de los gobiernos más antiinmigrantes de nuestra era como fue el de Donald Trump.

Precisamente, la administración Biden ha sido criticada por mantener políticas de su predecesor, como el mencionado Título 42, y se ha mostrado a la defensiva indicando que simplemente está implementando lo que ha sido ordenado por los tribunales. Pero se trata de una explicación legal que deja fuera el elemento humano. Además, el aplicar una política discriminatoria que en realidad busca minar las leyes de asilo porque lo ordene el tribunal, no borra el daño que dicha política ha ocasionado a miles de refugiados.

Porque, ¿quién repone una vida, una esperanza, una ilusión de salir del atolladero de la violencia, la persecución, la falta de oportunidades en regiones muy específicas del mundo, que históricamente han sido golpeadas para que en otras zonas florezca el desarrollo?

Además, no deja de sorprender que una nación rica y poderosa como Estados Unidos no destine los recursos adecuados para lidiar con el flujo de migrantes en la frontera de una manera más ordenada, humana y salubre. Si tiene miles de millones de dólares para enviar a Ucrania a fin de defenderse de la invasión rusa, uno pensaría que podría manejar la llegada de miles a sus fronteras de una manera más digna.

Pero en ello radica el verdadero interés de la clase política estadounidense, pues el destinar recursos para atizar un conflicto bélico en lugar de reparar de una vez y para siempre un sistema migratorio descompuesto equivale a la más visible derrota ética del momento histórico que vivimos.

No se trata de criticar a los demócratas por criticarlos. Pero ahora que comienza una nueva sesión en el Congreso, quienes llevamos décadas cubriendo política, elecciones y debates migratorios hemos escuchado hasta el cansancio las mismas promesas y las mismas excusas para no cumplirlas.

Entonces, el dilema para este país y sus autoridades es decidir si quieren continuar siendo una nación de bienvenida con base en su propia tradición migratoria y en sus leyes humanitarias, o pasar la antorcha a algún otro que pueda absorber la cantidad de seres humanos que solo buscan refugio y protección, perdiendo de ese modo Estados Unidos la imagen de ser ese faro de esperanza que alguna vez fue y que empieza a extinguirse.

Y esto no exime de su responsabilidad a un Partido Republicano ahora controlado por extremistas que ha entorpecido en cada oportunidad el avance de una reforma, porque es más rentable políticamente explotar la falsa idea de una crisis incontrolable. Se puede controlar con la misma reforma migratoria a la que se oponen.

Pero los demócratas deben ir más allá de criticar a los republicanos y externar su indignación, porque para ambas partes de esta ecuación el libreto está demasiado desgastado•

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