La prisión Ironwood, es una cárcel alta seguridad de California, localizada en una área desértica cercana al Rio Colorado frontera con Arizona. En este reclusorio, de la mano de un galardonado músico de Tex Mex y una joven cantante de tríos y mariachi, un grupo de reclusos han encontrado más llevaderas sus largas sentencias y también han visto disminuir en algo las tensiones raciales muy comunes en las cárceles. Durante una de las clases de guitarra que son parte del programa Arte en las Correccionales, diseñado por ACTA – la Alianza de California para las Artes Tradicionales con el apoyo de dos instituciones estatales, Ruben Tapia, platicó con los dos maestros y varios de sus motivados alumnos.
Vamos cruzando en auto el desierto de California. Me acompaña el veterano músico de Los Angeles Lorenzo Martinez. Va a dar clases de música a un grupo de internos en una prisión de alta seguridad.
“Enseñar la música y como olvidan de estar presos por un par de horas, de la clase. Eso me ha cambiado a mi bastante…”
La prisión, Ironwood, que toma su nombre de un árbol duro y resistente de esta zona árida, alberga a tres mil internos.
Despues de cuatro horas de camino, llegamos a la garita de entrada del penal. También llega la maestra y artista Mary Alfaro. Ella describe así la misión de su enseñanza.
“Healing, algo de alegría, para que se entretengan, para que no estén tan aburridos…”
Los maestros cargan una veintena de guitarras en un contenedor azul con ruedas, de los que se usan para transportar la ropa sucia de los presos.
Despues de pasar por un detector de metales, dos rejas y la inspección de rigor, los maestros llegan a la llamada Capilla, un salón que usualmente se usa para orar y ahora para dar clases de música.
Sentada en un escritorio, una funcionaria pide a los internos que firmen la lista de asistencia. Toman su guitarra y se acomodan en sillas en semicírculo. Mientras, los maestros se aseguran que las guitarras estén bien afinadas y les piden que ejerciten dedos y manos.
En un pizarrón, Mary pega unas hojas de papel donde se lee: “Mi Mayor”, tono que van a eastudiar en esta clase.
Son veinte alumnos, latinos en su mayoría. También asisten un interno afroamericano y dos anglos. Rich Snyder, de 58 años, dice que se reencuentra con la guitarra después de muchos años de no tocarla.
“We are learning the basic cords right now and little bit about timing. I already know little things but I need to work in my timing more… ”
“Ahora estamos aprendiendo los acordes básicos y un poco sobre los tiempos.”
Its “E” string which I learned today – “Hoy aprendí el tono de Mi”
Al curso también asiste Rudolph Flower, un afroamericano de 41 años que creció rodeado de músicos en el área sur central de Los Ángeles. Flower se considera rapero, pero nunca antes se interesó en aprender a tocar algún instrumento.
“Music is harmony. You take that and make synonymous with people. If you can connect with that level I’m pretty sure you can connected the humanitarian level as well, you know, just understanding that we all are humans. We are jail together in some way, form or fashion so I think music bring everybody together”
“La música es harmonía. Si la tomas y haces sinónimo con la gente. Si puedes conectarte a ese nivel, estoy muy seguro que puedes conectarte también a nivel humanitario, entiendes, simplemente entendiendo que todos somos humanos. Estamos presos de alguna manera, forma o circunstancia así es que pienso que la música nos une a todos”
También aprendiendo a guitarrear está Cristian Rodriguez, de 41 años. Nació en Los Ángeles, de padre mexicano y madre salvadoreña. Tenía 19 años cuando cayó preso. Ya cumplió 22 años de una condena de 37 años sin derecho a libertad condicional.
“Vine a esta prisión el 2012 y el 2015 comencé una clase de guitarra. Utilice los libros junto con ejemplos que compuse”.
Esas clases duraron poco. Ahora tienen la asesoría de maestros del arte. Cristian, ha notado que estas clases no solo los mantienen entretenidos y ocupados.
“Acá dentro de la prisión hay varias divisiones raciales. No es común donde personas de varias razas se puedan juntar. Entonces la música en particular eso da una oportunidad para personas especialmente de diferentes edades, con diferentes habilidades, de poder por la primera vez unirse y tratar de compartir varios dones que ellos tengan”.
Su compañero de clases Ramon P. Alarcón, de 37 años, miembro de la tribu yaqui de Arizona, originario de Tucson, también cree que las sesiones musicales tienen el poder de conectar a los presos.
“We all are mixed and we all find the common ground throughout music. Through the hopes to try to learn one song or two. Now in the yard the same fellows that are in here you see we can go out in the yard and say !hi! and he say !hi! Now we are outside trading CD’s; ‘Hey, what kind of music you have?’ Because we find a common ground”
“Nos mezclamos y mediante la música encontramos algo en común, con la esperanza de aprender una o dos canciones. Ahora en el patio, los que ves aquí nos saludamos. Nos intercambiamos CD’s ; Hola ¿Qué clase de música tienes? Porque encontramos un interés en común”.
Ramon asegura que hacen falta más de estos espacios.
“They only allow 25 people. But there is many people on the yard that will love to learn how to play guitar”
“Solamente permiten a 25 personas. Pero hay mucha gente en el patio que le encantaría aprender a tocar la guitarra”
Cuando tenía 15 años, Ramon cayó preso por asalto y homicidio. Lo condenaron de por vida y lleva cumplidos 22 años de la sentencia, pero pudiera salir libre por buena conducta. Por eso fue trasladado a Ironwood hace cuatro meses. En su rehabilitación le da crédito a la música. Hace 10 años un compañero de celda le dio las primeras clases de guitarra y dice que esto le ayudó a superar su adicción a las drogas. Sobre su dura experiencia, escribió esta canción.
“All this pain, you want it to end, but you want it again.
And its finds you, the fight inside its coursing thought your veins
And its rage in, the fight inside its braking you again”
Ramon ha escrito tres canciones en prisión. Una la dedicó a una amiga que, desalentada por su larga condena dejó de visitarlo.
“I’m solely drowning; in the depths of my own ill sorrow, just look into the eyes of this lonely man,
A lifetime of misery and pain beyond his whippy smile”
Este ambiente de dolor y adicciones, pero también de esperanza, lo conoce en carne propia el maestro Lorenzo Martinez. Su padre fue un migrante mexicano que combatió en la Segunda Guerra Mundial, y que, a su regreso, batalló para poder recibir los beneficios que como veterano le correspondían. Murió a los 58 años de edad, sumido en el alcoholismo y sin la debida atención médica mental. Además, varios seres queridos cayeron presos o murieron en pleitos de pandillas. La música salvó a Lorenzo de esa vida de desgracias.
“Hay que regresar al corazón, al amor de la vida porque hace falta mucho. Ahorita en la comunidad hay mucho estrés y yo me alegro de ser parte de la música que aliviana eso poquito”
Lorenzo Martinez fue parte del grupo de música texana Los Texmaniacs, galardonados con el cotizado premio Grammy, y su música forma parte de la colección histórica de la Institución Smithsonian, la mayor institución cultural del país. Lorenzo regresó a Los Angeles a cuidar a su madre y cuando fue invitado al proyecto Arte en las Prisiones, aceptó sin pensarlo mucho.
“Nacido aquí, con más ganas me gusta enseñar, lo que somos aquí, y no debe uno olvidar de donde viene nuestros padres, las raíces y que les den eso orgullo de ser latinoamericano, mexicano”
La maestra Mary Alfaro es también cantante con su trio romántico Voz Bohemia. Hoy se prepara para tocar en un muy concurrido restaurant mexicano de Torrance, una turística ciudad cercana a las playas del sur de Los Ángeles.
Mary tiene 35 años y es hija de padres trabajadores mexicanos. Nació en el Valle de San Fernando y logró llegar a la prestigiada Universidad de California en Los Angeles, de donde se graduó con licenciatura en música. Esto no fue poca cosa, ya que creció en una barriada rodeada de pandillas.
“Corriendo en nuestra yarda, Los policías persiguiéndoles, los helicópteros, balaceras…”
Cuando se graduó, Mary comenzó dando clases de música, pero las suspendió para tocar en varios grupos musicales. Además, trabaja ayudando a curar colecciones en el Museo Mexicoamericano de Los Angeles. Recuerda lo que pensó cuando la invitaron al proyecto Arte en las Prisiones.
“Esta fue una oportunidad de regresar a enseñar, me gustó la idea pero también tuve como dudas”
Mary se acordaba de experiencias que dice que vivió cuando era adolecente.
“Una vez unos cholillos iban en un carro y yo iba caminando con mi mama , tenía como 12 años, y me iban echando piropos. Una vergüenza y con mi mama y yo me acuerdo que les di el dedo, jajajaja. Nunca he tenido mucha tolerancia por eso, me da coraje”
De todas formas aceptó servir como maestra en Ironwood y sus dudas se disiparon desde la primera clase.
“Es muy gratificante tener estudiantes que son respetuosos, que esto les está ayudando a ellos. También les está ayudando a los empleados que trabajan en las cárceles porque calma a los inmates y cuando están ocupados con algo, se meten en menos problemas allí”
Este doble efecto, de ayudar a los presos a rehabilitarse y a la vez a los guardias de las prisiones, es algo que se proponen los organizadores del proyecto Arte en las Prisiones. Quetzal Flores, galardonado músico y compositor.
“Es humanizar un espacio que no tiene humanidad. Saben que son seres humanos y que con poco de oportunidad pueden hacer cosas increíbles. Tomar esto como prioridad para rehabilitar seres humanos, no solamente los prisioneros pero la guardia también”
Mary Alfaro y Lorenzo Martinez, maestros de música que nacieron y crecieron en los barrios de los Angeles, son parte de un grupo de más de 30 artistas que dan clases en 16 prisiones de California como parte del singular proyecto en su cuarto año de vida Arte en las Prisiones, que impulsa ACTA, la Alianza de California para las Artes Tradicionales, con el apoyo del Departamento de Correccionales y Rehabilitación de California y del Concejo de las Artes de California.
De regreso a la prisión de Ironwood, los maestros se preparan para cerrar la clase del día.
Para poner a todos a cantar, seleccionaron “Folsom Prison Blues”, del legendario trovador Johnny Cash, muy popular entre los presos por su compromiso de tocar en conciertos dentro de los penales. Raymond Abarcan es la voz cantante.
Para la Edición Semanaria del Noticiero Latino desde la prisión de Ironwood, California, Ruben Tapia.
Este reporte es parte de la serie Arte en las Prisiones auspiciado por la Alianza de California para las Artes Tradicionales – ACTA – con fondos del Concejo de las Artes de California. ACTA ha pasado veinte años trabajando para que las tradiciones culturales florezcan en el estado. Los programas de ACTA ayudan a la gente a conectarse con su herencia y a hacer que sus tradiciones sigan siendo parte central de sus vidas. Arte en las Prisiones es uno de esos programas, que instruye a los internos en el arte de contar y compartir sus historias a través de las artes tradicionales y la música.
Fotos de Ruben Tapia.