El Salvador es uno de los países que, aun sin estar en guerra tienen uno de los índices de violencia más altos del mundo. Por esa razón, miles de familias, así como jóvenes y niños no acompañados huyen al norte, sorteando mil peligros a su paso por México. En esas condiciones, imagínese que usted inicie este difícil viaje, y de pronto se vea acompañada de una hermana a la que nunca había conocido. Eso es exactamente lo que le ocurrió a dos jóvenes mujeres que huyeron de El Salvador y buscaron refugio en Estados Unidos. Zaidee Stavely tiene la historia, un reportaje que es parte de la serie, «Hablando de la Raza» (Zaidee produjo esta historia también en inglés para «The World», de Public Radio International. Puede escucharlo en pri.org).
Cuando Nataly Amaya y Monica Cisneros se conocieron por primera vez, pensaban que quizás nunca se iban a llevar bien.
“Eramos distintas”
Nataly lleva un piercing en una ceja y le gusta vestirse de negro. Ella veía a Mónica como más femenina.
“Tambien es bien sentimental…, mucho”
“Yo sí, yo lloro por cualquier cosa, soy bien llorona. Y ella es bien reservada. A veces trata de esconder lo que está sintiendo”, dice Mónica.
La mamá de Nataly y el papá de Mónica están casados y viven en California. Ellas crecieron en El Salvador, en distintas ciudades. No se conocían, pero compartían algo: el miedo a las pandillas. A las dos adolescentes las amenazaron que las iban a secuestrar. Temiendo por sus vidas, se pusieron en contacto, y juntas decidieron migrar al norte, a reunirse con sus padres. Fue muy difícil, dice Nataly:
“Los sentimientos te matan por dentro. Lo primero que piensas es, he dejado a todos allá. He dejado a mi familia, a mis amigos. Pasa lunes y piensas, ahorita estuviera en la escuela o ahorita estaría llegando a mi casa. Y lo único que tienes es sólo a las personas que te acompañen»
Nataly tenía 16 años. Mónica 15. Juntas viajaron a través de Guatemala y México, pasando noches frías sin cobija.
“Había una noche que sí estaba haciendo mucho frío, y no había nada de cobijas. Estaba tan frio que hasta nos pusimos las toallas. Estábamos bien heladas”, recuerda Mónica.
El momento más espeluznante para Mónica fue cuando en un retén en México unos policías la bajaron … a ella solamente… del autobús.
“Estaba bien cerca de que me regresaran…”
Mónica pensó que la iban a deportar. El autobús arrancó sin ella, con Nataly todavía a bordo. Los policías dejaron ir a Mónica, pero se tuvo que quedar una noche sin su hermana.
“Esa noche si no pude dormir, me daba miedo todo. Estaba bien asustada porque como yo nunca había estado sola. Sólo me pasaba nomás llorando, llorando”
Se reencontraron al día siguiente. A partir de entonces, se unieron más. Al llegar a Texas, la patrulla fronteriza las detuvo, y fueron separadas de nuevo en el centro de detención. Liberaron a Mónica primero, a Nataly una semana después. Cuando finalmente voló a California, estaba muy nerviosa, hasta que vio a Mónica en el aeropuerto.
“Iba bajando las escaleras y lo primero que vi fue a Mónica. Después, cuando miro, estaba mi mamá, abajo. Ella se fue corriendo y me abrazó. …Tenía 11 años de no haberla visto”, señala Nataly.
La reunión fue alegre, pero también dolorosa. Mónica tampoco había visto a su papá desde que era chica. Fue difícil acostumbrarse a la nueva familia.
“Fue una guerra grande que hubo al principio…”
Ella es Rosa, la mamá de Nataly.
“Nataly no quería que él [su padrastro] le dijera nada. Ella explotaba y gritaba. Cuando yo le decía a Mónica, ella decía usted no es mi mamá…”
Ahora se ríen de todo eso. Y dicen que lo que hizo más fácil la transición fue tener una hermana que estaba pasando por lo mismo.
Nataly: “La primera noche que nos dieron la cama de dos niveles…”
Mónica: “No podía dormir sola y me dijo que si se podía pasar a nuestra cama. Claro que desde allí me di cuenta que nos empezábamos como… a querer”
En el apartamento de la familia en Vallejo, California, Mónica y Nataly se ríen y platican con su mamá sobre un nuevo juego en el teléfono celular. Ya tienen casi dos años aquí, y en mayo del año pasado ambas ganaron asilo para quedarse en Estados Unidos, después de que abogados del Centro Legal de la Raza en Oakland argumentaron que fueron perseguidas en El Salvador porque sus papás no vivían con ellas. Ahora van a la misma escuela preparatoria y en las tardes trabajan en el mismo McDonald’s. A veces, claro, discuten, como lo hacen todas las hermanas. Dice Nataly que no le gusta cuando Mónica se pone su ropa. Aún así…
“Todo lo que hemos pasado…, siempre compartimos las dos… Ir a un colegio diferente, donde no hablan tu idioma sino otro…Tener a alguien que desde el primer día estar juntos, te ayuda bastante”