Maribel Hastings y David Torres
Washington, DC
En la película Wag the Dog, estrategas de la Casa Blanca se inventan una guerra fabricada por un cineasta para distraer a los estadunidenses de un escándalo sexual que enfrentaba el presidente, justo antes de una elección. La ficción, por supuesto, ha sido siempre parte de la realidad estadunidense. Y viceversa.
Así, en la película B, que dirige el presidente Donald Trump, la cortina de humo para distraer a los votantes de la realidad —que este Congreso y esta Casa Blanca les han querido arrebatar la cobertura médica, o que las reducciones tributarias sólo benefician a ricos y corporaciones—, es que estamos a punto de ser “invadidos” por una caravana de migrantes centroamericanos.
La economía marcha bien, pero para Trump el tema es muy aburrido. Es mejor inventarse una “invasión” antes de las elecciones del próximo martes.
La desproporción es tal, que de tan evidente se vuelve ridícula pero es aceptada como verdad absoluta por quienes lo respaldan, así contradiga el hecho de que el país más poderoso del mundo es “amenazado” por una columna de desamparados de la región centroamericana.
Es más, Trump enviará al Ejército a la frontera y ayer afirmó que los militares podrán disparar si son atacados con piedras.
Balas contra piedras parece ser la consigna, la que a su vez funciona como mensaje subyacente para los supremacistas que sólo esperan una oportunidad para dar rienda suelta a sus frustraciones sociales estancadas desde el triunfo de la lucha por los derechos civiles.
Y si a eso se suma la proliferación de milicias que asoman ya las narices en las inmediaciones de la frontera sur con el fin de bloquear a su manera el eventual arribo de la caravana de migrantes, los posibles escenarios se tornan desde ya temerarios; y, al mismo tiempo, confirman el carácter más que elemental de un segmento considerable de la sociedad estadunidense. Orson Welles no se equivocó al producir la versión radiofónica de ‘La guerra de los mundos’, de H.G. Wells, en una sociedad a la que se puede mentir con facilidad.
Pero en este caso, lo tenebroso no es solamente que Trump esté explotando con fines electorales la caravana de migrantes que intenta llegar a Estados Unidos para pedir asilo huyendo de la violencia que plaga a sus naciones. Ni que Trump pinte a la caravana como una marabunta de “criminales” que vienen a “invadir” y a apropiarse de nuestro estilo de vida. O que el nacionalista Trump, en otro guiño a los extremistas que quiere sacar a las urnas, asegure falsamente que puede eliminar de un plumazo y por decreto el derecho a la ciudadanía por nacimiento que garantiza la Constitución. O que convoque a la prensa en la Casa Blanca para enviar otro mensaje a los extremistas, asegurando que someterá una orden ejecutiva integral de medidas migratorias, incluyendo restricciones al proceso de obtener asilo.
Los “invasores” que soliciten asilo permanecerán en carpas hasta que se escuchen sus casos, dijo Trump, como si se tratara de un decreto imperial para disuadir cualquier intento de los inmigrantes de piel morena de pisar suelo exclusivo para blancos.
A estas alturas nada de esto nos sorprende porque ya sabemos quién es Trump, qué lo mueve y para quién gobierna: es un nacionalista movido por prejuicios raciales y culturales que únicamente busca complacer a su base con carnada para solidificar su poder político y su capacidad, como hasta ahora, de cambiar la política pública incluso sin la intervención del Congreso. Eso, y alimentar su ego de barril sin fondo.
Pero lo que indigna es que tanto el Congreso de mayoría republicana como el Departamento de Defensa se presten al juego de un demagogo que quiere enviar tropas a la frontera con México para hacer frente a una crisis y una invasión que él y todos saben perfectamente que es una treta publicitaria electoral, como si se tratara de un juego con muñecos GI Joe.
Es un proceso costoso que sufragamos los que pagamos impuestos y un proceso peligroso al colocar a militares entrenados para matar y no para enfrentar refugiados que lleguen a una frontera buscando asilo.
Pero a Trump poco le importa mentir y abusar del sistema y seguir incitando a dementes como los que protagonizaron ataques hace apenas una semana, todos extremistas: uno que mató a un matrimonio afroestadunidense tras tratar infructuosamente de ingresar a una iglesia donde la matanza habría sido mayor. Otro que envió bombas a figuras demócratas y a CNN, objetivos constantes de la furia de Trump. Y un tercero, que irrumpió en una sinagoga y mató a 11 judíos estadunidenses porque en su mente los judíos son responsables de incitar el ingreso de refugiados a este país.
Ninguno de ellos, por cierto, era de apellido “Pérez”, “López” o “González”, ni su estatus migratorio era vulnerable, ni su piel era morena.
Pero para Trump esos incidentes que conmocionaron al país y al mundo fueron solo una “distracción” de sus viajes de campaña.
Anoche en un rally Trump dijo que “dos maniacos frenaron el ímpetu” de la campaña electoral, aunque luego recordó que hubo muertos como consecuencia de los actos de los maniacos. Lo que no dijo, claro, fue que estos actuaron influenciados por su propia retórica racista, xenófoba, antinmigrante y supremacista.
Nadie sabe qué ocurrirá en las elecciones intermedias del próximo martes 6 de noviembre; pero lo que queda claro es que Trump evitará a toda costa que el Congreso cambie de mando, sobre todo la cámara caja, que de pasar a manos demócratas podría abrir pesquisas sobre las irregularidades y los conflictos de interés que han caracterizado los primeros dos años de esta caótica presidencia.
Para ello Trump empleará su mejor guión: mentir y satanizar inmigrantes. La pregunta es, ¿funcionará esta vez?■