Maribel Hastings
America’s Voice
24 de agosto de 2015
Anclados a la intolerancia
WASHINGTON, DC — El circo de Donald Trump hizo escala el viernes en Mobile, Alabama, para cerrar con broche de oro una semana de desaciertos de parte del bando de precandidatos republicanos a la nominación de su partido, que dejan un mal sabor por el rumbo del discurso político en esta temporada electoral que apenas comienza.
Trump sigue montado en su caballito antiinmigrante ensañándose ahora con ciudadanos estadounidenses de padres indocumentados a quienes llamó «bebés ancla», un término peyorativo que incluso usaron otros precandidatos republicanos, incluyendo Jeb Bush, quién sabe por qué. Con su trasfondo familiar y haber sido gobernador de un estado como la Florida, estuvo fuera de lugar no sólo que Bush empleara la frase, sino que no se retractara indicando que no conoce otro término para referirse a estos ciudadanos estadounidenses. Quienes apoyan su candidatura aseguran que Bush dijo que es el término con el cual se «describe» a estos ciudadanos. Sigue siendo un insulto.
Los discursos de Trump, si es que pueden llamarse así, son unas diatribas sin ton ni son donde aparte de rendir culto a su persona, repite palabras y frases incendiarias y se desvía a otro tema sin que nunca sepamos exactamente qué propone; excepto, claro está, que construirá un muro en la frontera sur y que México lo pagará; que los «ilegales» son criminales, que tienen que irse y sólo los «buenos» reingresarán. Todo esto es posible, asegura, con una buena administración. Son frases y palabras código que tienen la única intención de alborotar a lo peor de esa facción extremista republicana que ve en Trump a su máximo líder.
Elementos como los dos hermanos de South Boston que atacaron a un indigente hispano y que, según la policía, uno de ellos dijo que Trump tenía razón y que hay que sacar a todos los «ilegales» del país. Trump declaró que sus seguidores aman a este país y son «temperamentales».
Pero esto no es un ataque dirigido nada más a los indocumentados. Toda esta mala sangre va dirigida hacia los hispanos. Se olvida que hay familias de situación migratoria mixta; se olvida que también ofenden a ciudadanos estadounidenses y a votantes. Olvidan que mensualmente 66,000 latinos cumplen 18 años de edad y son elegibles para registrarse y votar. Ese sector republicano recalcitrante se siente amenazado por una realidad demográfica que para ellos es una pesadilla. El crecimiento demográfico de los latinos y de otros grupos étnicos le ha cambiado el rostro a este país, pero en vez de sacar ventaja del potencial que esos cambios suponen, es más sencillo apelar al prejuicio.
Un artículo del New York Times sobre la escala de Trump en Alabama, cita a uno de los asistentes diciendo que espera que cuando Trump sea presidente diga que «vamos a hacer de la frontera un punto vacacional y costará 25 dólares el permiso y obtendrán 50 dólares por cada muerte confirmada… Eso sería bueno», indicó el individuo.
En el 2011 Alabama implementó la antiinmigrante ley HB56 que buscaba hacer lo que propone Trump. Los indocumentados y sus hijos ciudadanos estadounidenses se encerraron en sus hogares por pánico a ser detenidos por la policía; otros prefirieron irse y la economía del estado sufrió las consecuencias. Cosechas se perdieron y los negocios y el estado sintieron la ausencia del dólar de los consumidores latinos.
Pero los malos hábitos son difíciles de romper.
Trump apela a los mismos intolerantes que despotrican contra todo el que luzca «diferente» sin importar si son ciudadanos o indocumentados. Son los mismos que hablan de «valores familiares» siempre y cuando esas familias luzcan como ellos; muchos cargan una biblia bajo el brazo y se congregan cada domingo en iglesias, pero el resto de la semana pisotean las enseñanzas bíblicas. Son los mismos que defienden la Constitución si de mantener sus armas de trata, pero no les importa enmendarla para discriminar.
Lo lamentable es la tibieza con que el resto de los precandidatos republicanos y el Partido Republicano han enfrentado a ese sector «bravucón» personificado en Trump convirtiéndose en cómplices por su silencio. Un sector extremista que no es suficiente para ganar la presidencia, una facción que sigue definiendo al Partido Republicano entre los votantes latinos y que en toda esta historia es el único anclado a algo: a su propia intolerancia.
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice