A 20 años de la paz en Guatemala, sobrevivientes mayas buscan sanar heridas

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Esta semana se cumplieron veinte años de la firma de los acuerdos de paz mediante los cuales se puso fin a la larga guerra civil en Guatemala. El conflicto armado entre los grupos rebeldes y el gobierno de Guatemala cobró unos doscientos mil muertos. La gran mayoría de las víctimas fueron indígenas maya. La violencia fue especialmente desastrosa para las mujeres mayas, que perdieron seres queridos, sufrieron tortura y violaciones sexuales y tuvieron que encontrar nuevas formas de sobrevivir. En el aniversario del fin de la firma de la paz, Maria Martin nos lleva a una comunidad maya donde las víctimas están intentando sanar las heridas que dejó el conflicto armado.


Doña Margarita Aju Barreno se prepara para vender ollas de metal y cortes típicos en su puesto en el mercado de Santa Lucía Utatlán, una comunidad maya quiché situada arriba del Lago Atitlán, en el occidente de Guatemala.

Doña Margarita tiene 58 años. El puesto en el mercado es sólo uno de los muchos trabajos que ha tenido para criar a sus cuatro hijos. Su matrimonio se vino abajo después de que su hermano fue desaparecido. Cuando fue a preguntar a los soldados acerca de él, su marido la acusó de dormir con ellos. En realidad, los soldados la agredieron. Eso fue hace 34 años.

Hoy en día, Santa Lucía es un pueblo tranquilo, pero en los años 80, dice Margarita, no lo era. Eso fue cuando el ejército estableció un destacamento militar en la comunidad, y el ambiente era uno de terror.

“Hemos sufrido mucho, y más porque vemos que no tenemos libertad. Están los ejércitos para matarnos, para hacernos daño”, dice Doña Margarita.

En los peores años del conflicto miles de mujeres mayas en la Guatemala rural, como Doña Margarita, de repente se encontraron sin padres, maridos, hermanos, hijos y otros seres amados, pero con la necesidad de seguir adelante por sus hijos.

”Mi nombre es Tomasa Lucía Alva”

Doña Lucía Alva  y Julio Cochoy.

Doña Al Margarita Aju Barreno  y Julio Cochoy.

Doña Lucía Alva es una vecina de Doña Margarita. Ella recuerda la noche hace 35 años, cuando su marido y su padre fueron asesinados en su casa. Y cuando los soldados también llevaron a sus dos hermanos. Nunca han sido encontrados.

“Llegaron a la casa a las 11 de la noche para amanecer el 1 de noviembre”, dice.

La antropóloga norteamericana Linda Green, autora del libro, ‘El miedo como forma de vida: viudas mayas en la Guatemala rural’, dice que estas mujeres sobrevivieron; pero con el trauma y el terror constantemente presentes, y esto se manifestaba en síntomas emocionales y físicos:

“The physical toll was also displayed in health issues, chronic headaches, gastritis, inability to sleep, tense, nervousness, as well as the physical manifestations of trauma we now called post-traumatic stress syndrome here in the United States”

(Según Green, el trauma se manifestaba en enfermedades, y en estrés— causando dolores de cabeza, gastritis, y otros males físicos y emocionales…síntomas de lo que se reconoce como el síndrome de estrés post-traumático…).

Pero poco a poco en Santa Lucía, Doña Lucía, Doña Margarita y otras sesenta viudas, huérfanas y otras víctimas, empezaron a unirse para apoyarse mutuamente.

Formaron una organización: ‘Víctimas unidas de Santa Lucía Utatlán’. También comenzaron a hablar públicamente sobre lo que les pasó a ellas y a sus seres amados:

“Cuando yo regresé a Santa Lucía de la universidad, sentía esta energía de hacer algo con el grupo de víctimas que se trataban de organizar. Empecé a trabajar a organizarlas con el objetivo de que escribieran nuestras historias”, relata Julio Cochoy.

P1280055Cochoy tenía catorce años cuando cinco miembros de su familia fueron asesinados o desaparecidos. Se escondió en su casa por un año, por miedo a que pudiera ser la próxima víctima. Después su padre consiguió el dinero para que su hijo Julio saliera de Santa Lucía a estudiar. El joven volvió a su comunidad con un deseo fuerte de contar al mundo lo que había sucedido en Santa Lucía. Pero cuando comenzó a trabajar con las víctimas, dice que al principio, no entendían el valor de sus testimonios:

“No visualizaban la importancia de contar sus historias. La mayoría no sabían leer y escribir, y la mayoría todavía estaba aterrorizada. Todavía vivían con miedo de hablar. Entonces teníamos que romper los paradigmas; el primero, el paradigma del miedo; el segundo, el paradigma de la ignorancia, de no saber por qué es importante leer. Entonces cuando las mujeres entendieran que era importante hablar, contaron sus historias”

El libro, ‘Voces rompiendo el silencio de Utatlán’ fue publicado por el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Ese libro inició una transformación para las mujeres. Doña Margarita Aju Barreno ya no tiene miedo de hablar, y dice que su fe la sostiene.

La mayoría de las mujeres víctimas en Santa Lucía y tantas otras comunidades mayas afectadas por el conflicto aún viven en pobreza y marginalización, pero por lo menos ya no en la comunidad militarizada de hace treinta años.

“Una señora me dijo: “Mira Julio, aunque frijolitos comemos una vez al día, o aunque no comamos, me dijo, pero que no estamos asustados como estábamos asustados antes en los años 80. Porque en los años 80, ya no se podía hablar, no se podía caminar, no se podía nada”, recuerda Julio.

Para la Edición Semanaria de Noticiero Latino, desde Santa Lucía Utatlán, Guatemala, yo soy María Emilia Martin.

Foto: María Martin

Doña Margarita en su puesto del mercado de Santa Lucía de Utatlán; Video.

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